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Por lo tanto, la gran pregunta que se hacen es qué vida hay después de Cristina o más allá del Frente para la Victoria. Todavía no tienen respuestas sino que intentan diagnósticos. Aquí algunos de ellos:

"(...) A lo sumo puede formularse el dilema que se desenvolverá en el próximo año y medio: El kirchnerismo consigue hacer pie en ese núcleo duro inconmovible, llega con un candidato propio a la disputa electoral y se consolida como una nueva identidad política con la que sea imprescindible contar de ahí en más, bajo la conducción de Cristina (ya sea que ese candidato se imponga, por dentro o por fuera del PJ, o que retenga un porcentaje apreciable de los votos, no inferior al 20 por ciento); o bien se diluye sin pena ni gloria y estos años se recordarán con nostalgia como una encarnación efímera del justicialismo, igual que antes el menemismo."
Ha decidido volver a escribir acerca de la coyuntura el columnista político más conocido del mundo K, Horacio Verbitsky, quien intenta recuperar la moral de las tropas y, tal como hizo luego de la derrota electoral K de 2009, convoca a articular una fuerza electoral futura propia de lo que fue el kirchnerismo. Deberá recordarse que esa convocatoria fracasó en 2009, Néstor Kirchner se volvió a recostar sobre el PJ para intentar recuperarse y no le iba muy bien, provocando su angustia y así terminó muriéndose en 2010, desgracia fortuita que, sin embargo, permitió el triunfo de Cristina en 2011 a través del marketing del luto. ¿Cuál sería la fuerza electoral propia a la que apela Verbitsky? ¿Unidos y Organizados? Hay un error fundamental en la percepción de Verbitsky: no considerar que el abanido de los K fue puro clientelismo, gasto público excesivo, apoyo prebendario. Nunca fue militancia, al menos en su gran mayoría. Tarde o temprano el ajuste tendrá que ir sobre el gasto público porque, de lo contrario, la estanflación se devorará a todos (y a todas), y en ese ajuste recibirán recortes los privilegiados del régimen, los subsidiados por Cristina. Desde Página/12 y el CELS, probablemente él tendrá una visión más consolidada en qué consiste todo ese mejunje. Pero comencemos por su texto:
 
Horacio Verbitsky en Página/12:
 
"(...) El gobierno ha ingresado a una curva cerrada, pero tiene resto para disminuir la velocidad y tomarla sin derrapar ni perder el rumbo. Para más adelante quedará la evaluación del daño, económico, social y político. No tiene sentido negar que se trata de un ajuste, pero tampoco perder de vista su carácter heterodoxo y la decisión de atemperarlo con todo tipo de medidas que no desamparen a la base social del kirchnerismo. Este no será un año de avance, pero esas políticas pueden minimizar el retroceso.
 
(...) Es imposible responder en términos binarios si la fijación del tipo de cambio en 8 pesos por dólar fue una imposición de los productores y exportadores que se negaron a liquidar más de un décimo de la cosecha de soja, o una decisión soberana del gobierno nacional. El ministro Axel Kicillof prefería tipos de cambio diferenciales, pero no convenció al Poder Ejecutivo. La alternativa fue acelerar el ritmo de la devaluación, para acortar la distancia entre la cotización oficial y la ilegal del dólar. Esto pareció funcionar en las primeras semanas. 
 
Pero los exportadores agropecuarios advirtieron que si la cotización clandestina seguía como su sombra a la legal conseguirían un logro al mismo tiempo económico y político: forzarían una nueva aceleración devaluatoria y convertirían una reivindicación sectorial en el sentido común de la sociedad. Nunca antes lució tan racional el discurso de los ruralistas: a esa velocidad, “¿quién puede confiar en el peso que se le hace agua en las manos?”, como preguntó Etchevehere. En ese punto, el gobierno apretó el acelerador y recién clavó el freno en 8. La sacudida fue fuerte, como el impacto sobre precios y poder adquisitivo del salario. 
 
Para el gobierno ese número es un techo a sostener, para los exportadores un piso desde el cual planificar el ataque sobre las retenciones. Pero además, y como tardía compensación a la persistente falta de instrumentos de ahorro para quienes tienen excedentes, vino el aumento en la tasa de interés, cuyo daño colateral sobre el nivel de actividad aún no puede evaluarse. 
 
Las reservas perdidas fueron significativas pero bien empleadas, porque tendieron un puente hacia la liquidación de la próxima cosecha. Aún así, pasada la corrida, la brecha superior al 50 por ciento sigue siendo una incitación peligrosa. De abril a septiembre ingresará al cofre del Banco Central buena parte de lo que permitió salir ahora. 
 
