Los delitos rurales preocupan seriamente no sólo por su crecimiento numérico -aun cuando muchos no se denuncian-, sino también por la alevosía y el sadismo que guía a sus ejecutores, sembrando el desaliento y el temor en la población y en los productores. Esta semana, los medios dieron cuenta de la brutal paliza a la que sometieron a un productor en Trenque Lauquen unos delincuentes para robarle. El hombre, de 62 años, terminó con 60 puntos en la cabeza y en terapia intensiva.
Atrás quedaron aquellos tiempos en los cuales la vida rural se asociaba con una experiencia bucólica y segura para la vida familiar. La vida de hoy en el campo se asemeja mucho más a la de los centros urbanos en los que la seguridad de bienes y personas se ve seriamente amenazada. El ingreso en los galpones de distintos establecimientos, para apoderarse de agroquímicos, materiales y otros valores ha pasado tristemente a ser moneda corriente. También ahora en el campo hay "entraderas y salideras", en las que se aprovecha el momento de ingreso o salida de las viviendas para cometer robos, generalmente en busca de dinero en efectivo.
Los delincuentes rurales recurren también a tareas de "inteligencia previa" para acceder a información sobre la compraventa de ganado, de granos o de equipos agrícolas que conllevan manejo de dinero líquido. Incluso pasa que obliguen a detenerse en las rutas a camiones, muchas veces con la complicidad de los propios conductores, para exigir la entrega de una porción de la carga transportada. Las metodologías al servicio del delito son variadas y apuntan tanto a hacerse de ganado en pie como de su cuero y cortes de carne, tras matar a los animales con un tiro certero, para vender lo obtenido en carnicerías. La captura de lanares es más sencilla, por lo que el delito ha diezmado poblados de producción ovina en varias provincias.
La creatividad no tiene límites, como está visto, y desafía el diseño oficial de un sistema de alarma y prevención. En el distrito bonaerense, uno de los más activos, en 2011 se creó la Superintendencia de Seguridad Rural, de la cual depende la Mesa Provincial de Prevención del Delito Rural, que cuenta con personal y vehículos apropiados, incluidos un helicóptero y un avión. Hace una semana, a pedido del citado organismo, se crearon los Comandos de Prevención Rural, dependientes de la Superintendencia, que se suman a los Comandos de Prevención Comunitaria. Su antecedente son las Patrullas Rurales, otrora insuficientes, y buscan cubrir el territorio de toda la provincia.
La nueva organización de patrullaje se conforma con brigadas de personal especializado fuertemente entrenado en 24 escuelas, y varios cientos de vehículos. A partir de la implementación de este programa, la referida Superintendencia da cuenta de una merma del 40 por ciento en el robo de animales, un guarismo de dudosa credibilidad a la luz de la experiencia no sólo bonaerense, sino del país en su totalidad.
La realidad impone la implementación de medidas preventivas que brinden seguridad para los bienes, pero sobre todo también para la vida y la integridad de los productores y sus familias. Cuando la economía lo permite, a los candados en las tranqueras y los perros guardianes, se recomienda sumar la instalación de alarmas en lugares estratégicos, así como de cámaras de seguridad y mayor número de puesteros.
Como en otros lugares del país, la unión y coordinación de acciones y medidas de prevención entre vecinos rurales adquiere una importancia superlativa. Una vez más, las políticas públicas en esta materia debieran priorizar el bienestar y la tranquilidad de los castigados ciudadanos, destinando recursos económicos y humanos suficientes a este fin y dejando de lado medidas de tinte proselitista muchas veces faltas de efectividad.