Agregar valor a la producción agropecuaria es un desafío que todos los productores quisieran asumir, pero no siempre es fácil llevarlo a cabo. Antonio Bouzada, entrerriano, duplicó la apuesta en ese sentido y está agregando valor a un lado y al otro del “charco”.
Clarín Rural lo visitó en su campo Santa Rufina, en Trinidad, en el centro del Uruguay. Al otro lado del río Uruguay, el productor está buscando replicar el modelo de producción que tiene en Argentina, basado en la integración y en la intensificación agrícola.
Paraje Rocío, una empresa de Bouzada, gerencia los campos propios y arrendados en el país oriental. Trabaja un total de 5.700 hectáreas, de las cuales 1.550 son propias y el resto arrendadas. Dentro de la superficie propia, Santa Rufina tiene 950 hectáreas y El Tala, el otro campo, 600.
Bouzada, con unos diez años de experiencia previa en la producción agropecuaria, llega a Uruguay en el año 2007. En ese momento adquiere Santa Rufina, con un claro objetivo, que él resume: “La idea es exportar el ‘know how’ a distintos países y de esa forma aprovechar las ventajas competitivas que ofrecen”.
Para él, llevar todo el conocimiento a Uruguay significaba trasladar toda la experiencia fundamental acumulada en la producción agrícola con el riego y la transformación de las materias primas en proteína cárnica de mayor valor.
Bouzada es abogado de profesión y viene completamente de otro “palo” al de la agricultura. Tiene un laboratorio que produce ingredientes activos farmacéuticos en Paraná, Entre Ríos. Cerca de ahí, en Victoria, tiene su campo insignia, San Fernando, que es el modelo que él busca reflejar en Uruguay. En San Fernando tiene producción agrícola de punta y una granja de cerdos de 800 madres en producción, que comenzará a trabajar a pleno en abril. En este modelo de integración, la agricultura produce todo el alimento de la granja y parte de él se industrializa como aceite o expeller. Además, junto a un grupo de empresarios entrerrianos, y apoyados por el gobierno provincial, están desarrollando un proyecto acuícola, cuenta el productor. Dentro de este negocio, cada una de las partes tendrá una función distinta, explica Bouzada. En el caso de él, fabricará el alimento especial para la alimentación de los peces.
Y, como todo tiene que ver con todo, en Uruguay, Bouzada también está planeando su propio proyecto acuícola, de producción de caviar. De esta manera, el alimento que elabore en Argentina lo exportará al otro lado del Río Uruguay para alimentar a los esturiones, el pez que produce el caviar (Ver El agua y...).
En Santa Rufina, parte de la producción agrícola está bajo riego. “Yo me fabriqué mi propia agua”, dice Bouzada, referiéndose a la obra hidráulica que hizo en el campo y que consistió en convertir una gran cañada en un represa de 35 hectáreas, ya que en Uruguay es muy difícil tener agua de napa en los campos. De ese espejo de agua toma la necesaria para regar 400 hectáreas del campo y en ese mismo lugar criará a los esturiones.
“En Santa Rufina tenemos el brazo de riego más largo de Uruguay. Tiene 980 metros”, señala el productor, quien se valió de las ventajas impositivas que ofrece la Ley de Inversiones uruguaya para la compra del equipo.
“Por sobre la inversión del riego, nos descuentan el 51% de impuestos. Es decir, que el equipo nos cuesta la mitad”, apunta, con asombro, Bouzada.
Por otra parte, en este momento, en la represa, se están haciendo los estudios de prefactibilidad, técnicos y financieros, del proyecto de la cría de esturiones. El riego es una pata más del proceso de intensificación que el productor hace en Santa Rufina, un campo que tiene un pasado completamente ganadero, como ocurre con muchos campos uruguayos. Allí, Bouzada tiene una rotación clásica. Se hace trigo o cebada/soja de segunda-maíz-soja de primera.
En este momento, a partir de la reunión de datos de rendimientos históricos que vienen haciendo, comenzarán con el desarrollo de la agricultura por ambientes.
“En los campos uruguayos hay mucha variabilidad ambiental entre los buenos y los malos sitios. Entonces todas las prácticas de manejo diferencial tienen un alto impacto en el resultado”, dice Pablo Bruzzoni, asesor externo de Bouzada en los campos de Victoria y Uruguay. Por su parte, Horacio Amavet, administrador de San Fernando (Entre Ríos) y de los campos en Uruguay, comenta que hasta el momento el manejo es homogéneo para todos los ambientes del campo. “Se trabaja con dosis de fertilizante de 160 kilos/ha de urea en trigo, 260 kilos/ha en maíz con riego y 190 kilos/ha en secano de maíz. Además el maíz recibe 140 kg/ha de fosfato monoamónico (MAP) cuando se lo riega y 100 kg/ha de MAP en secano”, ejemplifica Amavet. Y agrega: “No hay notables deficiencias de otros nutrientes, como potasio o azufre; en cambio, la gran limitante es la profundidad de los suelos”.
En este momento toda la superficie agrícola de Santa Rufina está sembrada con maíz y soja, que pueden ser de siembras tempranas o tardías, de acuerdo a la rotación. “Los materiales tardíos de maíz se comportan mejor que los tempranos, en esta zona”, dice Flavio Barreto, argentino, y gerente de Santa Rufina y El Tala, que añade que toda la producción se vende como grano.
La visión argentina para agregar valor a la producción agropecuaria está
clara, solo necesita de un contexto adecuado que le permita instalarse y crecer.
MAS INFORMACION
El agua y los peces
“Uruguay es el tercer exportador de caviar del mundo; primero está Rusia y en segundo lugar Francia”, dice Luis Compagnucci, biólogo y asesor acuícola argentino. Compagnucci está asesorando a Antonio Bouzada, productor agropecuario argentino y que también produce en Uruguay, en un proyecto de caviar.
El caviar son los huevos no fecundados de los esturiones. Bouzada, a partir de una represa que construyó en su campo, Santa Rufina, planea criar ahí los esturiones.
En esa represa, entre Bouzada y Compagnucci planean poner jaulas para criar al pez, lo cual ocupará una superficie efectiva de entre 1.200 a 1.500 metros cuadrados.
De acuerdo a lo que comenta Bouzada, la obra incluyó un gran movimiento de tierra que duró unos tres meses y tardó ocho meses en llenarse. Para esta campaña, en la que la sequía se instaló en el momento crítico del maíz, el riego fue clave, ya que permitió sostener la producción.
“El nivel de agua en la represa bajó dos metros porque se aplicaron 320 milímetros al cereal en el momento de máxima demanda”, dice Bouzada.