Lo que pase a partir de octubre dependerá de otras variables: si el gobierno volverá a utilizar el tipo de cambio como freno de mano antiinflacionario, qué ocurrirá con el Club de París y los holdouts, la proximidad de la renovación presidencial.
 
(...) El mecánico Ricardo Pignanelli y el metalúrgico Antonio Caló han sido los dirigentes de la CGT más comprensivos con la maniobra económica iniciada por el gobierno para salir de la trampa de los paralelos frenos cambiario y comercial, porque sus sindicatos están entre los que más crecieron desde 2003. Pero ahora serían los principales afectados por la corrección de ambos trastornos comerciales. Caló planteó una moderación de los reclamos salariales a cambio de un compromiso de mantenimiento de los niveles de empleo. 
 
La fragmentación sindical tampoco facilita las cosas. Los docentes privados de la CGT anunciaron un pedido de aumento del 61 por ciento, una cifra irreal de la que no les costará retroceder sin costo, ya que no deben responder en asambleas ante poderosas bases organizadas, a diferencia de la Ctera que forma parte de la CTA. 
 
Todos ellos coexisten, además, con otros dirigentes enrolados en la política de oposición, como Luis Barrionuevo y Hugo Moyano, cuyo petardismo verbal los asocia con marginales como Jorge Yoma, muy locuaz desde que le pidieron cuentas por sus gastos como embajador en México, o el ex senador Eduardo Duhalde quien, como el diario La Nación, lleva años penando por que se hagan realidad sus vaticinios sobre el final apocalíptico del kirchnerismo. 
 
(...) Además de la fidelidad de su base a Cristina, el gobierno cuenta entre sus activos con la falta de confluencia entre los intereses de los sectores dominantes. Sólo en ese sentido la situación es similar a la de los últimos años del alfonsinismo, cuando los acreedores externos competían con los grupos locales subsidiados por los escasos recursos que le quedaban a un Estado en bancarrota y sin acceso a los mercados internacionales.
 
(...) Apreciar el dólar y/o suprimir las retenciones es un programa del sector agropecuario al que adhirieron algunos dirigentes, como Hermes Binner, Elisa Carrió y Sergio Massa, pero que disgusta al sector industrial productor de bienes no transables y a los prestadores de servicios públicos, donde siguen prevaleciendo las empresas extranjeras. La modificación de precios relativos y el desfinanciamiento del Estado van en contra de ellos y no sólo de los trabajadores, porque de allí deberían salir los recursos que se resignen. Unificar esos intereses contrapuestos es una tarea para genios políticos y económicos, que no abundan.
 
(...) Las consecuencias políticas de todo esto son una incógnita que nadie puede dar por resuelta con alguna seriedad y lo único que proliferan son operaciones interesadas en favorecer alguna de las hipótesis. A lo sumo puede formularse el dilema que se desenvolverá en el próximo año y medio:
 
El kirchnerismo consigue hacer pie en ese núcleo duro inconmovible, llega con un candidato propio a la disputa electoral y se consolida como una nueva identidad política con la que sea imprescindible contar de ahí en más, bajo la conducción de Cristina (ya sea que ese candidato se imponga, por dentro o por fuera del PJ, o que retenga un porcentaje apreciable de los votos, no inferior al 20 por ciento); o bien
 
Se diluye sin pena ni gloria y estos años se recordarán con nostalgia como una encarnación efímera del justicialismo, igual que antes el menemismo. (...)".
 
Carta Abierta
 
El colectivo K tiene un enfoque muy obsoleto de la situación. Ha decidido salir en defensa de la Administración Cristina pero, por ejemplo, no menciona que todas las empresas que cuestiona le acaban de anticipar US$2.000 millones (o US$1.820 millones) al Banco Central, cuando no correspondía que lo hicieran. Luego, no tienen una respuesta coherente para la devaluación del peso. Para ellos -todos supuestos intelectuales que cargan una considerable apatía repecto de la consolidación de su formación, déficit que intentan sustituir con torpes elucubraciones- no existe una inflación terrible, provocada por desaciertos de la Administración Cristina, que provocó la distorsión de precios relativos que les obligó a la devaluación del peso. Carta Abierta, en su profunda ignorancia, elabora diagnósticos que carecen de rigor económico y menciona, al pasar, su deseo de controlar el uso de semillas transgénicas en la siembra como si eso resolviera el déficit fiscal abrumador en que sigue incurriendo la Administración Cristina, motivo por el cual ahora llega el ajuste de las tarifas de servicios públicos. Pero, en definitiva, Carta Abierta es un grupo de presión integrante del universo K, que permite comprender qué está ocurriendo en gente de tan escaso intelecto que ha abusado de la Argentina durante más de 1 década. Ellos sesionaron en la Biblioteca Nacional.
 
