No sólo porque la Argentina cambió su voto frente al desmembramiento de Ucrania en apenas 17 días. La denuncia de esa incongruencia es mucho más atrevida a la luz de la crisis económica doméstica: acorralada por el exceso de inflación y la falta de dólares, la Presidenta está abjurando cada día de algún artículo de fe de su "modelo". En la misma semana liquidó, sin reconocerlo, el desendeudamiento, los subsidios energéticos y la actualización del salario real a través de paritarias . Pésimo momento para exigir una virtud que, en general, no adorna a la política: la coherencia.
El 15 de este mes, la representante ante la ONU, Marita Perceval, votó en el Consejo de Seguridad a favor de una condena a Rusia por la incorporación de Crimea y por el plebiscito que la justificaba.
Al defender el principio de integridad territorial e invalidar la consulta popular, la Argentina defendía sus criterios en la disputa por Malvinas. El jueves pasado, en la Asamblea General se propuso un pronunciamiento casi idéntico. Pero Perceval prefirió abstenerse. Héctor Timerman explicó ayer que no había cambiado el país, sino el contexto. Pero olvidó mencionar las dos circunstancias más importantes que variaron: Vladimir Putin llamó a la señora de Kirchner, y Brasil, a cuya diplomacia la Cancillería permanece encadenada, participó de la segunda votación, absteniéndose. Anécdotas. Lo relevante es que, como ya se demostró en el vínculo con Irán, el mundo puede esperar del kirchnerismo cualquier cosa menos previsibilidad.
Los argentinos también. Axel Kicillof entusiasmó ayer a los operadores financieros dejando trascender que el país volverá a pedir dólares prestados en el mercado internacional. Son los primeros acordes de una inevitable marcha fúnebre: la del "desendeudamiento". La novedad es de primera magnitud. Cristina Kirchner se cansó de explicar que la peculiaridad que convertía a su administración en un ejemplar inigualable era la negativa a tomar crédito. Su hijo Máximo explicó a comienzos de este mes que esa resistencia, la defensa de los derechos humanos y "la conducción de Cristina" son constitutivas de la corriente fundada por sus padres.
Si la defensa de los derechos humanos ya fue relativizada con la designación de César Milani al frente del Ejército, ahora le llegó el final a la fobia a emitir deuda. Para que el giro sea más desenfadado, el banco que tramita la colocación es Goldman Sachs, hasta hace dos años accionista del "monopolio" Clarín. Habrá que explicarle al joven Kirchner que sin esas concesiones se vuelve muy difícil conservar el liderazgo de mamá.
La estrategia de Kicillof es la correcta. Al tomar dólares en el mercado, reduce la expectativa de devaluación. Y también evita el enfriamiento que supondría conseguirlos reduciendo las importaciones. En otras palabras: apunta a preservar puestos de trabajo. Hay otro estímulo inconfesable. El nuevo pasivo será saldado por el próximo gobierno. Cristina Kirchner comienza a financiarse con quien la va a reemplazar. La oposición al sucesor ya está lanzada.
También hay que aplaudir que el emisor de los títulos sea el Banco Central, ya que presenta menos riesgo que el Tesoro. Pagaría una tasa de 6,5 y no de 8,80%, que rige para el Boden 2015. El Tesoro se endeuda en pesos. El viernes pasado emitió papeles por 5540 millones a tres años. Es dinero que el Central quizá ya no tenga que emitir. Eso sí, no estará disponible para el sector privado. Menos inflación, pero menos actividad.
Mientras borra la palabra "desendeudamiento" de su diccionario, la Presidenta renuncia a otro dogma: el aumento sistemático del salario real también entró al museo. Para advertir lo que significa esta concesión, desde 2003 los empleados privados vieron mejorados sus ingresos en un 51% por encima de la inflación.
El secretario general de la UOM, Antonio Caló , aceptó un aumento del 26,5%, que tendrá vigencia hasta diciembre. Para que luzca más abultado, se blanqueó una suma no remunerativa para los trabajadores menos favorecidos. Así Carlos Tomada, a quien llaman el "Michelangelo de la paritaria" por su destreza para dibujar los números, pudo presentar una suba del 29,5%. Como la próxima negociación será en marzo de 2015, el verdadero aumento hasta esa fecha sería del 22%.
