Imaginé una disertación sobre los esfuerzos que hemos hecho en estos años para desenmascarar a los poderes concentrados, las corporaciones, la prensa hegemónica. Qué equivocado estaba. Era todo lo contrario. Se los voy a contar para que no caigan ustedes en la misma trampa. Porque esa experiencia fue, créanme, como asomarme al infierno. Sólo rescato que le presenté pelea al diablo. Y me fue muy bien.
La tesis del orador -un mequetrefe al que no identificaré para no darle aire desde la página 2 del diario- es que la falsedad es esencial a nuestro modelo. Que no se concibe el kirchnerismo sin el engaño, sin la tergiversación de hechos y datos, sin reinventar la historia. "No se entiende al gobierno K si no se lo considera a la luz de esta premisa: la verdad siempre es molesta", empezó el tipejo. Me revolví en la silla, pero pronto caí en la cuenta de que la gente disfrutaba y asentía. Yo era el único fruto sano de ese árbol que apestaba.
Siguió. "El relato es eso: crear un mundo irreal. Y el relato es tan constitutivo del corazón del sistema, que el Gobierno invierte cientos de millones en sostenerlo. La cadena de la fantasía está integrada por diarios, revistas, canales de televisión, agencias de noticias, radios, periodistas sueltos, intelectuales, empresarios, economistas, ONG, artistas?" La lista era interminable. De pronto temí que alguien me reconociera y me acusara de ser parte de ese esquema, y agaché la cabeza. Soy un trabajador, y no puedo negar que La Cámpora me baja línea y que yo, que sueño con un lindo piso en Puerto Madero vecino a los de mis jefes, pocas veces me resisto.
Lo peor es que el orador se quería hacer el gracioso. Dijo: "Tengo unos chistes buenísimos y quiero compartirlos con ustedes. Ahí va el primero: ¡En los últimos 10 años no hubo inflación!". ¿Pueden creer que la gente se lo festejó? "El segundo chiste: no hay crisis energética, sino aumento de la demanda gracias a la explosión del consumo de electrodomésticos". Otra vez las risotadas, y yo retorciéndome de bronca. "El tercero, que es el mejor de todos: aumentaron 300% el agua y 400% el gas, y Kicillof nos dijo que no era un tarifazo, sino ¡una reducción de subsidios diferencial!" El salón literalmente estalló a carcajada limpia. En mi vida había asistido a una exhibición de comicidad tan procaz, más allá de que, es cierto, a mí el humor nunca se me dio fácil.
Después le dedicó un párrafo a De Vido . "Un periodista le preguntó si el tarifazo era inflacionario. De Vido tenía dos posibilidades: ser sincero y decir que sí, o hacerse el tonto y decir que no. Pero él redobló la apuesta y contestó: «¿Inflacionario? No, todo lo contrario». ¡Todo lo contrario! Es genial. Un tarifazo salvaje que logra bajar los precios. En la próxima conferencia éste va a ser mi cuarto chiste."
Ahí empecé a pensar en pararme y enfrentarlo. Había perdido el miedo y no soportaba más esa sarta de barbaridades. Fíjense lo que llegó a decir: "Presentar al espía Milani como paladín de los derechos humanos y como aliado de Hebe de Bonafini, pese a ser acusado de represor por las Madres de Plaza de Mayo de La Rioja, fue una trama urdida por el Gabinete de la Mentira, un equipo multidisciplinario que funciona en la Casa Rosada. Es un grupo muy selecto que sólo integran personas que hayan logrado superar el detector de verdades, un aparato ultrasofisticado al que no se le escapa nadie que diga algo aunque sea mínimamente cierto. Lo prestó Chiche Gelblung".
"A ese gabinete -continuó, y la gente lo escuchaba como a un profeta- le han encargado estos años trabajos muy complicados: el caso Boudou , la tragedia de Once, la estatización de YPF , el dólar, Fútbol para Todos, la inseguridad, el narcotráfico y muchos temas más. Cuando salta algo que no les conviene, en un abrir y cerrar de ojos brinda todo tipo de argumentos para justificar lo que parecía injustificable. Dicen que la creación de ese grupo fue idea de Aníbal Fernández, alguien no contaminado por el virus de la verdad. Y que Cristina lo apoyó."
No aguanté más. "¡Basta, basta, basta!", grité mientras me paraba e iba directamente al escenario. La gente no podía creerlo. Me hice del micrófono. "Vengo a desmentir lo de las mentiras", dije, en frase que me pareció muy feliz. Aproveché el desconcierto y largué un discurso encendido de unos diez minutos. De a poco me fui calmando y les pedí que prestaran más atención a lo que la señora hacía y no a lo que decía. "Fíjense que ya casi arreglamos con el Fondo, sinceramos la inflación, bajamos los salarios, devaluamos. ¿No es lo que la ortodoxia nos pedía? Voy a serles sincero: queríamos ir por todo y ahora no nos va quedando otra cosa que abrazarnos a Scioli , al que detestamos. Sean compasivos. Estamos en retirada. La señora sólo piensa en volver al Sur y disfrutar de su nieto. Gracias a todos por escucharme y mil disculpas por la forma en que me presenté ante ustedes."
Bajé del escenario y caminé hacia la salida. Primero me aplaudieron algunos y, enseguida, el resto. Los saludé desde la puerta.
Qué inocentes: se acababan de creer la última mentira.