Texto del documento N°15 del colectivo Carta Abierta, titulado "La Patria en peligro":
 
"No es a menudo que surge esta idea de fuerte raigambre en todas las épocas, recordable en las grandes jornadas libertarias del siglo XIX en Latinoamérica y Europa, que es parte de un llamado urgente y a la vez de una inevitable vocación de activismo. Un puñado de grandes empresas (Cargill, Noble Argentina, Bunge Argentina, Dreyfus, Molinos Río de la Plata, Vicentín, Aceitera General Deheza, Nidera y Toepfer) que exporta más del 90 por ciento del grano, aceite y harina de soja argentinos, histórica base de la riqueza y la producción del país, ha organizado un cepo financiero sobre el Gobierno, obligándolo a tomar medidas difíciles y comprometedoras del futuro del país, como la devaluación, más allá de que, en el momento de jaque final, el propio Gobierno haya dejado correr esa presión asfixiante del mercado exportador para poder retomar la iniciativa a partir de una devaluación no deseada. Es grave. No es un simple episodio más de la historia económica nacional. Las grandes organizaciones agropecuarias tienen todas fuertes vínculos internacionales, financieros, comunicacionales y siempre están dotadas para producir el espejismo de que sus intereses coinciden con los de una gran parte de las desconcertadas clases medias argentinas.
 
Lo cierto es que han conseguido forzar e imponer una depreciación del peso no querida por el Gobierno ni conveniente para las mayorías populares, y tienen la estrategia de profundizarla a niveles sustancialmente mayores. Hay que reconocerlo y, en un momento particularmente dramático, reponer nuestras fuerzas y dignidad para la lucha, pues esto exigirá grandes esfuerzos para que la devaluación no recaiga en los amplios estratos de las clases populares, históricamente las más perjudicadas con este tipo de medidas. La defensa de los “precios cuidados” es en ese sentido una tarea primordial. Suele verse exageración o grandilocuencia cuando se denuncia que esta situación incita a la desestabilización política, pero lo cierto es que aunque esto pueda no estar en la táctica inmediata de los grandes grupos amparados en las nuevas tecnologías de la globalización, en una sociedad castigada y temerosa, el resultado de sus acciones puede ser imprevisible. Estos sectores provienen de los primeros tiempos de la organización nacional argentina, momentos en que se configuraron como una oligarquía dócil a la división internacional del trabajo, aunque en su seno no dejó de haber impulsos proteccionistas y una apuesta a ciertos modos de intervencionismo estatal en el mercado de granos y carnes, justamente en la época del conservadurismo previa a la irrupción del peronismo y en el contexto de la gran crisis.
 
Viejos y nuevos grupos, siempre pocos, ahora de mayor espesor y concentración de su economía y específica relación con las políticas vinculadas a las potencias mundiales de esta etapa histórica de la modernidad, asedian al gobierno popular encabezado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que tomó medidas de gran significación para democratizar la sociedad avanzando en la inclusión, la ampliación de derechos y la redistribución de la renta nacional a favor de las mayorías nacionales, tanto de las clases medias como de los sectores más carenciados. Ese asedio es posible porque están pendientes de cerrar los amplios márgenes de maniobra que aún conservan estos grupos monopólicos.Ahora, con nuevas tecnologías de siembra y amparados en grandes fábricas de semillas transgénicas –cuyo uso y regulación debe ser parte de un amplio debate– han reorganizado socialmente el campo de la producción agropecuaria, con trazados tan novedosos que los viejos productores y arrendatarios (de antiguo cuño genuinamente productivo) han decidido asociarse a los horizontes construidos con la expansión de la frontera productiva de la soja, cambiando el perfil de las relaciones económicas y de clases sociales. El modo de propiedad, que para muchos significó hace un siglo protestar contra los latifundios, hoy se expresa en una privatización facciosa de la renta agraria, basada en la hipótesis magna del rechazo ciego a las necesarias intervenciones estatales, como poder público democrático representante de la nación y su equilibrio de intereses a favor de la población más desfavorecida e históricamente castigada por ajustes y teorías sobre las restricciones salariales, como variables compensatorias que tributan al imperio del capitalismo globalizado. Estos actores, concentrados fundamentalmente en la Pampa Húmeda, se apropiaron de manera excluyente de la denominación “campo”, mientras la mayoría de los campesinos del país situados en otras regiones resisten, porque los amenaza y perjudica, el modelo agrario que aquellos instalaron y cuya intensificación predican.
 
