Hace poco más de una semana me encontré, de pura casualidad, con uno de los médicos que la controlan casi todos los días. Me explicó que Ella estaba totalmente recuperada del problema de la cabeza. Que ya no había hematoma y que con el tiempo, quizá durante el inicio de este mismo verano, podrá hacer algunas de las cosas que hacía antes, pero nunca con la misma potencia. El especialista me habló de un tratamiento intensivo para manejar el estrés y evitar una recaída. De cómo están influyendo en sus decisiones sus hijos, Máximo y Florencia, quienes le suplicaron que empiece a tomar el ejercicio del poder y la vida de otra manera, porque temen que su mamá termine como su papá. El profesional que la visita también me hizo entender que lo que le sucedió impactó mucho en su vida emocional: la intervención la hizo sentir muy cerca de la muerte. Tan cerca como la madrugada del 27 de octubre de 2010, cuando su compañero Néstor Kirchner falleció, a su lado, en la cama de su casa de El Calafate.
Algo parecido a esa sensación de muerte sufrió en 2005, cuando le diagnosticaron un cáncer de útero y le sugirieron extirparle los ovarios y el útero. Lo evitó otro médico, recomendado por un facultativo de diálogo frecuente con Néstor y Cristina, quien después de revisarla la tranquilizó y le dijo que no era necesario "vaciarla". Resolvieron el asunto con una laparoscopia de 15 minutos.
Es uno de los grandes secretos de su historia clínica. El otro es de qué manera viene procesando la desaparición de su compañero político. Los profesionales de la Unidad Médica Presidencial dirían que Ella, por las características de su actividad, no pudo pasar por las cinco etapas clásicas del duelo: la negación y el aislamiento, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación. Que, por momentos, los 0,50 miligramos de clonazepam diarios que venía tomando para bajar su nivel de ansiedad e intentar dormir no le alcanzaron. Que no tuvo tiempo de asimilar nada porque, desde que Kirchner murió, puso toda su energía en gobernar, preparar su candidatura presidencial y seguir gobernando, sin tiempo para comprender y aceptar por qué su marido se había ido de un día para el otro.
Un ex ministro de su gobierno me contó que durante ese tiempo más de una vez la vio sola, en el asiento de atrás del avión presidencial, en silencio, mirando a ningún lado y con lágrimas en los ojos, durante minutos que parecían eternos. También me dijo que se "agarraba rabietas" con las versiones delirantes de que había vuelto a formar pareja. "Él fue y será el único hombre de mi vida", podía gritar en el medio de una conversación. En realidad usaba la palabra "macho". Otro miembro del actual gabinete me confesó que tanto él como la mayoría de sus colegas fueron víctimas de sus ataques de ira, que alcanzaron su pico de intensidad desde la desaparición del ex presidente hasta las elecciones de octubre de 2011. La gran novedad, ahora, es que, después de la intervención quirúrgica, Cristina Fernández debió abandonar a la fuerza y durante más de un mes la máquina de picar carne humana que significa gobernar la Argentina en el contexto de una derrota electoral inevitable.
Días antes de la operación, la Presidenta ya había dado algunas pistas de cómo se mueve en la vida cuando le confesó a Jorge Rial que sólo confiaba en sus hijos. Por otra parte, todos los que analizamos la política supimos cómo se administraba el poder antes y después de la muerte de Kirchner. Mientras Él vivió, Cristina lo consultaba en todo. A veces corregía decisiones que había tomado durante el día porque en el medio de la cena Néstor la convencía de su inconveniencia. Una tarde, el ex jefe de Gabinete Sergio Massa estuvo a punto de persuadirla sobre la renuncia de Guillermo Moreno y la normalización del Indec, pero a la mañana siguiente Cristina lo llamó y le ordenó dejarlo para "más adelante". Cuando el ex presidente falleció, la Presidenta intentó apoyarse en su vicepresidente, Amado Boudou, y en su jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina. No tuvo éxito con ninguno de los dos. Por eso, más de una vez, Carlos Zannini, el secretario legal y técnico, o el ministro de Planificación, Julio De Vido, debieron actuar de urgencia, por fuera de sus responsabilidades. Ella nunca quiso compartir, por ejemplo, con el ministro del Interior y Transporte los principales secretos de su administración, porque siempre supo que Florencio Randazzo es un líbero que tiene como meta primordial su propia carrera política.
No voy a reproducir aquí todas las versiones desopilantes sobre el verdadero estado de salud de la Presidenta. Pero es evidente que, además del hematoma que ya se reabsorbió, tiene un problema de arritmia que se debe controlar. Tampoco hay que ser parte de su círculo íntimo para comprender que ya no podrá gobernar con la energía y la obsesión con que lo hacía antes. Fuentes muy seguras que la vieron esta semana explican que Ella misma también lo ha comprendido. En ese contexto, hombres como el propio Randazzo y el gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, son mencionados con insistencia para ocupar la Jefatura de Gabinete con un despliegue parecido al que tenía Alberto Fernández. Es decir: alguien capaz no sólo de coordinar la acción de los demás ministros, sino también de tomar decisiones propias. Cristina Fernández tiene, eso sí, problemas urgentes y muy estresantes que resolver en las próximas horas. Uno es qué va a hacer con un vicepresidente cada vez más complicado con asuntos judiciales. Otro es si va a cambiar a todo el equipo económico por uno más sólido, con ideas propias. También debe decidir qué hará para frenar la vertiginosa caída de reservas, la suba del dólar blue y el alza de la inflación. Y todo eso, sin contar la apertura de las nuevas paritarias con pedidos de más del 30% de aumento por parte de los sindicatos más fuertes. Éstos son algunos de los motivos por los que el FPV perdió las elecciones. Y son también las razones por las que, dentro y fuera del peronismo, dirigentes que antes no abrían la boca sin su permiso ahora discuten en privado y en público su sucesión, más allá del alta médica.