Sube el dólar, bajan las reservas. Los sinceramientos tarifarios empujan más la inflación. Se disparan los precios. El retraso de los salarios se empieza a sentir. Moyano habla de aumentos del 30% y todavía no empiezan las paritarias más pesadas. La CGT oficialista sigue esperando una migaja del Gobierno pero el Gobierno, en serio, no le da nada. Los puestos de trabajo que se crean ya serían menos que el crecimiento vegetativo del mercado laboral. Esto se llama más trabajo precario y en negro. Los gremios burbujean internamente. Tienen la presión por el deterioro de la economía y en varios hay elecciones este año. Allí la izquierda clasista le muerde los garrones a la dirigencia tradicional y la variable de ajuste es el endurecimiento en los reclamos. El año sindical va a estar muy movido, puertas afuera de los gremios. Mientras tanto, de inversiones sólidas ni soñemos y de la inseguridad, mejor ni hablar.

Hay un gran actor sobre este escenario: el Gobierno. Que sigue siendo el vector principal de la política y la economía, aún con la derrota electoral de octubre a cuestas y la percepción del fin de ciclo que se consolida cada día. Pero actúa con el libreto equivocado, o sin libreto, o con figurantes que recitan parlamentos superpuestos y contradictorios. Su gran estrella, la Presidenta, no está o está poco. Se hace lo que ella quiere, lo que ordena, o lo que se supone que querría y ordenaría. Pero no se ve un rumbo cierto, una estrategia eficaz, un equipo cohesionado. La claque se deshilacha. El núcleo duro muestra señales de descomposición. Y el vacío sigue allí, sin dejar adivinar en el horizonte cuándo y dónde está el punto de llegada, el final de la incertidumbre.

Los médicos de la Presidenta aseguran que, desde el punto de vista que ellos atienden, la paciente está bien considerando el cuadro severo que atravesó hace apenas tres meses. Pero al mismo tiempo, los últimos datos que se filtran desde el Gobierno ponen en interrogación el espesor emocional de la Presidenta para atravesar aún largos territorios de contrariedad personal y política.

Sucede esto en un contexto curioso. La economía tiene problemas severos pero está lejos aún de una crisis terminal como las que los argentinos hemos tristemente conocido. La situación social muestra signos preocupantes, pero no hay estallidos subterráneos que hoy puedan detectarse. Las instituciones funcionan a medias, contaminadas, envilecidas, incompletas, pero sin señales de derrumbe a la vista.

Es la defección temporal, pero sostenida, del gran actor y su estrella, lo que hace que la política funcione con el almanaque acelerado. Como si hubiese cosas que pudiesen suceder en tiempos más cortos que los previstos para que sucedan.

Con todo lo delicado que supone, hoy un tema de análisis en cualquier mesa política, económica, empresarial o sindical, es cómo el Gobierno llega sin traumas mayores al recambio presidencial en diciembre de 2015.

Hay cosas espantosas que se dicen sin que nadie se espante

Hace 48 horas un dirigente fuerte de la CGT oficialista, Roberto Fernández de los choferes de micros, pataleó porque el Gobierno no escucha a los gremios.

“Tenemos que hablar, conversar, pero lamentablemente no hay presidente”, dijo

Hace apenas dos semanas, Clarín y La Nación publicaron artículos en los que se consignaban movimientos en el Congreso vinculados a eventuales situaciones de crisis para este año.

Se escribió, sin eufemismos, que en el Senado se estudiaba la consagración en febrero, como nuevo presidente del cuerpo, de un peronista con peso político propio en reemplazo de la tucumana Beatriz Rojkés de Alperovich. La idea impulsora era “equilibrar la debilidad que supondría tener a Amado Boudou a cargo del Ejecutivo, ante otra eventual licencia de Cristina”. Y se publicó que previsiones similares se evaluaban en las cercanías de Julián Domínguez, el ascendente titular de la Cámara de Diputados, que también está en la línea de sucesión presidencial.

No hubo una voz del kirchnerismo duro descalificando esos dichos ni esas informaciones. Y no es que les falte costumbre de hacerlo. El adelgazamiento de la capacidad de respuesta del Gobierno es también un dato de este tiempo.

Estas especulaciones refieren a un escenario indeseado. Con muchos costos seguros y dudosos beneficios hipotéticos. Pero es de lo que se está hablando hoy. Aunque no todos dicen lo mismo.

Los integrantes de la potencial alianza radical-socialista y su sucedáneo porteño UNEN apuran sus definiciones internas, en la hipótesis de que en la segunda mitad del año pueden sobrevenir situaciones institucionales de alto compromiso.

En este espacio ya tronó la voz de Elisa Carrió demandando que Cristina se quede hasta el 10 de diciembre de 2015 sin intentar transferirle a otro los costos del desbarajuste en desarrollo.

En el PRO no hay una opinión única, en consonancia con las libertades que Mauricio Macri otorga a su dirigencia. Algunos toman nota de los riesgos del momento pero suponen que con algunas correcciones de puro sentido común el Gobierno podrá terminar sin desbarrancarse. Otros dicen que tal sentido común es una materia inexistente y que diciembre de 2015 queda demasiado lejos.

Sergio Massa también es de la idea de que los tiempos pueden acelerarse más allá de la voluntad de los actores centrales de la política.

Sus economistas le pintan un escenario lleno de acechanzas. Y los intendentes y dirigentes del Frente Renovador le traen noticias de la creciente inquietud en la base social y en las estructuras intermedias de la política. Massa también piensa que hay que apurar el armado político para estar listo a cualquier desafío que se presente este año.

La preocupación tampoco es ajena al peronismo oficialista. Más allá de declaraciones de confianza, lo que desvela a quienes tienen capital político y territorio por defender es que la deriva del Gobierno al que están adheridos termine calcinándoles cualquier posibilidad de retener sus espacios de poder en 2015.

 

También aquí hay gente apurada

En este marco, la convocatoria de Luis Barrionuevo y Hugo Moyano a una amplia cumbre sindical el lunes, en Mar del Plata, puede ser vista como una picardía para mostrar poder sectorial. Pero también como un intento por reunir masa crítica y mostrar que desde el peronismo hay capacidad para reencauzar lo que se haya desviado. La intención de conseguir presencias del oficialismo va en esa línea.

El resultado final es incierto, porque se cruzan demasiados cables de las internas sindicales y políticas. Pero el avispero fue movido.

En la senda de una hipotética unificación, jefes de gremios de la CGT Balcarce como los de choferes de micros y conductores de trenes ya se acercaron a Moyano y Barrionuevo. Claro que el metalúrgico Antonio Caló, jefe del sindicalismo oficialista, ya avisó que no va. Pero Hugo Curto, histórico de la UOM y perenne intendente de Tres de Febrero, le contó a Daniel Scioli que en el gremio hay quienes plantean volver a considerar la invitación.

La frutilla del postre sería que los presidenciables Scioli, Massa y José De la Sota estén juntos y sonrientes en esa foto sindical. Difícil que salga todo tan redondito. Hay muchos celos y recelos. Pero todos están jugando el juego del almanaque apurado. Y de eso, el peronismo sabe bastante.