Jorge Capitanich no es Amado Boudou. El jefe de Gabinete tiene en su patrimonio político una pertenencia y una militancia indiscutida. El vicepresidente fue sólo el producto de una ocasión donde el espíritu frívolo le ganó a la racionalidad. Ambos fueron ungidos por Cristina Fernández, sin embargo, con un propósito parecido: oxigenar el poder, trazar expectativas K en el escenario del futuro.
Boudou, en menos de un año, comenzó a hundirse en soledad empujado por la turbiedad de su pasado que en molde de escándalo está ahora en la Justicia. Pisa sobre un terreno cenagoso a raíz del caso Ciccone y una causa por enriquecimiento ilícito.
Otras doce denuncias andan circulando en Tribunales. Lo que parece ocurrirle a Capitanich es distinto. Aterrizó con ínfulas, luego de la enfermedad presidencial, para enderezar al Gobierno en el largo camino de la transición. Pero en apenas un mes de ejercicio en su cargo padece de un cruel y lento despellejamiento que le practica Cristina.
Mirando al jefe de Gabinete por televisión una mañana de la semana pasada Sergio Massa, el líder del Frente Renovador comentó: “En pocos días le pasa lo mismo que a mí en seis meses”. No quiso dar más explicaciones pero resultó fácil entenderlo. Cualquier voluntad de cambio es rápidamente consumida por las restricciones de Cristina. Massa también abrió, en su época, un diálogo político y prometió ordenar, de mínima, el INDEC. Aquel diálogo murió de un infarto y Guillermo Moreno, en su apogeo, resultó imbatible para él. Tuvo además como enemigo íntimo a Néstor Kirchner, que operaba a la sombra de la Presidenta.
Capitanich no tiene enfrente ni a Kirchner ni a Moreno. Pero tiene lafrontera infranqueable de Cristina. Un poco en la retaguardia lo aguardan Carlos Zannini, el secretario Legal y Técnico, y algunos fragmentos en que después de la derrota electoral se convirtió también La Cámpora. Capitanich había soportado tropiezos cuando los motines policiales tuvieron su bautismo en Córdoba. Promovió el envío rápido de gendarmes, pero fracasó ante la negativa de Cristina y de Zannini. Adaptó su discurso público a ese fracaso.
La Presidenta bramó por la crisis energética y los cortes extendidos a todo el país no bien asomaron los calores fuertes de un verano anticipado. Los bramidos fueron tantos que los médicos que siguen su estado de salud empezaron a inquietarse. El enojo habría tenido su climax, precisamente, cuando Capitanich sugirió en una de sus ruedas de prensa matinales la conveniencia de cortes rotativos programados en lugar de la improvisación. El jefe de Gabinete ignoraba, tal vez, esa imposibilidad porque las interrupciones del suministro se producen, sin control, por la saturación del sistema. Eso fue lo que Julio De Vido se encargó de explicarle a Zannini. Con la Presidenta no habla desde hace rato. Capitanich salió a pedir perdón.
El enojo presidencial, sin embargo, no se alimentó sólo de ese desliz. La encrespó la comparación que el periodismo hizo, a propósito de la sugerencia del jefe de Gabinete, con los últimos tiempos del gobierno de Raúl Alfonsín, también jaqueado por una crisis energética. Esa asociación le resulta intolerable. Esa nación de la democracia recién recuperada fue, según su cristal, casi decadente. Este país, con síntomas estructurales muy parecidos al de entonces, le resulta próspero. Repasemos un trazo de la agenda de debate actual y de la de hace aproximadamente 25 años: inflación, elevado déficit fiscal, gasto público desmedido, Estado ineficiente y sobredimensionado, pobres servicios públicos, dificultades para acceder a los mercados financieros internacionales. Vayan dos salvedades en favor de aquel alfonsinismo: tuvo una herencia de todo orden desastrosa de parte de la dictadura; debió lidiar además seis años con un contexto externo desfavorable. Cristina recibió de Kirchner un poder político y una economía más o menos recompuestos en el 2007. Sigue hasta hoy con un contexto internacional muy ventajoso.
Aquella impericia de origen obligó a Capitanich a encuadrarse con los dictados de Cristina. Frente al viejo problema irresuelto el reflejo fue el de siempre. El jefe de Gabinete montó una reunión para advertir que de continuar las inestabilidades del servicio eléctrico el Estado se haría cargo de la prestación. Un gesto que, de concretarse, podría transformarse para el Gobierno en un salto sin red. Tampoco habría sido esa la peor tarea que le tocó en los últimos días a Capitanich. Fue forzado a replicar apreciaciones de la Pastoral Social de la Iglesia que cuestionó la corrupción política y sembró dudas sobre el éxito de la inclusión social.
