Por eso los escenarios eran todos bastante pesimistas: luego de relatar la fuerte demanda que tendrán los alimentos que produce la Argentina, lamentaban que la producción local estuviera estancada por culpa de las políticas públicas que encarnaba el saliente secretario de Comercio.
La jornada organizada por la Federación de Acopiadores había comenzado con ese tono amargo de las oportunidades perdidas.
Roberto Riva, presidente de la entidad, se quejó de “los perjuicios generados por las ineficaces e inequitativas medidas de intervención adoptadas por el Gobierno”. Y añadió: “Siento una profunda tristeza al ver que habiendo destruido la producción, anulado las exportaciones y encarecido artificialmente la mesa de los argentinos, pareciera que no se advierten signos de cambio en las políticas agropecuarias”.
Luego, los especialistas mostraron un diagnóstico recurrente: que el mundo demandará por mucho tiempo -y pagando altos precios- los granos y la carne que se producen en la Argentina.
Pero también repetían que, salvo en el caso de la soja, el país no está aprovechando ese coyuntura excepcional. Cuando Mike Dwyer, del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), dijo que los “farmers” de su país venían de atravesar tres años con ganancias nunca vistas, muchos lo miraron con envidia.
China estuvo en el centro de todas las exposiciones, pues hace un lustro se ha ubicado como motor de la demanda y causa de los altos precios de los alimentos.
Gustavo López, de Agritrend, trazó un panorama alentador para la soja y sus derivados, el principal producto exportable del país. Dijo que el gigante asiático pasará de importar 40 millones de toneladas en 2009 a 70 millones en 2014.
Para 2023, espera una demanda de 103 millones.
De todos modos, en los vaticinios de López quedó claro que la Argentina no está jugando a fondo para aprovechar esa mayor demanda.