Es necesario recrear la imaginación histórica de una cadena de acontecimientos que tienen que contar nuevamente con gran apoyo popular. Quienes se sintieron alguna vez llamados por un conjunto de decisiones gubernamentales, cuyos grados de imperfección o de error están y deben estar en discusión, pero que tuvieron clara vocación de autonomía y soberanía nacional y social, y asimismo de justicia emancipatoria en todos los ámbitos de la vida económica, pública y cotidiana, deben nuevamente realizar un examen de su vocación política. Nos esperanza que el resultado de ese examen, hecho por hombres y mujeres que apoyan al Gobierno, o que lo apoyaron y se sienten desencantados, o que se guían por trazados políticos que pueden ser secundarios si las cuestiones en juego son mayores (por eso, socialistas, autonomistas, liberales, nacionalistas, radicales, peronistas, izquierdistas, republicanos, son destinatarios de esta interpelación), los haga ser quienes piensen las grandes disyuntivas sociales, sin la neblinosa cortina de cenizas que imparten los magnos catecismos de la piqueta del demoledor o la pala del enterrador. Una gran restauración del viejo país oligárquico está pronta a mostrar sus dientes de hierro, lo que serían sus herramientas de ajuste, que pretenden que, en una transición aleccionadora se empleen como prólogo, por un gobierno que supo tener consecuencia en políticas opuestas a esa lógica antipopular. Vienen con su populismo de turno, sus escribidores de estación, sus periodistas de cosecha unánime, aunque quizá sin sus juntas reguladoras del comercio exterior, como sus antepasados, sin embargo, supieron constituir.
 
Un nuevo estilo movilizatorio, una confluencia de fuerzas grupales e individuales, nuevas ideas para la defensa de lo valioso que significa esta experiencia, que no es una falsía, aunque pueda estar rodeada de grandes descuidos, es lo que se reclama. Este proceso transformador, conducido por Néstor y Cristina Kirchner, ha sido una recreación de las militancias y el fervor público nacional, ancladas en una larga memoria popular que no tiene propietarios, con ritualismos tal vez que no por repetitivos dejaron de acompañar los procesos populares. El proyecto que se ensayó esta vez, amplio, democrático y plural, posee una necesaria juventud que ningún momento histórico debe rechazar, aunque sí emplazar dentro de vastas alianzas sociales, hoy mermadas. Ahora debemos sentirnos a las puertas de una nueva movilización, preparada con responsabilidad y pasos precisos que ramifiquen el llamado. Los temas cruciales que laten en las bocas y corazones podrán convertirse en nuevos cánticos, deberán tornarse motivo de interés masivo por medidas y cambios institucionales trascendentes y necesarios desde hace tiempo, para avanzar en mecanismos que establezcan el manejo estatal del comercio exterior. Nuestro país ha visto cíclicamente amenazados, boicoteados y truncados proyectos de desarrollo nacional autónomo por la restricción externa, es decir, por la insuficiencia de divisas. Estas son el recurso clave para la continuidad y profundización de dinámicas progresivas. Por lo tanto resulta indispensable sustraer la disposición sobre éstas del chantaje monopólico y garantizar su control gubernamental. Será necesario avanzar en la creación de las instituciones que lo hagan posible, lo que implicará una disputa de intereses que no ahorrará conflictos, razón por la que se impone generar un movimiento de opinión y la movilización social (como ocurrió con la Ley de Medios Audiovisuales) que acompañe la consecución de ese objetivo auténticamente democrático. La soberanía en la disposición de las divisas requerirá avanzar en otras áreas para reforzar o establecer el control estatal y social (por ejemplo, a los puertos privados), mayores regulaciones al capital especulativo y al sistema financiero, especialmente a la banca de propiedad extranjera, entre tantas. Estos objetivos no pueden ser otra cosa que las banderas de un patriotismo constitucional y social, que vea las acechanzas y dificultades y no se atemorice cuando deba salir al espacio público para señalarlas y conjurarlas.
 
En este momento de agudo peligro para las esperanzas y el futuro de millones de compatriotas, sentimos la necesidad de este llamado que recoge los ecos de muchas de las luchas encarnadas por variadas tradiciones políticas del país. Escuchemos todos, escuchémonos a tiempo."