Otro de los principios más preciados es la intangibilidad de los territorios nacionales, sobre todo en Europa, donde las fronteras políticas han cambiado vertiginosamente en el último siglo. Cristina Kirchner arremetió contra ambos preceptos en el conflicto por la península de Crimea, anexada a la fuerza por la Rusia de Putin .
Ese apoyo inesperado de la Presidenta a una violenta incorporación de Crimea al territorio ruso fue reconocido ayer por Putin en una conversación telefónica con Cristina Kirchner.
Es cierto que la anexión sucedió tras un referéndum en Crimea que le dio un abrumador apoyo a la decisión de Putin. Nunca se supo muy bien cómo fue ese referéndum, realizado en un contexto de extrema debilidad política, económica y militar de Ucrania, país del que Crimea era una república asociada. Putin había dicho poco antes que la ausencia de Crimea del territorio ruso era un "error de la historia". El nuevo zar se ocupó de corregir ese error y hoy Crimea está asociada a Rusia por un reciente decreto de Putin.
Las potencias occidentales tienen un dilema casi sin solución. Europa, que tiene a Ucrania en sus puertas, no está en condiciones de declararle la guerra a Rusia. El Washington de Obama es extremadamente reacio a hacer guerras, nuevas o viejas. El audaz Putin avanzó sobre esas certezas previas. El único camino que les queda a las potencias occidentales es el aislamiento político y económico de Putin. Crimea no tiene vuelta atrás, pero esas naciones tratan, por lo menos, de frenar las manifiestas ambiciones territoriales del líder ruso.
Muchas de las antiguas repúblicas soviéticas, hoy independientes, muchas asociadas a la Unión Europea y algunas hasta dentro de la OTAN, temen el zarpazo de Putin. Analistas internacionales sostienen que el objetivo final de Putin es la reconstrucción de la antigua Unión Soviética o de algo parecido a ella. En ese inestable lodazal se metió Cristina Kirchner con un apoyo desmesurado a Putin. La Presidenta aseguró en París que "las Malvinas son argentinas como Crimea es de Rusia". Es la conclusión de una lectura rápida de la historia. Crimea estuvo bajo dominio ruso y ucraniano; fue ocupada por los turcos y por los alemanes. Los habitantes de Crimea oscilaron contradictoriamente entre Ucrania y Rusia en el último siglo, pero sobre todo en los últimos 20 años, después de la disolución de la Unión Soviética.
Extraña, además, que la presidenta que quiso hacer de los derechos humanos una bandera internacional se haya recostado en Putin. El jefe de Moscú es un autócrata al mejor estilo de los viejos zares o de los antiguos líderes soviéticos. Ha desconocido los derechos de las minorías políticas y sociales. Sus opositores fueron enviados a crueles cárceles y algunos murieron misteriosamente. La Europa que lo enfrenta es todavía un lugar de democracias consolidadas y respetuosas de las libertades públicas y privadas de sus ciudadanos. Cristina prefirió al déspota y despreció a los demócratas.
Francia es el país con la retórica más encendida contra los métodos de Putin en Crimea. Alemania es el país más preocupado por la anexión rusa de Crimea; tiene a Ucrania demasiado cerca. La Presidenta acaba de pedirle al presidente francés, François Hollande, que interceda ante el Club de París. Es el segundo error de un Kirchner: creer que Francia tiene una influencia decisiva en ese ámbito sólo porque se llama Club de París. Néstor Kirchner ya se había equivocado de la misma manera con Jacques Chirac, hasta que éste lo educó: "Lástima que los franceses no podemos hacer casi nada ahí", le dijo. Francia tiene sólo el 3% de la deuda en default de la Argentina con el Club de París. Es el tamaño de su influencia y el de su interés.
Hollande fue un presidente evidentemente molesto cuando escuchó a Cristina apoyar la pretensión rusa. Alemania es, en cambio, un acreedor importante de la Argentina en el Club de París. Los sucesivos gobiernos alemanes han venido insistiendo en la necesidad de que la Argentina regularice esa deuda. La definición en favor de Rusia de la Presidenta llega en un pésimo momento para los intereses nacionales, porque es la propia Cristina la que aspira a un plan de pagos acordado con el Club de París.
Europa, débil y en crisis, depende del gas ruso. Washington sabe que una guerra por Crimea podría terminar en una guerra mundial. Rusia tiene todavía los reflejos de una potencia militar y, sobre todo, nuclear. La estrategia es aislar a la Rusia de Putin. Ya la sacaron de hecho del G-8, que volvió a ser el G-7. Francia aspira a expulsarla del G-20. Hollande se lo habría insinuado a Cristina en el reciente almuerzo en París. La Presidenta optó por acompañar a Putin, no por aislarlo. Se lo dijo ayer al presidente ruso durante la conversación telefónica. Ella es, en el fondo, una nostálgica del mundo bipolar, cuya restauración terminarán consiguiendo los que apoyan la expansión territorial de Rusia.
Cristina Kirchner ha sembrado cierta expectativa con demasiadas preguntas en los últimos tiempos. En la semana que pasó estuvieron en Buenos Aires dos diplomáticos, uno norteamericano; español el otro. William Ostik, director del Cono Sur en el Departamento de Estado, y Pablo Gómez de Olea, director de Iberoamérica de la cancillería española, hicieron a sus interlocutores argentinos las mismas preguntas: ¿Las señales de cambio en la política exterior de Cristina Kirchner son creíbles? ¿Serán duraderas? Hablaron con funcionarios nacionales, con políticos opositores y con empresarios. Nadie les dio una respuesta segura.
La subsecretaria de Estado para América latina del gobierno de Obama, Roberta Jacobson, le hizo anteayer las mismas preguntas a Sergio Massa en Washington. Jacobson le describió la eterna condición imprevisible de la Argentina y le preguntó si será siempre igual. "La próxima generación que gobernará la Argentina es la generación de la democracia. Tenemos otras raíces en la política", le dijo Massa. Jacobson se entusiasmó con la explicación, pero terminó pidiéndole que la Argentina se convierta en el nexo entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico (que agrupa a México, Chile, Colombia y Perú). Los países de la Alianza del Pacífico tienen una relación más estable con Washington. Jacobson parecía buscar un futuro más previsible.
Cristina Kirchner se respaldó en las Malvinas para descreer del referéndum de Crimea. Parecía que iba por el camino de los países occidentales, pero aterrizó en Rusia con el mismo argumento. Los británicos podrían usar el antecedente de Crimea en beneficio propio. Si a Crimea se la quedó el más fuerte, ¿por qué no debería suceder lo mismo con las Malvinas? La Presidenta parece empujada hacia un lado por los intereses de su gestión, pero siempre termina ganando su corazón.
Tampoco tiene en la Cancillería a profesionales entrenados para ayudarla a recorrer el vasto y multifacético universo de las relaciones internacionales. Los profesionales de carrera están casi todos en un virtual exilio. Acordó con Irán justo cuando los países occidentales presionaban sobre Irán. Apoya ahora a Putin cuando esas mismas naciones quieren frenar las ambiciones imperiales de Putin. Las preguntas sobre la coherencia presidencial, si es que ella existe, seguirán teniendo el escepticismo como respuesta.