La señora de Kirchner se encargó, en persona, de conseguir ese recorte del poder adquisitivo de los metalúrgicos. Cuando todavía faltaba una última ronda de discusión, llamó a Caló para adelantar la reunión y ordenarle una conferencia de prensa. Caló, intimidado, aceptó. Ahora tiene pesadillas en las que Vandor y Lorenzo Miguel le piden cuentas. En Tierra del Fuego, Rosario y Córdoba los metalúrgicos dudan entre acatar el acuerdo o sumarse al paro que Hugo Moyano y Luis Barrionuevo convocaron para el 10 de abril. El Partido Obrero cree llegada, otra vez, su hora.
El boom de consumo de la última década, que explica buena parte del poder del kirchnerismo, se sostuvo en otra viga que la Presidenta acaba de remover: la energía regalada. Kicillof anunció el jueves pasado la generalización del impuesto al consumo de gas y electricidad, que en adelante tendrá "precios descuidados".
Hay otra innovación para destacar. Lo que se recaude ya no irá a los fideicomisos que administra Julio De Vido, sino a las empresas de distribución y transporte. En un cálculo preliminar, los expertos prevén una transferencia de $ 16.000 millones de las familias a esas compañías. El viernes, cuando habló de esta "recuperación de la equidad", la señora de Kirchner quiso que a su lado estuviera Daniel Scioli . Quedó clarísimo: estaba por dar una mala noticia.
El mercado y los organismos de crédito han comenzado a aplaudir el giro oficial. The Economist, que a mediados de febrero condenó en su tapa a la Argentina, esta semana dictamina que "se ha evitado una catástrofe gracias a medidas ortodoxas".
La Presidenta y Kicillof se molestan con esa caracterización. Prefieren disimular el ajuste apelando al doble estándar. Ellos no convalidaron una devaluación. Sufrieron un golpe especulativo. No aumentaron las tarifas. Redistribuyen los ingresos. No se van a endeudar en el mercado. Fortalecerán las reservas. Y la tasa de interés, destinada a enfriar la economía, subió por culpa del Gobierno. La decidió Juan Carlos Fábrega, a quien casi no conocen.
Esta propensión al maquillaje no revela tanto una claudicación moral como un límite político. El kirchnerismo se debate entre la supervivencia y la identidad. La primera le exige renunciar a estrategias que había sacralizado. La segunda lo obliga a ocultar esa renuncia. Para llegar a diciembre de 2015 necesita un ajuste. Pero para conservar una base electoral que le permita intervenir en el proceso público más allá de 2015 necesita negar que lo está haciendo. Cristina Kirchner está condenada a desistir de la verdad porque no está en condiciones de hacer que esa verdad se vuelva aceptable para los suyos.
La duplicidad entraña un costo. Al no enhebrar sus decisiones en un hilo programático, el Gobierno se priva de un valioso beneficio. La mutación de las expectativas de los agentes económicos. Los ajustes ortodoxos tienen una ventaja de la que carece el que está en curso: provocan una corriente de inversión que los vuelve menos crueles.
Si explicara la suba de las tasas, el aumento tarifario, la contención del salario y el endeudamiento a contraluz de un horizonte, Kicillof despejaría la presunción de una nueva devaluación y, de ese modo, podría reducir la tasa de interés. Hay economistas que apuestan a que estaría en condiciones de unificar el mercado de cambios, porque la paridad del contado con liquidación se parecería mucho más a 8 que a 10 pesos. En definitiva: podría poner la dinámica económica en perspectiva y evitar una mayor destrucción de puestos de trabajo. Tal vez la Presidenta lo condenaría por hereje, ya que estaría fijando las malditas metas de inflación.
Es cierto que para asumir esa estrategia el ajuste kirchnerista debería incorporar un capítulo impensable: la reducción del gasto público. La señora de Kirchner recorta el salario real y las jubilaciones, dispone un tarifazo, reduce la capacidad prestable de los bancos, exagera la tasa de interés -sobre todo para el descubierto y las tarjetas- y se arriesga a una nueva devaluación, con tal de no tocar los recursos del Gobierno. Ni es capaz de acolchonar el doloroso torniquete con algún recorte, siquiera simbólico, al derroche de Fútbol para Todos, los subsidios de Aerolíneas o la subvención a los importadores de Tierra del Fuego. El ajuste que lleva adelante es un ajuste sobre la sociedad. No sobre el Estado. Ahí está su esencia. Y ahí no hay doble estándar.