"¿Sabe usted con quién está hablando?", el otro de inmediato se ubicaba bajando la cabeza. En cambio, si la escena transcurría entre porteños, la advertencia era contestada con un "a mí qué carajo me importa".
El escándalo en el que quedó envuelto Juan Cabandié demuestra que, en algunos aspectos, las cosas no han cambiado. Y que, en otros, sí.
Cabandié encarnó al oligarca que reclama ser tratado no con arreglo a su conducta sino a su condición. Una arcaica aspiración a la que, también en los 60, Quino dedicó un libro en cuya tapa aparecía un personaje pequeño, muy menor, erigiendo un dedo enorme y preguntando: "¿Sabe usted con quién está hablando?".
Por su parte, Belén Mosquera , la agente que aparece en el video, no se amilana. Se mantiene indiferente a la presunción de Cabandié. Menos irreverente que el porteño de ODonnell.
Aunque José Hernández escribió ya en el siglo XIX que "la ley es como el cuchillo/no corta al que lo maneja", puede ser una novedad que a Mosquera la hayan echado por cumplir con su deber. Cabandié pidió a Martín Insaurralde que le aplique "un correctivo" y el intendente de Lomas de Zamora le suspendió el contrato. "MI barrio, MI sueño, MI correctivo", podría agregar ahora el candidato a su publicidad. Pero mejor sería que ofreciera alguna explicación.
Tal vez Insaurralde haya dado crédito a la patraña de Cabandié, según la cual intentaban cobrarle una coima. Mosquera lo desmintió con bastante lógica: "¿Cómo voy a querer cobrar una coima si sé que me están filmando?".
Aquí aparece el otro rasgo de arbitrariedad del episodio. ¿Es admisible que a un vecino se lo filme sin su consentimiento? ¿No debería ocurrir lo mismo que en esas comunicaciones telefónicas en las que se advierte que la conversación podría estar siendo grabada? También es aberrante que el video circule después por Internet y sirva como munición de campaña electoral. Cabandié no se ha indignado lo suficiente por estas prácticas de las que ha sido víctima. Tal vez si lo hubiera filmado la Metropolitana de Mauricio Macri y no la Gendarmería de Cristina Kirchner su reacción habría sido otra. Él, que reclamó "un correctivo" para quien pretendía hacer cumplir las reglas, todavía no pidió sanción alguna para quien las violó en su contra. ¿Fue la propia Gendarmería, tan acostumbrada a dar dolores de cabeza al kirchnerismo? Mal que le pese a Cabandié, el teniente coronel Sergio Berni debería explicar quién confeccionó el video, dentro de qué marco reglamentario lo hizo y cómo fue filtrado a las redes sociales. ¿O el Estado se pasó al anonimato?
Las peculiaridades consignadas hasta aquí alcanzan para que el episodio adquiera una gran repercusión. Pero la discusión entre Cabandié y la agente Mosquera tiene otras dimensiones aberrantes. Es llamativo que el legislador presente como una virtud la circunstancia de ser hijo de desaparecidos. Ese carácter lo convierte en víctima de la dictadura militar. No en héroe. Por si hiciera falta, Graciela Fernández Meijide acaba de explicarlo en un libro ejemplar sobre la desoladora peripecia de su hijo.
Pensar que la filiación está dotada de una carga moral es una deformación habitual del oficialismo. El propio Cabandié, durante el debate electoral del miércoles pasado, reprochó a Elisa Carrió que llevara en su lista al hijo del ex ministro del Interior Enrique Nosiglia, Juan Nosiglia. Carrió le hizo notar que los hijos no heredan los vicios de sus padres. Aunque también esa aclaración merecería ser fundamentada: sobre Enrique Nosiglia no pesa acusación penal alguna; ni siquiera Carrió la ha formulado, a pesar de que de tanto en tanto se ensaña con su correligionario de UNEN.
La inclinación de Cabandié a juzgar a los demás por sus relaciones de parentesco, a tono con un gobierno que ha interrumpido la carrera de muchos militares por portación de apellido, no podría ser más reaccionaria. Los hombres son mejores o peores por su propio comportamiento, no por quiénes fueron sus padres. No hay mérito ni culpa en el hecho de ser hijo. Aun cuando esto pueda sonar extraño para un militante de La Cámpora, grupo que escogió como líder a alguien sin más antecedente que el ser hijo de un matrimonio poderoso. El hijo Máximo.
Desde que llegó al poder en 2003, el kirchnerismo ha subordinado en innumerables ocasiones la causa de los derechos humanos a sus impulsos y necesidades de facción. Muchas veces convirtió esa bandera, que por definición es universal, en instrumento de persecuciones caprichosas e infundadas. Se sirvió de ella para acosar a la prensa crítica; para neutralizar a chacareros levantiscos; para disciplinar a jueces imparciales; o para desacreditar a algún arzobispo poco complaciente, hasta que devino papa. Ahora esa manipulación alcanzó su grado cero: la vindicación de los desaparecidos fue utilizada para zafar de una boleta de tránsito. Los argumentos de Cabandié son la caricatura de una de las desviaciones más reprochables que presenta el kirchnerismo.
Hay un último punto de vista desde el cual este incidente se vuelve más doloroso. Cabandié llamó a Insaurralde para pedir un "correctivo". Esa palabra no es frecuente, salvo entre los agentes policiales. "Correctivo" es la sanción piadosa que suele aplicarse en las comisarías a quienes no merecen pasar la noche en el calabozo. Tal vez en la infancia de Cabandié, que fue criado por Luis Falco, un oscuro oficial de la Policía Federal, "correctivo" haya sido un término familiar. Tristísima sorpresa: por la boca del hijo de desaparecidos sale la voz del apropiador. Trágica Argentina, que puede mostrar, a través de una historia mínima, un abismo gigantesco.