MONTEVIDEO.-Las tensiones entre la Argentina y Uruguay siguen y si bien los problemas generados causan más preocupación del lado oriental del río, el tema afecta a ambos. La pregunta que nadie logra responder es por qué desde hace casi diez años las fricciones no disminuyen.

Teorías hay muchas, respuestas concretas ninguna. Tal vez, como piensan algunos en Uruguay, las cosas cambiarán cuando no haya un Kirchner en el gobierno argentino. Creen que el ensañamiento es personal, de Néstor primero y luego de su esposa. ¿Pero terminarán las tensiones el día que no haya más jerarcas K en la Casa Rosada? Tal vez se atenúen porque los futuros gobernantes recuperarían la diplomacia como mecanismo para resolver los entuertos contra los vecinos. Es que asombra la facilidad que tiene este gobierno argentino para crearse líos con países amigos. Pero más allá de esos líos, lo de Uruguay se torna obsesivo y muchos recuerdan cómo Cristina Kirchner acometió contra el entonces presidente uruguayo Tabaré Vázquez, en su discurso inaugural cuando asumió la primera vez.

Sin embargo, estos conflictos no surgen sólo porque hay tensiones personales. Y dado que no hay explicaciones concretas para entender el problema, surgen teorías diversas y creíbles, aunque difíciles de demostrar. Me atrevo a esbozar una.

La Argentina y Uruguay tienen similitudes y en algunas áreas productivas (ganadería, cereales, lácteos y lana) corren a la par. El problema es que desde el retorno democrático en Uruguay, en 1985, empezó un lento proceso productivo que se añadió a los rubros tradicionales y le aportó variedad. No es que Uruguay siga el camino chileno. Pero es probable que en la Argentina muchos (y no sólo los kirchneristas) lo vean así y les alarme.

El desarrollo de Chile tuvo su propio rumbo, sin depender de acuerdos regionales. Tiene entendimientos con el Mercosur, pero no lo integra. Y sí firmó tratados de libre comercio con numerosos países, entre ellos Estados Unidos y la Unión Europea. Además, una enorme y rocosa cordillera lo separa de la Argentina y lo hace distante.

Eso no sucede con Uruguay. Algunos argentinos ven con alarma su evolución, que por cierto no se parece a la chilena, pero sí es distinta a su propia tradición. Un gobierno da el primer paso legislando la actividad forestal y el siguiente, de otro partido, la organiza y estimula. Poco a poco, aparecen áreas densamente forestadas en ciertas regiones del país y llegan los inversores extranjeros. Otro presidente firma un acuerdo con Finlandia y así se inicia la construcción de la planta de pasta de celulosa en Fray Bentos. Un siguiente presidente, éste de izquierda, enfrenta las presiones argentinas ante la posibilidad de que se contamine el río. Su mensaje es claro: en Uruguay estas decisiones no son transitorios antojos de algún presidente de turno. Por el contrario, cada gobierno asume desde donde deja el anterior y sube la apuesta.

Sucedió con los puertos, que siendo importantes para la economía uruguaya, estaban en franco retroceso. Durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle, se aprobó una transformadora reforma portuaria, pese a la oposición de la izquierda. Con los sucesivos gobiernos, los puertos de Montevideo y de Nueva Palmira se modernizaron. Curiosamente, cuando el Frente Amplio ganó las elecciones en 2004, no desanduvo el camino hecho. Tabaré Vázquez designó a un buen conocedor del tema para que también en esa área hubiera avances.

Distintos gobiernos, distintos momentos, diferentes visiones ideológicas, pero una misma continuidad en las políticas de largo plazo. No son cambios radicales ni veloces (Uruguay no pierde su idiosincrasia cansina), pero se mantienen en el tiempo y evolucionan paso a paso. De a poco, el país deja de ser ese sencillo y plácido productor de carne, cereales y lana.

Hay señales de que esto preocupa a algunos sectores de la Argentina. Es como si hubiera temor de que al avanzar en este camino, Uruguay se corte solo y siga el rumbo de Chile. Es difícil que ello ocurra, pero el temor existe.

El ensañamiento de los Kirchner con Uruguay, tengan o no razón, podría expresar ese temor. Sus medidas de "retaliación" cada vez que surge un problema afectan al corazón productivo y financiero uruguayo.

Se demoran o complican las negociaciones para impulsar el dragado del canal Martín García, se traba la llegada de turistas argentinos, se negocian acuerdos que perjudican la actividad financiera uruguaya, se dificulta la actividad portuaria, se enlentecen los trámites de importación de productos uruguayos... y la lista sigue.

La hipótesis es difícil de demostrar, ya que las mismas medidas podrían responder a otros motivos valederos. Pero tiene asidero. De todos modos, las tensiones alejan a Uruguay de la Argentina. Y si bien el gobierno de Mujica ha hecho lo posible por llevarse bien con su vecino no siempre tuvo éxito.

En un futuro es posible que Uruguay comience a buscar otras soluciones: hará alianzas y acuerdos con países fuera de la región, dejará atrás sus complejos y firmará muchos tratados de libre comercio. Con el tiempo y sin que nadie lo haya querido, tomará caminos propios que no conciernen a la Argentina y adquirirá mayor autonomía para hacerlo. Con lo cual, sin haberlo pretendido, terminará pareciéndose en algo a Chile.