A partir de los avances tecnológicos y de conocimiento que se dieron en los últimos años, muchas regiones de la Argentina cambiaron su paradigma productivo. Es el caso del Chaco, donde a pesar de la gran distancia de los puertos y la permanente escasez de agua, los productores adoptan las más modernas pautas de manejo y se animan a diversificar su producción. En el comienzo de la siembra de soja, Clarín Rural viajó a Charata, en el centro sur de esa provincia, y recorrió el campo junto al asesor y productor Rubén Medula, quien contó cómo se hace para sobrevivir en una zona marginal tras dos años de intensa sequía.

“Tras 75 años de labranza convencional, los suelos tienen ciertos problemas de estructura. Pero hace ya más de cinco años que nosotros hacemos todo en siembra directa”, explica Medula, quien asesora a la empresa Don Enrique, de la familia Dionisis, que ya cuenta con tres generaciones de historia en estas tierras. La empresa trabaja cerca de 7.000 hectáreas en Chaco: a dos mil en Charata y cinco mil unos 60 kilómetros hacia el oeste. En los campos del oeste había monte hasta hace pocos años, y eso hace que el suelo no tenga el bagaje agrícola que sí tienen los campos de Charata. “En estos campos, el suelo tiene muy baja cantidad de materia orgánica: menos del 2% -dice el productor-. En el oeste, la materia orgánica es del 3%”.

El casco de la estancia Don Enrique está rodeado de cítricos bajo riego, pero a pocos metros, el verde se transforma en tierra semidesnuda. Pocos días antes de la visita de este medio, una tormenta golpeó a la zona dejando un rastro de manchas de humedad en el suelo, que son bien recibidas con vistas a la siembra de soja, pero también rastrojos amontonados y muchas partes del suelo sin cobertura. “Cayeron 70 milímetros, pero gran parte de la chala que teníamos quedó en el campo del vecino”, comenta Medula. Aquí el riego no se utiliza en la producción extensiva porque no hay suficiente agua de calidad, y las precipitaciones anuales son de hasta 700 milímetros. Pero el año pasado rondaron los 400 mm.

Con este panorama, el asesor intenta llevar adelante un planteo que busca revertir la degradación del suelo y maximizar la eficiencia de sus recursos. “La idea es hacer rendir más lo que uno ya tiene. No queremos expandirnos en área sino mejorar el manejo para sacar más kilos por hectárea”, dice Medula. Para lograrlo, una de las herramientas que utiliza es la fertilización. “Hacemos análisis de suelo cada tres años, y a partir de los resultados empezamos a aplicar yeso (sulfato de calcio) con buenos resultados”, comenta.

Las rotaciones que lleva adelante la empresa son cada vez más diversas y dependen de la disponibilidad de agua. La zona de Charata es tradicionalmente muy girasolera, pero el cultivo no atraviesa la mejor situación y la escasez de precipitaciones de la última campaña hizo fracasar algunos intentos. Alrededor del casco, por ejemplo, se hizo maíz/soja/girasol y entrará nuevamente la soja en estos días. El girasol de este lote fue sembrado en agosto pero se decidió quemarlo porque no iba a alcanzar la altura suficiente para cubrir el suelo y se iba a llenar de malezas. “Hoy, limpiar el lote es muy caro”, dice Medula acerca de uno de sus principales dolores de cabeza.

Luego, desde otro lote de ese cultivo que si prosperó y está casi listo para ser recolectado, el productor explica: “Esperamos cerca de 1.800 kilos por hectárea, porque sufrió mucho la seca”. A la mala campaña climática se suma que el precio actual del cultivo no es bueno. “Con el precio actual se necesita cosechar 3.000 kilos”, dice Medula. Mientras tanto, la bolsa de semillas para sembrar tres hectáreas está en el orden de los 200 dólares. “Si hacemos el cálculo de costos y precios, no deberíamos sembrar. Pero no podemos esperar otros seis meses para ver qué hacemos”, dice.

Con la crisis de la estrella de la zona, los otros cultivos ganan importancia. En invierno hacen trigo para aumentar la materia orgánica, y el maíz creció hasta ser casi el 50% de la rotación gracias a la mejora de rindes y precios.

El trigo se siembra desde el 10 de mayo hasta el 20 de junio como fecha óptima, pero este año llovió tarde y se terminó sembrando en julio, y el agua, igual, no alcanzó. “Por eso lo quemamos y lo dejamos como cobertura. Necesitamos como mínimo 120 milímetros para poder hacer 800 kilos y que se justifique la cosecha”, remarca el productor.

Respecto al maíz, dice que además de mejorar su producción de soja siguiente, hoy cuenta con un mejor precio y los rindes empiezan a mejorar. Antes se sacaba como mucho 5.000 kilos, y a partir de la nueva genética se puede aspirar a 7.000 kilos. “En la parte agronómica venimos evolucionando mucho”, dice el productor. El cereal, para Don Enrique, también tiene el beneficio de ahorrarse una parte del flete, ya que una buena porción es vendida a una cervecería de Corrientes. Desde esta región hasta Rosario, el costo de transporte implica unos 310 dólares por tonelada.

La que no escapa de ese costo es la soja, un comodín que últimamente también tuvo complicaciones. El rinde normal en la zona es de 2.300 kilos, con potencial de 3.500, pero en los últimos dos años apenas se pudo cosechar 900 kilos de algunos lotes. A su vez, los costos aumentaron potenciados por la aparición de malezas.

Las condiciones que impone la región no son amigables, pero para los productores no hay otra opción que jugar todas las cartas para intentar ganar el partido.

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Los alquileres volvieron a porcentaje

Rubén Medula, asesor de la empresa Don Enrique, alquila por su parte unas 400 hectáreas en la zona de Charata. En conversación con Clarín Rural cuenta que en esta campaña renegoció todos los contratos pasándolos de kilos fijos a aparcería. Los alquileres cambiaron mucho en los últimos años con la salida de los grandes pooles de siembra. “La plata que pagaban esos grupos no era lógica. El que conoce estos campos sabía que lo que pagaban no era lo que se debería pagar, los números no cerraban”, explica el productor. Los dueños de esos campos cobraban alrededor de 160 dólares por hectárea. Ahora los contratos volvieron a hacerse por porcentaje. “Hoy, esos campos no los pueden alquilar ni siquiera por el 20% de lo que se produce. Se está alquilando por el 18%”. En este contexto, la empresa Don Enrique también alquiló este año algunos campos vecinos que por tener muy poca escala no pueden sembrar tras dos campañas muy secas. “Hoy por hoy, no creo que se pueda subsistir con menos de 500 hectáreas”, dice Medula.

Malezas: un nuevo dolor de cabeza

Las malezas resistentes se convirtieron, junto con la escasez de agua, en el principal problema agronómico de la región chaqueña. Desde un lote en barbecho en el que se aplicó los herbicidas glifosato y Ligate, y en el que pronto se sembrará soja STS, el productor Rubén Medula afirma: “En promedio, debemos estar gastando más de 75 dólares por hectárea en barbechos”. Luego agrega: “Estamos acostumbrados a hacer todo con glifosato y hoy tenemos que usar más herbicidas residuales, con otro protocolo. La receta de glifosato más glifosato ya no es lo que hay que usar”.

Entre las malezas problemáticas que proliferan en los lotes chaqueños se encuentran el sorgo de Alepo resistente, borreria, gomphrena, rama negra y malezas de hojas finas como el pasto crespo (Urochloa panicoides).