Como si fuera el hada madrina que con su varita mágica dio vida a Pinocho en el cuento infantil, la técnica de la siembra directa permitió que cobren vida regiones que no eran cultivables o tenían complicado su desarrollo por erosión hídrica, eólica, deficiencias estructurales del suelo o escasez de humedad. Ese modelo que rompió con el paradigma del arado cumple ya veinticinco años de institucionalización en el país.
Cuatro de los pioneros fundadores de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid), Víctor Trucco, Rogelio Fogante, Luis Giraudo y Jorge Romagnoli, contaron a Clarín Rural cómo se animaron a pulverizar paradigmas en lugar de la tierra y postularon los desafíos del sistema en la actualidad.
Durante los años 70, Rogelio Fogante, que había sido mejorador de trigo y soja del INTA y era decano de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Rosario (UNR), estaba preocupado por resolver los problemas de erosión del suelo y conservación del agua. “Detectamos que gran parte de la desuniformidad que teníamos en los rendimientos era por el exceso de labranzas”, explicó Fogante. Para la misma época, un joven Víctor Trucco dejó su pueblo natal cerca de San Jorge, Santa Fe, y empezó a desandar el camino de la ciencia en la UNR. “Mientras estudiaba bioquímica me hice muy amigo de Rogelio, que me contó en qué venía trabajando y me entusiasmó”, recordó Trucco.
Aquellos años 70, políticamente conflictivos para el país, albergaron las primeras experiencias en siembra directa en Argentina. Así lo recuerda otro de los pioneros: “Mi amigo desde los 18 años, Víctor Trucco, me comentó sobre la posibilidad de sembrar sin utilizar el arado, algo que después de ver unos ensayos me sedujo”, cuenta Luis Giraudo, quien en 1987 compró una sembradora brasileña Semeato (que aún conserva) para sembrar su primer lote en directa.
A pocos kilómetros de San Jorge y Marcos Juárez, en Monte Buey, desarrollaba su actividad agropecuaria otro de los, a posteriori, referentes de la siembra directa argentina, Jorge Romagnoli. “Las primeras experiencias en Estados Unidos tenían diez o doce años de ensayos; por eso, en 1977 conseguí que me trajeran trabajos y ensayos de lo que estaban haciendo allá para ver qué podía adaptar”, recuerda Romagnoli. Con esos documentos y tan sólo 24 años, sembró los primeros lotes de soja sobre trigo sin arar durante la campaña 1978/79.
Además de los trabajos que se venían haciendo en Estados Unidos y, más tibiamente, en Brasil, los ensayos de Carlos Crovetto en Chile también fueron inspiradores. Avanzaba la década del 80 y las reuniones y encuentros se sucedían en diferentes campos aquí y allá.
El shock que proponían era enorme. “Fue toda una ruptura, porque el símbolo de la agricultura era arar la tierra desde hacía cientos de años”, repasa Romagnoli. “Muchos nos menospreciaban, otros nos decían que estábamos locos, pero nosotros nos estábamos dando cuenta que la agricultura con labranza pagaba un alto costo porque se destruía mucha materia orgánica”, apunta Trucco. Fogante reconoce que eran “los raros” porque la concepción era que cuantas más labranzas hicieran se lograría mayor mineralización. “Tenía su parte de cierto, pero a nosotros nos preocupaba la estructura del suelo y dos temas determinantes: el agua y la erosión”, resume el ex decano de la UNR. “Los que miraban de afuera decían que el arado era insustituible, pero después veían los resultados, sobre todo con la humedad, y se animaban”, dice Giraudo.
La siembra directa fue un proceso en el que la práctica fue por delante del conocimiento científico. Para explicar el crecimiento geométrico de la adopción de la SD en Argentina, Romagnoli apunta al espíritu de los productores que, “a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, donde los sistemas tecnológicos están liderados por la extensión que se hace desde el Estado, en Argentina ese liderazgo tecnológico, se lo carga el productor al hombro”.
