La fauna silvestre es una fuente importante de alimentos, vestimenta y obtención de beneficios económicos a través del comercio. Si bien se ha afirmado históricamente que el tráfico de fauna es el tercer comercio ilegal del mundo, resulta difícil corroborar este dato en un mundo globalizado. Sin embargo, lo cierto es que numerosas especies silvestres, algunas de ellas amenazadas, otras en peligro de extinción, se comercializan vivas o en forma de productos pieles, colmillos, plumas o como productos manufacturados, de manera ilegal, privando además a las economías locales de una justa distribución de los beneficios. Los países de América latina, que a su vez sostienen la mayor diversidad biológica del planeta, son una de las principales fuentes de este tráfico de especies con destino a Europa, primer importador mundial de pieles de reptiles y animales vivos como loros y monos. Se trata de un negocio que genera ganancias de cientos de millones de dólares anuales y que, en el caso de los animales vivos, está asociado también a una cifra trágica: apenas dos de cada diez animales capturados con destino al comercio ilegal sobreviven al viaje que llevará a su destino final como mascota exótica. El resto muere durante la captura o durante el transporte en condiciones de hacinamiento y mala alimentación, desde que son extraídos de su hábitat natural hasta su destino final.

La Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable es el organismo encargado de controlar el comercio ilegal de fauna silvestre en el ámbito nacional. Realiza procedimientos en los que se decomisan aves, como cardenales, cabecitas negras, jilgueros, pepiteros, loros, cotorras, lagartos, boas constrictoras y halcones, entre otras especies. La citada autoridad informó que en los últimos 20 meses se incautaron 8000 animales silvestres vivos, además de 2800 productos fabricados con partes de animales, como carteras, pieles, cuchillería con uñas de ñandú y candelabros con astas de ciervos.

No hay duda de que el comercio ilegal es una amenaza para muchas especies, y es por eso que, como lo destaca la propia autoridad ambiental, deberían promoverse planes de aprovechamiento sostenible de especies, creando cadenas de valor y preservando así los hábitats naturales. Un ejemplo de ello es el proyecto Elé, en el Chaco, para la conservación y el aprovechamiento sustentable del loro hablador, desarrollado por la Secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable en conjunto con las provincias en las que se encuentra esta especie, o el Programa de Manejo Sustentable de la Boa Curiyú, que desarrolla Formosa junto con la Fundación Biodiversidad, siempre bajo la supervisión de la Secretaría.

Como en todos los temas, lo importante es no caer en los fundamentalismos que han llevado a equiparar la caza legal con la furtiva y a catalogar cualquier actividad económica con animales como intrínsecamente inmoral o poco ética. Es que en algunos casos es posible conservar hábitats a través del sistema de áreas protegidas públicas o privadas. En otros, esta solución es inviable, entonces el uso sostenible resulta el camino más adecuado. Ambas son herramientas de conservación que pueden aplicarse independiente o complementariamente según el caso. A menudo, la prohibición absoluta del comercio contribuye poco a la conservación de la especie y de su hábitat. En nuestro país, donde la mayor causa de destrucción de ecosistemas es su degradación o reemplazo total por sistemas productivos, la revalorización de los ecosistemas a través de su aprovechamiento sustentable puede ser más efectiva para la conservación y, al mismo tiempo, puede brindar beneficios para los habitantes locales.

El problema es complejo en la Argentina: la estructura federal impone la necesidad de contar con acuerdos interjurisdiccionales y de involucrar a las comunidades locales, a los exportadores, a las autoridades, a los organismos de control y a la sociedad civil. Al mismo tiempo, la ausencia de continuidad en las políticas y de las instituciones impide el mantenimiento de programas que requieren tiempo y estabilidad para su implementación adecuada.

Como ocurre con la temática ambiental en general, el comercio de la fauna silvestre no constituye una prioridad en la agenda política. Así, lo coyuntural de las actividades de nuestras autoridades nos va dejando sin la belleza y la riqueza natural de cada especie que se pierde.