Es lógico: los productores de soja mantienen todavía un volumen de mercadería sin vender por un valor aproximado –según algunas estimaciones- a 6 mil millones de dólares. Y seguramente es algo menos.

Según la BCR habría cerca de 11,5 millones de toneladas de la campaña 12/13 disponibles para la venta.

¿A esta actitud se puede llamarla especulación? El tema se ha puesto sobre el tapete y está alcanzando ribetes sensacionalistas. Para contribuir a ello, la aceleración en el ritmo de depreciación del peso está acentuando tal actitud y, consecuentemente, las críticas se agudizan.

Desde que comenzó el año, la depreciación de nuestra moneda se ha aproximado al 25%. Pero como la tasa de inflación es similar o superior a tal ratio, las nuevas autoridades económicas han empezado a aplicar una tasa superior a ésta.

Apuntando a reconstituir la competitividad industrial y de las alicaídas economías regionales y, simultáneamente, con el fin de disminuir la distancia entre el dólar oficial y el paralelo, están provocando depreciación de casi 50% anual.

Estos números ponen al descubierto la tasa de inflación que, persistentemente, se ha escondido. A diferencia de la tortuga, esconder la cabeza no sirve de mucho, pues la economía tiene una caparazón que, con el paso del tiempo, se quiebra.

Veamos las cosas como son: sólo un irracional, en un contexto de alta inflación y falta de opciones para mantener el valor de sus activos, habría vendido toda su mercadería.

No puede llamarse especulación al hecho de preservar el valor de sus activos que, en su mayor parte, serán destinados para financiar la campaña agrícola y cubrir los egresos ligados a la estructura del negocio. Más bien debería llamarse “inteligencia empresarial”.

Si se comprendiera que la soja es el camino elegido para afrontar las inversiones del año agrícola, nadie hablaría de especulación. Si dividimos el volumen cosechado en abril/mayo de este año por 12 meses, veremos que, habiendo transcurrido tan sólo 6 ó 7 meses de la campaña, el volumen retenido no resulta para nada elevado. Todavía restan 4 ó 5 meses para recolectar y empezar a cobrar la nueva soja.

Aunque el razonamiento pueda resulta excesivamente simple y lineal, las matemáticas dirían que si se vendiera en forma proporcional al paso del tiempo, deberían restar un volumen de más de 16 millones de toneladas, es decir una cifra superior a la disponible. El cálculo seguramente es discutible pero no se puede negar que es, al menos, un indicador.

Si nuestro país fuese una economía estable es muy probable que tal inteligencia empresarial lleve al productor a vender en determinadas fechas que considere conveniente y al dinero obtenido lo volcaría al sistema bancario, probablemente con un interés anual similar a la tasa de inflación.

Pero el cuadro, lamentablemente, no es así. Nuestra economía sufre una inflación con una de las tasas más elevadas del mundo. Lógico es que, así las cosas, haya resistencia a ingresar al sistema bancario o financiero.

Sin ánimo de ofender a nadie, quizás habría que recordar la frase de Clinton popularizada como «Es la economía, estúpido» (the economy, stupid), durante la campaña electoral de 1992 contra Bush (padre).