El que pugna por nacer apenas palpita. Habitamos los tiempos finales de Cristina, pero casi no hablamos sino de la Presidenta. Hablamos todos los días de Cristina, y sin embargo, en el fondo, casi ya no nos concierne. Como dicen los chicos, en definitiva, Cristina "fue". Pero los periodistas y los políticos seguimos hablando de ella como si fuera eterna. ¿Cómo explicar esta contradicción?

No nos olvidemos, en este sentido, de que el kirchnerismo empezó por ser una pretensión de eternidad a la que interrumpió bruscamente la muerte súbita de su fundador. Pero la desaparición física de Néstor Kirchner no convirtió por eso al kirchnerismo, automáticamente, en republicano. Un líder o un partido son verdaderamente republicanos cuando aceptan su carácter transitorio, cuando asumen su condición temporal. Desde su origen, al contrario, el kirchnerismo ha sido dinástico, porque imaginó que el poder le pertenecía como una herencia familiar. Para el kirchnerismo, la Argentina es una prolongación imaginaria del territorio de Santa Cruz. Esta proyección ignora un detalle significativo: que la Argentina, con sus cuarenta millones de habitantes, no es Santa Cruz.

Al morir Néstor, sin embargo, Cristina, lejos de convertirse en republicana, redujo la dinastía que había compartido con Néstor a algo parecido a una monarquía. De ahí en más, el poder sería solamente de ella y de nadie más, a menos que el espíritu dinástico que habían compartido con Néstor pudiera transmitirse a Máximo.

En las cuentas del poder que tejía el kirchnerismo, empero, cada día se notó más la ausencia del residuo democrático que aún necesitaba: la aprobación popular. Pero el 27 de octubre último el pueblo, que aún cuenta, le bajó el pulgar. Fue a partir de este pronunciamiento popular que el ciclo de Cristina empezó a agonizar. Si Cristina y los suyos hubieran sido republicanos como en Uruguay o en Chile, el mecanismo sucesorio ya estaría en franco movimiento. Pero el poder kirchnerista es una dinastía trunca, ya que no ha previsto su propia sucesión. El país se encuentra así ante una paradoja al parecer insoluble. Aún manejado por una dinastía sin futuro, que no había imaginado un horizonte inexorablemente republicano, el kirchnerismo se encamina hacia un incierto porvenir.

Es como si un viajero hubiera trazado minuciosamente una ruta que, de pronto, prueba ser intransitable. La Argentina que Néstor y Cristina habían previsto es intransitable. ¿Qué harán? La primera pregunta que salta a la vista no es por cierto sobre Cristina, que ya quedó fuera del juego, sino sobre aquellos que tendrán que reemplazarla en el destino del poder. ¿Quiénes serán? ¿Hacia dónde irán?

Lo primero que a algunos se les ocurre es la convocatoria de una amplia elección interna de la cual nadie quede excluido y a través de la cual podrían surgir los "finalistas" de la próxima carrera presidencial. La idea es atractiva, pero conlleva riesgos. Un primer interrogante sería sobre el papel que en este entrevero la cabría al propio kirchnerismo. ¿La imaginamos a Cristina aceptando mansamente otro escenario en el cual ella perdiera su protagonismo? ¿Imaginamos a los partidos no kirchneristas ocupando competitivamente entre ellos el lugar que ocupaba el kirchnerismo? A poco que se recorra aunque sea tentativamente este camino, la perspectiva de un país resueltamente "poskirchnerista" de aquí a pocos meses se vuelve difícil. El kirchnerismo quiso abarcarlo todo y esto fue utópico, pero también sería irreal, en el otro extremo, hacer como si el kirchnerismo no hubiera existido durante todos estos años.

A medida que nos vamos internando entonces en la maraña del sistema político de un país verdaderamente republicano y a la vez poskirchnerista, la empresa de refundar ahora, en pocos meses, casi desde la nada, un nuevo sistema se presenta como un desafío que debería comprometer los mejores esfuerzos de todos los argentinos.

¿Estaremos a la altura de esta gran convocatoria? En contadas oportunidades, hubo generaciones de argentinos que supieron cumplir con su deber patriótico en horas tan intensas y peligrosas como la de hoy. Pero lo sabían. Desde las guerras de la Independencia en adelante, el país estuvo cerca de zozobrar más de una vez, pero aquellos que una y otra vez lo salvaron quizá tenían una ventaja que nosotros no tenemos: eran conscientes del peligro. Sabían de qué se trataba. A lo mejor no nos hemos dado cuenta todavía de que al poskirchnerismo lo espera un formidable desafío: caer en la cuenta de dónde está y actuar en consecuencia.