Esta constancia fue la que hizo que el primero de agosto de 1989, una veintena de productores fundara Aapresid, con el objeto de dar forma orgánica a los ensayos que venían haciendo. “Habían pasado 13 años desde las primeras investigaciones y ensayos y creímos que la institucionalización nos permitiría sumar más adeptos y ser más tentadores para la industria de maquinarias, de semillas y la química”, explicó Fogante. El encargado de redactar los borradores del estatuto fue, en su condición de escribano, Luis Giraudo. Anecdóticamente, Víctor Trucco recuerda que empezaron “poniendo medio quintal de soja por mes para financiarse”. Y agrega: “Con el tiempo, fuimos creando una cultura, una forma de gestión y trabajo, no sólo una manera de sembrar”.
Un nuevo modo de hacer las cosas acarreó también dificultades técnicas. A los pioneros les preocupaba cómo hacer un control eficaz de malezas, tener sembradoras que puedan trabajar eficientemente sobre una cama de rastrojos o tener cosechadoras que hagan una distribución homogénea de los mismos.
No hay que soslayar que la explosión de adopción de la siembra directa fue contemporánea al surgimiento de las herramientas de ingeniería genética moderna. Parte de los problemas en el lote se resolvieron de la mano de la soja Roundup Ready (RR), que llegó a la Argentina a mediados de los 90. Este combo permitió que, en pocos años, la siembra sobre rastrojos ocupara el actual 90% de la superficie nacional. Ese maridaje lo resume perfectamente Fogante: “La siembra directa generaba el mejor ambiente que podía pretender una semilla con mayor potencial y valor a partir del desarrollo biotecnológico”.
Hoy, en sus bodas de plata, con 1600 socios (pero muchos más seguidores) y 30
grupos regionales en 8 provincias, Aapresid ya ha incorporado a los hijos de los
“padres fundadores”. La actual comisión directiva presidida por María Beatriz
“Pilu” Giraudo (hija de Luis), llega con una impronta de innovación y renovación
pero impulsada en el respeto por la tradición para, como dicen desde la propia
institución, “maximizar la cantidad de conocimiento por unidad de superficie”.
Del origen profundo a los nuevos desafíos
Los primeros indicios del arado datan de 3500 años antes de Cristo, en tanto que la creación del arado triangular tipo Rotherdam, que marcó el comienzo de su fabricación industrial, fue en 1730. Desde entonces, se ha convertido en ícono por excelencia de la agricultura. Esa concepción arraigada por cientos de años fue la que desafió la siembra directa. Los primeros desarrollos que advirtieron sobre la posibilidad de prescindir de la labranza tuvieron lugar en Inglaterra en la década de 1940. En los años 60 se empezaron a hacer estudios de labranza cero en Estados Unidos, y en Argentina, a mediados de los 70.
Analizando el futuro, para Jorge Romagnoli el desafío es sortear el problema que hoy presentan las malezas resistentes y enfermedades de suelo. “Son factores que tendrán que ser superados dejando de lado los dogmatismos”, apuntó. Luis Giraudo coincide en la preocupación y agrega el desafío de adaptar el sistema a nuevas zonas, a las que se podrá acceder con los nuevos eventos tecnológicos. Rogelio Fogante agrega: “Debemos seguir intensificando las rotaciones para reconstruir estructura de suelo”. Por su parte, Víctor Trucco cree que el desafío es la gestión de la fotosíntesis: “La modificación del genoma de las plantas permite hacer un diseño del fruto o grano con fines específicos y esto permite pensar en la agricultura no sólo para producir alimentos”, concluye.
Ellos estuvieron allí
Rogelio Fogante, Enrique Rosso, Hidaldo Rosso, Jorge Romagnoli, Hugo Ghío, Mario Gilardoni, Nicolás Milatich, José Capretto, José Cagliero, Raúl Gerbaudo, Telmo Trossero, Mario Nardone, Osvaldo Trucco, Osvaldo Signorile y Néstor Permingeat, son los nombres y apellidos de los pioneros que rubricaron el acta fundacional de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid).
“Estos productores aguerridos que hace más de 30 años se desvelaban por encontrar una solución a la erosión hídrica y eólica y necesitaban captar la mayor cantidad de agua de lluvia, se animaron a probar con la Siembra Directa”, dijo esta semana María Beatriz “Pilu” Giraudo durante el discurso de apertura del congreso. Los reconoció como curiosos, inquietos, autodidactas, audaces, visionarios, apasionados y generosos.