El "por suerte esto se acaba" es parte de cualquier charla dedicada a repasar las decepciones actuales a las que se sumó el desconcierto que provocó en la semana el salto del dólar blue. ¿Se quebrará la pax cambiaria conseguida por el presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega? El objetivo de los productores es llegar al fin del kirchnerismo con las empresas en funcionamiento y medianamente financiadas. La creencia es que una vez que se pongan los pies en la nueva era que inaugurará el próximo gobierno las siete plagas que afectaron a la producción, como las retenciones, los Roes, los cupos, las intervenciones al mercado, los precios sugeridos, la presión impositiva y las exigencias de los regímenes de información, se evaporarán como un milagro bíblico.
Parte de esta creencia se sustenta en que casi todos los partidos y agrupaciones de la oposición abonan el cambio de las reglas de juego en la producción agropecuaria. Los radicales declararon meses atrás en una reunión con la Mesa de Enlace que eliminarán todas las retenciones. Mauricio Macri y Elisa Carrió lo afirmarán nuevamente en el Congreso de CRA que se realizará la semana que viene en Gualeguaychú. Hasta el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, que se anotó en la carrera presidencial por el kirchnerismo, se vio obligado a reconocer que "manejamos mal los mecanismos de exportación". Salvo Daniel Scioli, todos los candidatos presidenciales han fijado un cambio de rumbo.
Ahora bien, vale preguntarse: ¿es suficiente con sólo abjurar de las herramientas que utiliza el kirchnerismo que están tan fuera de época como el fémur del dinosaurio que vivió en la Patagonia hace 80 millones de años? Como afirma Bernardo Piazzardi, profesor del Centro de Agronegocios de la Universidad Austral y director de la consultora Prospectiva 20-20, hay quienes piensan que las propuestas no van más allá de resolver los problemas coyunturales. "Hay un fuerte ombliguismo en la forma de analizar. Todo lo vemos desde el punto de vista del crecimiento de nuestra oferta, pero poco atendemos al comportamiento de la demanda de los distintos mercados y lo que hacen nuestros competidores. Como si además de creer que somos el centro del mundo, pensáramos que este partido lo jugamos solos." Para Piazzardi, falta una discusión sobre los problemas estructurales de competitividad. Por ahora, sólo se sabe que de abrirse los grilletes que atan a la producción, ésta se incrementará. Pero el salto productivo también puede ser un salto al vacío. ¿A qué nivel de volumen exportable dejamos de ser un proveedor competitivo? ¿A qué mercados se apunta una vez cubiertos los tradicionales y con qué productos y a qué precios? Y en función de lo anterior, ¿qué aggiornamento deben hacer la distintas cadenas de valor para defender el exceso de producción?
Un análisis más estratégico tomaría nota por ejemplo que en los últimos cinco años China incorporó 20 millones de toneladas a su capacidad de crushing de soja, mientras que la Argentina creció sólo dos millones. Desde 2009 el gigante asiático pasó de 49 millones a 68 millones de toneladas, mientras que aquí fue de 34 a 36 millones. Un gran interrogante sobre el agregado de valor de la cadena que sostiene la economía nacional.
Un aumento constante de las producciones después de 2015, tal como sueñan muchos productores y empresarios, sólo se puede sostener en la medida que se gane competitividad sistémica y se agregue valor. Sin esta red de contención es más que probable que los precios caigan o sean fuertemente cíclicos ante los aumentos de producción. La vitivinicultura lo entendió al reconvertirse a tiempo. No creció a tontas y locas. En quince años sus exportaciones crecieron en volumen un 40%, pero en valor lo hicieron 1100%. Fue el Malbec y la percepción de valor que le otorgaron los consumidores lo que posibilitaron semejante éxito.
Después de 2015, no se llega a ningún lado. Sólo comienza otro partido.