Terminado un acto oficial en la Casa Rosada en noviembre pasado, la presidenta Cristina Kirchner se asomó por un balcón al Patio de las Palmeras y desde allí, con tono de satisfacción, anunció que la tasa de desempleo había vuelto a bajar, para ubicarse en el 6,8% en el tercer trimestre de 2013.
Pero una lectura simple del informe difundido por el Indec ofrecía la prueba de que, en realidad, no había nada que celebrar. Por el contrario, había motivos para preocuparse. El índice de desempleo había resultado de 6,8% contra el 7,6% de un año atrás. Pero la tasa de actividad (proporción de personas de la población que trabajan o buscan hacerlo) había caído casi un punto en el mismo período. Y como el desempleo es un porcentaje calculado sobre el universo de personas activas, ese sólo hecho de que muchos habían abandonado la búsqueda de trabajo -muy probablemente por desaliento- explicaba el porqué de la caída de la desocupación en el mismo período en que se destruyeron puestos de trabajo: concretamente, 102.000 sólo en los 31 centros urbanos relevados y según datos de la encuesta oficial.
Al margen de las cuestiones insólitas del informe -para Resistencia, por caso, no se calculó el desempleo porque el índice daba por debajo de 0,4%, lo que equivale a una situación de pleno empleo-, esa explicación implícita de la caída del desempleo estuvo en línea con el análisis de varios economistas, que se sostiene, entre otros datos, en los relevamientos hechos en empresas. El mercado laboral está en problemas y cae el porcentaje de empresas que espera incrementar sus dotaciones, a la vez que sube el de las que prevén reducirlas: según una encuesta de SEL Consultores, este último indicador se elevó de 3 a 12% entre fines de 2012 y de 2013.
El escenario se presenta más complicado aun, porque al mayor riesgo de desempleo se suma una negociación salarial que se prevé muy conflictiva, dada la lógica aspiración de los sindicatos de evitar una pérdida de poder adquisitivo, contra la incertidumbre sobre el nivel de actividad.
El empleo en el sector privado ya muestra signos preocupantes desde 2007, cuando dejaron de observarse mejoras. En los últimos tiempos, y según diferentes análisis, hubo por caso un avance del cuentapropismo, lo que habla de puestos precarios, que ahora podrían estar perdiéndose. De hecho, el empleo registrado mostró, incluso para el tercer trimestre de 2013 y en la comparación interanual, una leve mejora, lo que hace suponer que la caída de puestos afecta más, como suele ser al inicio de una crisis, a la población más desprotegida.
Y en el empleo formal, desde hace años el crecimiento es impulsado con mucha más fuerza por el Estado. Por cada 100 empleados que había en el sector privado en 2007, hoy hay otros 14, mientras que por cada 100 estatales de entonces hay ahora 36 más.