Se trata, no está de más recordarlo, de uno de los dos impuestos (el otro es Ganancias) que en teoría le aportan progresividad al sistema, aunque los resultados prácticos son vergonzosamente insatisfactorios.

La recaudación de Bienes Personales representará en 2013 apenas el 1,2 por ciento del total de recursos tributarios nacionales, mucho menos que el ya de por sí bajísimo porcentaje de 2,2 que se registraba en 2003. En este aspecto fue una década perdida.

Otra manera de ilustrar la escasa recaudación de este impuesto es aprovechar la información que se publicó en este espacio hace dos semanas, dando cuenta que según un reciente informe de la empresa Wealth X en la Argentina hay 1040 individuos con riqueza neta superalta (más de 30 millones de dólares) que acumulan un total de 140.000 millones de dólares.

Suponiendo muy grosso modo que ese patrimonio fuera gravado con la alícuota máxima vigente del 1,25 por ciento, se obtendrían 1.750 millones de dólares, que al tipo de cambio oficial supera holgadamente todo lo que recaudará la AFIP en 2013. Leyó bien: si se les cobrara a ese pequeño grupo de super-ricos la alícuota más alta que establece la ley por todo su patrimonio, se recaudaría más de lo que efectivamente pagan alrededor de medio millón de personas que declaran poseer bienes sujetos al impuesto por más de 305.000 pesos.

Es un compendio de absurdos. Es absurdo lo poco que se recauda; es absurdo que el piso a partir del cuál se paga esté congelado hace tiempo en 305.000 pesos; es absurdo que, aún con ese bajísimo umbral, haya nada más que medio millón de personas que reconozcan superarlo; es absurdo que la AFIP haga poco y nada por modificar la situación.

En el discurso de asunción de sesenta carillas que leyó el 25 de mayo de 2003 Néstor Kirchner prometió: Produciremos cambios en el sistema impositivo para tornarlo progresivo, lo que permitirá luego reducir las alícuotas en función de la mejora en la recaudación, ampliada como quedará la base imponible y eliminadas que sean las exenciones no compatibles con la buena administración. Eso nos dará solidez y solvencia.

A la luz de ese compromiso, no puede decirse que hubo una década ganada. Además de lo ya señalado para Bienes Personales, la estructura tributaria en su conjunto no muestra un perfil más progresivo, lo que es lógico al tener en cuenta que hubo muy pocos cambios en la legislación. La imposición de una tasa de 10 por ciento de Ganancias a la distribución de dividendos y de 15 por ciento al resultado de la compraventa de acciones no cotizantes en Bolsa que se aprobó a fines de 2013, y el aumento del impuesto Interno a la compra de autos caros y otros bienes lujosos que rige a partir de ahora, no alcanza siquiera a ser un maquillaje para una estructura tributaria anquilosadamente regresiva.

La incidencia de Ganancias en el total de la recaudación apenas subió un punto porcentual, del 20,4 en 2003 al 21,3 en los primeros once meses de 2013. Y parte de ese magro incremento se debió a una mayor presión sobre contribuyentes de clase media por la desactualización del mínimo no imponible, pero no por una mayor captura en la franja de altos ingresos. Al respecto, en la columna publicada el pasado 13 de setiembre se mostró que los 1000 contribuyentes que más ingresos declaran pagan de Ganancias una tasa efectiva del 16 por ciento, menos de la mitad que la alícuota máxima de 35 por ciento.

Contra la creencia dominante, las retenciones han perdido mucho peso relativo. En 2003 representaban el 12,8 por ciento del total de ingresos tributarios mientras que el año pasado (hasta noviembre) los derechos de exportación aportaron el 6,7 por ciento. La rebaja de alícuotas que mencionó Kirchner en 2013 no se concretó ni en el IVA ni en ningún otro de los impuestos más relevantes. Con lo cual el IVA tiene actualmente la misma incidencia del 29 por ciento en la recaudación total que diez años atrás.

Donde si se registró un cambio enorme fue en los ingresos del Sistema de Seguridad Social, que pasaron de representar el 16,9 al 26,9 por ciento, y se han erigido en la segunda fuente de recaudación. Eso se debe fundamentalmente al fuerte aumento en el empleo en general, a la recuperación del salario real, y en alguna menor medida al descenso del trabajo no registrado.

Kirchner también dijo en el discurso de asunción que el país no puede continuar cubriendo déficit por la vía del endeudamiento permanente
ni puede recurrir a la emisión de moneda sin control, haciendo correr riesgos inflacionarios que siempre terminan afectando a los sectores de menores ingresos. Ese equilibrio fiscal tan importante deberá asentarse sobre dos pilares: gasto controlado y eficiente, e impuestos que premien la inversión y la creación de empleo y que recaigan allí donde hay real capacidad contributiva.

Punto por punto: se cumplió lo del endeudamiento; la emisión es materia controversial pero no se puede argumentar que está sin control; tampoco el gasto está descontrolado pero es muy ineficiente (basta considerar el despilfarro de subsidios a los ricos); y en cuanto a los impuestos, no premian la inversión ni la creación de empleo, y muy lejos están de recaer donde hay real capacidad contributiva.

La tan mentada reforma tributaria progresiva es una de las grandes asignaturas pendientes del kirchnerismo. Un pecado mayor si se tiene en cuenta que fueron años de condiciones muy propicias para un cambio de ese tipo, con la economía en fuerte crecimiento y con los ingresos fiscales rompiendo año a año el máximo de presión impositiva.