Shannon, una joven británica, conmovió a la platea cuando exhibió por TV su adicción a la nafta. Bebe doce tapitas de bidón por día. Nada, al lado de los millones de automovilistas que se toman el bidón entero.
Hace apenas quince años, cuando despuntaba el siglo XXI, el petróleo valía 20 dólares el barril. En los surtidores de las estaciones de servicio, los estadounidenses podían llenar el tanque con apenas 10 dólares. Así, se hicieron adictos a la nafta, como les espetó el ex presidente George W. Bush.
Pero hoy, con el petróleo a 106 dólares, la nafta vale cinco veces más. Los estadounidenses sintieron no sólo que el petróleo escaseaba, sino que además, el abastecimiento no era seguro.
“El remedio para los altos precios son… los altos precios”, rige un viejo adagio de la economía real. Cuando el petróleo llegó a 50 dólares el barril, habilitó la alternativa de convertir el maíz en etanol, un sustituto de la nafta que puede mezclarse en altas proporciones sin modificar nada en los autos. Y que, con motores especiales, puede llegar a usarse puro, como sucede en Brasil El gobierno norteamericano impulsó la sustitución de nafta por etanol, colocando una meta del 10%. Brotaron por todo el “corn belt”, el portentoso cinturón maicero del Medio Oeste, decenas de destilerías que convertían en biocombustible al rey de los cereales destinados al consumo animal, a las bebidas cola, la cerveza, las bebidas espirituosas, o a la producción de almidones industriales. En apenas diez años, las nuevas destilerías le empardaron la partida a todos los demás consumos juntos. El maíz, que valía 100 dólares la tonelada hace diez años, ahora ronda los 200.
Pero los contrarios también juegan. El lobby de “los que estaban antes” puso el grito en el cielo, porque el precio del cereal era ahora arrastrado por el del petróleo. Inflación, dicen allá, es exceso de demanda. Bueno, había exceso de demanda de maíz, a pesar del continuo crecimiento de la producción fruto del arribo de nueva tecnología.
Entonces, se empezó a hablar de los biocombustibles de “segunda generación”. Son los que utilizan otra fuente de materia prima. El foco se puso en el uso de residuos de cosecha, y en particular el rastrojo de maíz. Calcularon que por cada tonelada de maíz que se cosecha, queda un volumen similar en el campo. Este residuo es fundamental para mantener la estructura del suelo. Sin embargo, los investigadores de distintas universidades determinaron que retirar una parte (25%) de ese rastrojo no sólo no afecta la sustentabilidad, sino que mejora la implantación del cultivo subsiguiente.
La primera planta de este tipo se inaugura el próximo 3 de setiembre. Es el Project Liberty en Emmetsburg, Iowa, y tuve la oportunidad de visitarla la semana pasada junto con la gente de Bio4 encabezados por su titular, Manuel Ron, y los accionistas Marcelo Otero y Juan Miguel Sobrero.
Liberty es el fruto de un joint venture entre Poet, la mayor productora de etanol de los EEUU (con 25 plantas) y DSM, una empresa holandesa especializada en la producción de las enzimas que degradan la celulosa del rastrojo para que pueda ser atacada por los fermentos que la convierten en alcohol. El residuo final, la “lignina”, va a la caldera para generar vapor y electricidad.
La inversión fue de 250 millones de dólares, la mitad en “grants” (subsidios) de Washington y Iowa. Es tres veces más cara que una planta convencional, donde se fermenta sólo el almidón del grano de maíz. Este da 350 litros de alcohol por tonelada de grano y queda otro tanto para alimento animal.
La planta de etanol celulósico requiere cinco toneladas de rastrojo por tonelada de alcohol producido. La materia prima no tiene costo, pero la logística de cosecha, transporte y almacenaje constituyen un enorme desafío. A los farmers no les queda mucho tiempo entre la cosecha y el enfardado del rastrojo, porque enseguida llega la nieve.
La planta se mastica un rollo de 700 kilos por minuto, 1.500 por día, medio millón por año…para producir 100.000 millones de litros de etanol celulósico.
El Project Liberty no está solo. Este año también inauguran plantas similares
otros dos gigantes, como Dupont y Abengoa. Las tres, bajo elresplandor de una
transmutación milagrosa: convertir la paja en una alternativa al viejo oro
negro.
Una nueva cadena que se va armando
Eric Woodford es un farmer del centro de Minnesota, donde la crudeza del invierno enseñó, hace muchos años, que no hay ganadería posible sin establo ni forrajes conservados.
Nos cuenta que con el tiempo, le fue tomando el gustito a eso de hacer fardos, y se convirtió en un contratista especializado. Tenía rotoenfardadoras producidas por la creadora del fardo redondo, Vermeer de Pella, Iowa, con las que hacía rollos de alfalfa en verano para abastecer a los tambos de la región.
Un día, empezó a enrollar la cola del maíz, también para destino forrajero. Encontró que la máquina requería algunas adaptaciones. Las hizo, las patentó y le cedió los derechos a Vermeer, que ya “veía” que llegaba la era del etanol de segunda generación y orientaba la empresa a toda la gama de equipos necesarios para la nueva logística, desde la cosecha hasta el transporte y el procesamiento en destino final.
Eric no dejó su trabajo de contratista, pero se instaló en Emmetsburg, donde se erigió la planta de Poet-DSM, como distribuidor de Vermeer. Vendió más de 100 rotoenfardadoras modificadas con sus dispositivos: dientes recolectores poderosos, y un accesorio rotativo arriba del embocador que ayuda en el ingreso del rastrojo. Otra modificación es un deflector que hace girar el rollo 90 grados, lo que facilita la recolección por medio del cargador que ahora puede avanzar en línea recta, encontrando todos los rollos en la misma línea. Ahorra un 30% de tiempo y pisotea menos el lote.
El enfardado del rastrojo retira del lote entre el 25% y el 50% de la biomasa, todo un tema en debate.
En el norte del estado de Iowa los investigadores sostienen que retirar un 25% del rastrojo no sólo no afecta la sustentabilidad, sino que la mejora gracias a que permite un más rápido calentamiento del suelo en primavera, facilitando la siembra directa.
La misma empresa desarrolló otra logística para la cosecha del rastrojo, en este caso circunscripta a los marlos.
Se trata de un carro que se engancha atrás de la cosechadora, que recoge lo que la máquina tira por la cola, fundamentalmente marlos y chala.
Con un ventilador separa la chala, si la planta sólo requiere marlos. En este caso, se retira apenas el 10% del rastrojo. Es lo que vimos en una planta de etanol cercana, Chippewa Valley.
Allí se gasifican los marlos, generando el vapor que requiere la planta para el secado de los DGS, el co-producto de la fermentación.