La ofensiva obedece a un convencimiento: sostienen que el ministro demostró una gran incapacidad para enfrentar la crisis y que sus acciones profundizaron, en lugar de aplacar, los problemas económicos.

También lo acusan de impericia en la aplicación de las medidas y, básicamente, de correr detrás de los acontecimientos.

Hasta ahora, su gestión devaluó el salario y reflotó una nefasta puja económica: tasas de interés versus dólar, cuya competencia genera desaceleración económica e inflación. Los dirigentes más peronistas del Gobierno le cuestionan sus dudas en hacer correcciones, y los más progresistas, llevar adelante un desordenado ajuste ortodoxo. Esa posición es apoyada por varios ministros de Cristina Kirchner. El propio Julio de Vido, Florencio Randazzo y hasta Agustin Rossi.

Daniel Scioli no dudó en mostrarse en público con tres economistas críticos de Kicillof. Habló con Roberto Lavagna y se fotografió con Mario Blejer y Miguel Bein. También existe preocupación en las cúpulas de los movimientos sociales kirchneristas. El recrudecimiento inflacionario deteriora los fondos que controlan y reparten como base del clientelismo político. En enero, la inflación fue del 4,5 % y se espera (por la devaluación) un índice mayor en febrero.

La proyección anual da 50 %.

Todos coinciden en que no deben repetir el error político que cometieron frente a la inconsulta designación de Amado Boudou como vicepresidente. Se callaron. Ahora no están dispuestos al silencio absoluto, porque admiten que, de persistir la mala administración de Kicillof, se deterioran aún más el poder de Cristina y las chances futuras del peronismo.

En otras palabras, nadie en el oficialismo –salvo Cristina Kirchner– está dispuesto a rifar su carrera política por la “mala praxis” de un equipo económico que ni siquiera es peronista.

La cuestión ya le fue planteada en privado al jefe de Gabinete. La estrategia es la siguiente: -Dejarlo actuar a Kicillof, pero sin ningún tipo de cobertura política.

-Abrir un plazo hasta abril, para ver si logra revertir el desconcierto económico.

En caso contrario, pedir a la Presidenta su reemplazo por una figura que tenga consenso en el justicialismo.

“Kicillof no es peronista, él mismo se define marxista. ¿Por que lo vamos a ayudar y hundirnos con el ministro?”. La frase surgió en una reunión secreta de gobernadores, con autoridades de la ANSeS y del BCRA. Los gobernadores insisten en que hay figuras de confianza de Cristina más capacitadas que el actual equipo económico. Hablan de potenciar a Juan Fábrega y muchos prefieren a una figura con consenso entre los gobernadores, como Diego Bossio.

Scioli, por su parte, alienta la llegada de Mario Blejer en caso de que Kicillof siga a los tumbos. Blejer lo desmintió, pero la información se evaluó el martes en la Unión Industrial Argentina. La central fabril rompió su silencio y reclamó dos cosas, en un documento formal.

Primero, diálogo y final de la confrontación política. Pero también mandó “un Exocet” al Palacio de Hacienda: reclamó “un plan económico, para darle previsibilidad a la economía”. El documento fue un pedido de la Copal, después de que varias compañías de alimentos fueran auditadas y presionadas por la Secretaría de Comercio. Guillermo Padilla planteó: “¿Cómo la UIA se va a callar en este momento? Hay inquietud en todas las empresas”.

Alejandro Bulgheroni convocó a una reunión de técnicos y empresarios para tratar la situación. Fue en su casa y ahí se habló del futuro de Kicillof.

El ministro está al tanto de todos estos movimientos políticos contra su permanencia en el cargo.

Hace unas jornadas reunió a su equipo y convocó a economistas de confianza del CENDA, su centro de estudios.

Ahí blanqueo la situación y fue terminante en una definición. Así lo dijo: “Tengo todo el apoyo de Cristina”.

Pero se vio a un equipo muy superado por los acontecimientos y con mucha soledad política. Kicillof fue atrás de los acontecimientos con la devaluación y esta semana tuvo que tragarse varios sapos. El Banco Central le dobló el brazo con la estrategia monetaria y el aumento de las tasas. Juan Carlos Fábrega también impuso su criterio, al disponer la medida que obliga a los bancos a reducir la tenencia en activos externos.

La astuta decisión aplacó el mercado de cambios. Pero es una jugada de coyuntura, que no resuelve el problema de fondo.

Kicillof viene golpeado por su malogrado viaje al Club de París.

Clarín confirmó que el plan que llevó consiste en tres acciones: 2.000 millones al contado; el resto en bonos argentinos; y una inmediata reapertura de los préstamos de proveedores para la Argentina. Así, pretendía entregar una promesa de pago a cambio de la reapertura de líneas de crédito destinadas a financiar la compra de combustible y aliviar el frente externo.

Pero Ramón Fernández, el titular del Club, desacreditó la iniciativa. Primero dijo: “La Argentina, como miembro del Club de París, debería saber que no aceptamos bonos como parte de pago de deudas en default”. Y siguió: “Los créditos a proveedores, la Argentina tiene que negociarlos con cada país acreedor y no con nosotros”.

Kicillof se quedó mudo.

Un día después, la corrida se hizo imparable en Buenos Aires y derivó en la abrupta devaluación. Sólo logró un pírrico premio consuelo: en Francia quedó claro que desplazó a Hernán Lorenzino de una eventual y futura negociación para volver a endeudar a la Argentina.