Guillermo Moreno cree que la venganza es un plato que se come frío. Y espera que, más temprano que tarde, a pesar de sus resonantes fracasos, la situación desborde las actuales impericias y vuelva a ser su hora.
El ex secretario de Comercio, que fue relevado por Cristina a pedido de Kicillof, debe viajar a Italia como agregado comercial, pero todavía se lo ha visto merodear las inmediaciones de su ex oficina.
Las desmesuras de Moreno –una práctica que el ex funcionario aplicó sin freno– sólo puede producir nostalgia en aquellos que suponen que la prepotencia sustituye a la racionalidad para identificar las causas de los desequilibrios actuales de la economía y actuar en consecuencia. En esa cruzada, las principales piezas del equipo que lo secundó quedaron a la intemperie luego de haber ido más allá de la prudencia en la obediencia.
La inflación que intentó, en vano, ocultar Moreno y que ahora, también, se subestima peligrosamente, está creciendo con vigor y no hay razón a la vista para que no sea un factor central en la discusión salarial por venir.
Aunque se apele a cualquier eufemismo para evitar llamarla por su nombre, la inflación ya está instalada en el lenguaje oficial. El ministro de Economía también recurre a artilugios pero, se supone, intuye que es un problema robusto que no se puede resolver con acuerdos precarios de precios que, para tener alguna vida, necesitan de un respaldo político de un volumen que en este momento la administración no dispone. Peor: a medida que avance la transición, el poder irá irremediablemente menguando.
Por otra parte, los sindicatos se preparan para las paritarias y ya se sabe, de viva voz, que el piso del planteo salarial será 30 por ciento. Los dirigentes tienen presión de sus bases y, al mismo tiempo, deben competir con sectores de izquierda que les disputan el liderazgo. Por eso, es difícil que se apeen de su propuesta.
El Gobierno pretende, por supuesto, que se moderen los reclamos. Teme que la hoguera de la inflación se avive por el reflejo en los precios. Kicillof ya ha descartado que la devaluación pueda incidir en los precios, afirmación que dejó absortos a expertos en economía. Quizá también piense que el alza de salarios tampoco empuje el costo de vida. El ministro ha dicho, vale recordarlo, que el nuevo sistema para ahorrar en dólares apunta a permitirle atesorar divisas a los que menos tienen, en una afirmación que no tiene mucho asidero en la realidad.
Todo está hojarasca para tratar de desviar la atención sobre una devaluación que corrija el atraso del tipo de cambio y trate de planchar el precio del dólar paralelo.
La brecha ayer entre el oficial y el dólar negro fue de 56%.
Esta situación tiene mucho de déjà vu.