En la década que el Gobierno califica de "ganada", la infraestructura de muchos servicios públicos entregados en concesión a grupos amigos o cercanos al kirchnerismo ha sufrido tal retroceso que, en el caso de los trenes, su empleo como medio de transporte entraña una muy alta probabilidad de resultar muerto o herido. El único responsable de esta degradación es el Gobierno, que no sólo la ocasionó, sino que luego de varios accidentes mortales no ha tomado las medidas necesarias para revertirla e impedir esta rutina de las tragedias ferroviarias.
Mientras tanto, para encubrir su desidia, las autoridades optan por culpar a los maquinistas, pretendiendo ignorar que es obligación del Estado aplicar los dispositivos tecnológicos que, precisamente, actúan en forma automática ante el eventual error humano.
Así fue como, inevitablemente, volvió a ocurrir una tragedia ferroviaria en la mañana del sábado pasado en la estación Once de la línea Sarmiento, cuando una formación ingresó sin frenar en el andén 2 -el mismo de la tragedia del 22 de febrero de 2012 que arrojó 51 muertos y 789 heridos- y, tras superar la barrera de contención, llegó hasta los molinetes. En esta oportunidad, seguramente por tratarse de un sábado y de una hora tan temprana -las 7.25-, no hubo que lamentar muertos ni heridos de gravedad. Tan sólo 91 lesionados cuyas heridas no entrañan peligro. Es que la pasividad homicida de las autoridades produce esta deshumanización y se termina hablando de "tan sólo 91 heridos".
El hecho ocurrió cuatro meses después de la tragedia de Castelar, con sus tres muertos y 315 heridos, y a tan sólo ocho días de las elecciones del domingo próximo, cuando aún no se acallaba el papelón mediático del candidato oficialista Juan Cabandié. Para evitar otro golpe en el comprometido frente electoral, el Gobierno, por boca del ministro de Interior y Transporte, Florencio Randazzo, decidió culpar el mismo sábado al maquinista de la formación, Julio Benítez. Desde entonces, ese argumento, cuando aún no se expidió la Justicia, se convirtió en la versión oficial. Una versión cargada de hipocresía.
Ayer, el secretario de Seguridad, Sergio Berni, sostuvo que el maquinista "tendrá que explicar por qué venía a mayor velocidad de la permitida, por qué entró a una velocidad mayor en el andén y por qué el disco rígido de la cámara de seguridad estaba en su mochila y no en el lugar donde debía estar". Tampoco descartó un posible sabotaje, aunque no aportó ningún indicio que lo sustentara. Desde la vereda de enfrente, el vocero del gremio ferroviario La Fraternidad, Horacio Caminos, exigió a Randazzo que no mienta sobre el estado de la línea Sarmiento y agregó que "plantar la evidencia es una cosa muy normal en tanta administración corrupta". Negó, además, que se haya reparado en forma integral "la vía del ferrocarril Sarmiento, estamos hablando de gente que dice que estamos en la revolución ferroviaria y tenemos un accidente tras otro".
Aun cuando la Justicia pruebe que el maquinista actuó con negligencia, la responsabilidad máxima seguirá siendo del Estado porque demora la instalación de un sistema automático de frenado que opera, precisamente, cuando el motorman comete un error o incurre en negligencia. En cambio, se ha priorizado la pintura y la instalación de televisores, medidas electoralistas, y no la resolución del problema de fondo.
Como informó este diario, la instalación del sistema integral de señalamiento que incluye el dispositivo de detención automática, capaz de frenar una formación sin la intervención del motorman, es una vieja deuda en el ferrocarril Sarmiento. Tuvo una fallida licitación hace siete años y sólo el mes pasado, después de dos accidentes mortales y del siniestro del sábado, el Gobierno prometió que en febrero del año próximo estará implementado.
El 24 de septiembre pasado, Randazzo anunció la adjudicación directa de la obra de señalamiento con detención automática a una firma china que concluiría la obra en febrero del año próximo. En aquella oportunidad, el ministro sostuvo que "si hubiéramos tenido sistemas de detención automática, no habrían pasado esos accidentes", refiriéndose a los de Once y Castelar. Claro, no había ocurrido aún el del sábado.
Cuando sucedió la primera tragedia de Once, el Gobierno también culpó al maquinista y en esta columna sostuvimos que resulta inadmisible que en pleno siglo XXI un tren no pueda frenar a tiempo, incluso cuando mediaran fallas humanas. Por lo visto, para el Gobierno el tiempo no pasa, como tampoco pasa su impunidad y su hipocresía. A la gente, mientras tanto, cuando aborda un tren sólo le queda rogar.