Apeló a todos los datos del INDEC de Moreno para demostrar el error de la apreciación sacerdotal. Pero lo hizo con un respeto reverencial, propio de un inquebrantable feligrés. Refirió a la Iglesia varias veces como a la Santa Madre, un giro que se empezó a extinguir después del medioevo.
Capitanich, de todas formas, ha dado en pocas semanas muestras de enorme plasticidad. Fue y vino varias veces de sus propios dichos. Quizás el episodio más resonante, en ese aspecto, haya sido el de menor repercusión. El jefe de Gabinete juntó en una charla al grupo de intelectuales kirchneristas de Carta Abierta y supo correrlos por izquierda. Tomó la bandera de la “democratización” de las Policías y las fuerzas de seguridad y llamó a establecer un “control popular”sobre ellas. Nada de lo que hizo mientras ejerció la gobernación de Chaco. Advirtió que esos grupos, más otros corporativos “están al acecho porque no quieren la democracia”. Ciertos asistentes sorprendidos creyeron, por instantes, estar escuchando la prédica del francés Regis Debray. Algún ideario de Capitanich, si existe, probablemente esté más cerca del pensamiento adulto de Raymond Aron.
La semilla, más allá de las simulaciones, quedó plantada. El Gobierno ha consolidado hacia adentro su argumento de que las rebeliones policiales, la violencia delictiva y los saqueos formarían parte de un ensayo desestabilizador. Habrá que observar cómo evoluciona el clima tórrido y las posibles consecuencias sobre el servicio de luz a la gente. Nadie lo ha dicho en público todavía pero circula en el cristinismo de modo intenso la conjetura de que los cortes de energía extendidos también podrían formar parte del supuesto plan conspirador.
Aquí tallaría la gran inversión de capital que realizó Cristina y su tropa para aprobar en el Senado el pliego de ascenso a teniente general de César Milani. El militar se ha manifestado públicamente cristinista y defensor del proyecto nacional y popular. Ha proclamado también su decisión de involucrar al Ejército en tal proyecto. Y se parapetó, ante las abundantes sospechas sobre su actuación durante la dictadura, detrás de Hebe de Bonafini. Frente a una transición que por diferentes flancos –está a la vista– tendería a complicarse, la Presidenta podría contar desde ahora con su brazo armado ante cualquier atisbo de insurrección. Aunque persisten interrogantes sobre el predicamento que Milani tendría sobre el conjunto de las Fuerzas Armadas. Una visión menos oscurantista sobre lo ocurrido con el general apuntaría a otra cosa: la Presidenta se empecinó con Milani simplemente para transmitir una señal de férrea autoridad. Pretendería hacer hasta el final todo lo que quiere.
¿Podrá? Al debilitamiento de la economía se la combate con medicinas vencidas. Otro acuerdo de precios para frenar la inflación. De nuevo las“milicias populares” de control. Esa fue la ocurrencia de Axel Kicillof luego de dos semanas se silencio. Aquel debilitamiento, como sucede siempre, permea progresivamente las creencias populares sobre la existencia de elevada corrupción en el Gobierno.
El problema no es ahora sólo el de Boudou. Las revelaciones sobre el empresario K Lázaro Báez y sus pagos millonarios a hoteles que son parte del patrimonio de Cristina para alquilar centenares de habitaciones, salpican de sospechas a la cima del poder. Las sospechas aumentan cuando se conocen detalles y se oyen las explicaciones oficiales. Muchas de las habitaciones jamás eran ocupadas. Una de la empresas en cuestión es dueña de una estación de servicio con sólo 30 empleados. Y pagaba por 90 habitaciones de uno de esos hoteles.
Todo raro.
La sospecha trepó también porque Báez presentó una cautelar para pedir una censura periodística previa sobre el entuerto. Capitanich y Oscar Parrilli sostuvieron que no habría razón para hablar sobre negocios privados. Se tra ta de negocios entre el primer contratista patagónico de obras públicas del Estado y la familia presidencial.
Negocios que podrían haber sido realizados con dinero de la comunidad.
Tampoco el nombre de Báez resulta una novedad. El empresario está siendo investigado en una causa por lavado de dinero en Uruguay, Panamá y Suiza. Es la llamada ruta clandestina del dinero K. La causa está en manos de Sebastián Casanello, que aletarga el intercambio informativo con aquellos países. Un fiscal que investigaba, José María Campagnoli, acaba de ser suspendido. Otro, Guillermo Marijuan, es acechado por la procuradora Alejandra Gils Carbó.
Báez contrató en Suiza a dos eminentes abogados que bloquean cualquier tramitación. El Estado argentino declinó designar un representante legal.
La mala economía y la corrupción parecen un ácido muy corrosivo y peligroso para una transición que recién está arrancando.
Copyright Clarín 2013