Hasta la creación del Frente Amplio UNEN (FAU), una mirada superficial del mapa político parecía darle la razón a esa frase atribuida al general Perón que aseguraba que los argentinos, más allá de sus creencias, "son todos peronistas".
El FAU no sólo desafía esa apariencia, sino que permite pensar que, en el futuro próximo, la Argentina ofrecerá un panorama político más parecido al vigente en nuestros países vecinos y que, no casualmente, les ha permitido aprovechar las extraordinarias oportunidades que el mundo le brinda, desde hace más de diez años, a esta región del sur de América latina.
El año 2015 será decisivo, ya que no sólo se eligen el presidente y todos los gobernadores, sino que se renuevan, también, la mitad de los diputados y un tercio de los senadores.
Mirado con los ojos de hoy, el escenario electoral del año próximo, en términos políticos, desnuda una frustración y, al mismo tiempo, anticipa una novedad.
Luego de haber gobernado durante tres períodos consecutivos con abundancia de recursos fiscales, institucionales, políticos y simbólicos, los que sostienen el proyecto oficial deben resignarse a no poder ofrecer a la ciudadanía una candidatura que exprese ese proyecto. Eso tiene el amargo sabor de la impotencia política.
Al refugiarse en la antes demonizada estructura partidaria del justicialismo, la acción del círculo íntimo de la Presidencia valida la sentencia de los estudiosos de la estrategia, que afirma que es más compleja y difícil una retirada ordenada que un ataque exitoso.
Padecen, en suma, del mal que distingue a todos los populismos: las complicaciones para procesar la sucesión, en nuestro caso determinadas por el límite constitucional. Ese límite no pudo ser removido debido a la derrota electoral de las elecciones legislativas del año pasado, en las que sólo uno de cada tres argentinos optó por la propuesta oficial.
La novedad surge de las encuestas conocidas hasta el momento, que anticipan dos datos: en primer lugar, por primera vez en nuestra historia política habrá una segunda vuelta para elegir el presidente; por otro lado, el FAU es, en esas cinco encuestas nacionales publicadas, una de las dos fuerzas políticas que participarán de la definición.
Ese dato del ballottage indica por sí mismo dos cosas: la primera es que el nuevo gobierno tendrá una indudable legitimidad de origen validada por un respaldo que, por definición, será superior al 50%. Adicionalmente, el resultado esperado de la primera vuelta electoral evidencia que ninguno de los sectores políticos que compiten dispondrá de mayorías legislativas propias.
No habrá, entonces, mayorías automáticas que conviertan, como hasta ahora, al Congreso en una "escribanía legislativa". Más por necesidad que por virtud, los argentinos deberemos aprender a vivir en lo que los especialistas definen como presidencialismo de coalición. Tal el sistema que caracteriza la realidad política de nuestros vecinos Brasil, Uruguay y Chile desde hace varios años.
En efecto, en Uruguay, la experiencia del Frente Amplio en las administraciones de Tabaré Vázquez y de José "Pepe" Mujica; la de los veinte años continuados de la Concertación en Chile y ahora, otra vez, la de Nueva Mayoría, con Michelle Bachelet, y la experiencia brasileña de las presidencias -de signo político distinto- de Fernando Henrique Cardoso en dos oportunidades y las de Lula y ahora Dilma Rousseff son claros ejemplos de presidentes sin mayorías propias en las cámaras legislativas, pero que son eficaces en la gestión de los asuntos públicos.
Este nuevo escenario nos obliga a ver el futuro próximo no como un modesto y rutinario fin de ciclo que concluye con la gestión de un partido que ha gobernado tres de cada cuatro días desde que la democracia fue instaurada en 1983 y más de 25 años continuados en el distrito donde viven casi el 40% de nuestros compatriotas, sino como un auténtico cambio de época que exige una mirada más ambiciosa.
Para avanzar en esa dirección es necesario dejar atrás la lógica de los líderes providenciales para los que el poder es un juego de suma cero, donde todo diálogo es sinónimo de debilidad; superar la concepción clientelar en la acción de gobierno, tanto en la relación con los ciudadanos como con los empresarios y los medios de comunicación; abandonar la visión de corto plazo y rentística de los asuntos económicos que genera un capitalismo prebendario y de amigos del poder; asumir que una república exige un respetuoso equilibrio entre los poderes, y por último, pero tal vez lo más acuciante, contar con gobernantes que sean verdaderos ejemplos de decencia.
Es, sin duda, un escenario desafiante que refleja, una vez más en la historia, la tensión que existe entre la cultura -entendida en un sentido amplio como los hábitos, costumbres y comportamientos sociales- y la política.
Creer que los registros culturales son permanentes no sólo es dejarse ganar por una perspectiva resignada de la vida, sino, más importante, desconocer la viabilidad de los avances históricos. Qué otra cosa más que un triunfo de la política sobre la cultura prevaleciente es la abolición de la esclavitud en la Asamblea del año 1813 o, más cerca en el tiempo, el fin de la tutela militar sobre la sociedad que se concretó en diciembre de 1983, hace sólo treinta años.
Para los que entendemos la democracia como una obra en curso, una construcción siempre inacabada, el valor de la alternancia y la existencia de una alternativa es una condición necesaria, y ésa es, precisamente, otra razón imprescindible para entender la importancia de la creación del Frente Amplio UNEN, que nos ahorra a los argentinos la obligación de tener que optar entre fracciones de una misma familia política.
Para los que pensamos que en una democracia de avanzada la condición de ciudadano precede a la de consumidor o espectador, la creación del Frente Amplio UNEN es un reconocimiento de que los ciudadanos, al desenvolverse en sociedades modernas y conflictivas, tienen identidades e intereses múltiples y cambiantes. Es la aceptación de que los estilos de vida, los patrones de consumo, la pertenencia a credos o la ausencia de creencias religiosas y las orientaciones sexuales, entre otras variables, representan fuentes tan poderosas de identidad como la posición que cada uno tenga en la función de producción de mercancías o servicios.
La formalización del Frente Amplio UNEN es la expresión del reagrupamiento de las fuerzas políticas que aspiran, frente a la fragmentación de la coalición que nos gobierna desde hace más de diez años, a ofrecerle a la sociedad una alternativa de regeneración democrática, de represtigio internacional del país, de progreso social, de transformación productiva y de ejemplaridad de sus gobernantes. Su constitución es sólo el primero, pero el más importante, de los pasos. A partir de ahora deberá demostrar, con sus propuestas y con sus acciones, que además de una oportuna opción electoral son capaces de construir una coalición eficaz de gobierno.