La discusión actual por las candidaturas legislativas sólo resulta comprensible si se la proyecta sobre el telón de fondo del año 2015. Sobre todo en la provincia de Buenos Aires.

En 2005, los Kirchner defenestraron a Eduardo Duhalde para convertir al PJ en la cabecera de su mapa de poder. Ocho años más tarde, los dos dirigentes más atractivos de ese aparato, Daniel Scioli y Sergio Massa, a cuyo auxilio testimonial recurrió Néstor Kirchner en 2009 , ya no son contenidos por el liderazgo de la Presidenta.

Scioli rompió con la señora de Kirchner el 12 de mayo de 2012, cuando dijo que, si no se autorizaba otra reelección, él aspiraría a reemplazarla. De ese modo adelantó el debate por la reforma constitucional y sugirió que trabajaría en contra. Es obvio: nadie actúa a favor de un obstáculo.

En Olivos entendieron el mensaje como una prematura declaración de guerra. Y dispusieron el acoso sobre la gobernación. Scioli confirmó lo que sospechaban de él. Desprovisto de estructura, rehusó enfrentar al kirchnerismo en una interna, como pide casi a diario Carlos Kunkel. Prefirió sellar una alianza con Francisco de Narváez para constituir en la Legislatura bonaerense una red de 35 diputados que aleje la eventualidad de un juicio político promovido por los delegados de la Presidenta. José "Pepe" Scioli, el hermano del gobernador que integra el círculo de De Narváez, fue designado garante del pacto.

El entendimiento no tardó en salir a la luz. Cuando lo interrogaron, De Narváez contestó: "Con Daniel no nos une ningún acuerdo; todo esto que se está tejiendo es para dañar al gobernador". Todo dicho. La campaña "ella o vos" hizo el resto.

Scioli quedó atrapado en la polarización planteada por su socio.

La aventura de De Narváez era intrascendente mientras Cristina Kirchner se mantenía en el cenit. Pero desde que la fortuna de la Presidenta en la provincia se volvió problemática, el eventual triunfo de De Narváez-Scioli comenzó a ser una amenaza para otros participantes del torneo 2015: Mauricio Macri, José Manuel de la Sota, Massa.

La semana pasada se desplegaron distintas estrategias. De la Sota convenció a Macri de que la mejor forma de evitar que Scioli sacara ventaja de un triunfo de De Narváez era socializar ese triunfo postulando una lista compartida. El miércoles pasado, en el hotel Emperador, Jorge Macri, Emilio Monzó y Gustavo Posse, de Pro, acordaron con De Narváez y De la Sota esa propuesta. De la Sota volvió a Córdoba y De Narváez se hizo reemplazar por Gustavo Ferrari y "Pepe" Scioli, quien desconoció lo conversado un rato antes. El hermano del gobernador bonaerense y el primo del jefe de Gobierno porteño casi llegan a las manos. Son detalles. Lo relevante es que con esa intransigencia los Scioli se garantizaron la exclusividad de la carrera de De Narváez.

No está tan claro qué se garantizó De Narváez. El candidato a diputado ya había desairado a Mauricio Macri cuando, para simular una última negociación, apareció en su despacho sin aviso. Con esa irrupción extravagante intentó que varios poderosos que le habían reclamado un arreglo atribuyeran a Macri la ruptura. A De Narváez le preocupa, sobre todo, la opinión de un empresario.

Massa operó todo el tiempo sobre esta escena. Él se propone competir en el año 2015 por la gobernación o, en una ensoñación más ambiciosa, por la Presidencia. De modo que no le alcanza con disolver el vínculo Scioli-De Narváez en una cooperativa más extensa. Necesita que De Narváez pierda. Ese objetivo es para él mucho más importante que la derrota del candidato de la Presidenta, todavía fantasmagórico.

Massa dedicó la semana pasada a capturar para su liga a los intendentes alineados con Macri: comenzó con Jesús Cariglino, siguió con Posse y terminó con el primo Jorge. Sin Malvinas Argentinas, San Isidro y Vicente López, el macrismo perdería para De Narváez todo su atractivo. Massa impuso a Macri los términos del convenio. Sumaría extrapartidarios a sus listas, pero no se asociaría a la marca Pro: "Mi oferta tiene que ser peronista y no antikirchnerista", explicó. Disimuló, por supuesto, su vocación presidencial. Aunque dedique una parte de su tiempo a examinar videos del venezolano Henrique Capriles.

El intendente de Tigre no pretende liquidar a su antigua jefa, sino heredarla. Desde hace un año contempla con satisfacción cómo ella le presta el involuntario servicio de minar a Scioli. Hace dos semanas, en Lomas de Zamora, la Presidenta estuvo a punto de decir que el gobernador es el candidato de quienes ella considera enemigos, encabezados por el Grupo Clarín. Massa se cuida de entrar en ese cuadrante y, cada vez que puede, exhibe como signo de neutralidad su amistad con Daniel Vila y José Luis Manzano, rivales de Clarín. Mientras tanto, Julio De Vido, el secretario de Obras Públicas José López y numerosos funcionarios de la Anses intentan convencerlo de que el Gobierno podría respaldarlo en 2015. Detrás de esa promesa hay un enigma: ¿estará en condiciones Cristina Kirchner de promover un candidato distinto de ella misma?

En su momento Massa imaginó que con una lista encabezada por otro -Roberto Lavagna fue el que más lo entusiasmó- podría cortar la carrera de Scioli y De Narváez sin exponerse. Pero los compromisos asumidos y las expectativas que creó lo fuerzan a poner el cuerpo; de lo contrario, debería aceptar que fracasó sin dar batalla. Además de intendentes peronistas y macristas, detrás de Massa se alinearon dos corrientes sindicales. La que lidera Luis Barrionuevo y la de "los Gordos", que encabeza Oscar Lescano. Hugo Moyano quedó con Scioli y De Narváez.

Massa debe superar un desafío discursivo. Su programa requiere de un mensaje que se desmarque de la clasificación amigo-enemigo que hoy rige la política. Él pretende realizar un doble experimento: presentarse al peronismo como el instrumento de un nuevo cambio de piel, imprescindible para retener el poder. Y ofrecerse al aparato bonaerense como el candidato capaz de recuperar su autonomía frente a la intrusión de los Kirchner y, sobre todo, de Scioli.

El conflicto con el gobernador de Buenos Aires tal vez obligue a sustituir el interrogante "qué hará Massa" por "qué hará Scioli" ante el cambio de escenario. Cuando el interesado le hizo la consulta, Duhalde aconsejó: "En tu lugar, yo encabezaría la lista de De Narváez". El destino ha sido irónico con Scioli. De tanto prepararse para ser lo nuevo comparado con los Kirchner, le podría tocar ser lo antiguo frente a Massa. En especial si coordina una lista con la Casa Rosada, como exigió Carlos Zannini al jefe de Gabinete provincial, Alberto Pérez, el miércoles pasado.

La peripecia sucesoria del PJ tiene efectos más allá de sus fronteras. En las últimas semanas se registró otra novedad de primera magnitud: el mosaico no peronista se ha dado una regla para volver de su infinita fragmentación.

Las primarias, que sirvieron hasta ahora para la competencia entre navegantes solitarios, serán esta vez el marco de una interna. En la Capital Federal la UCR, el Socialismo, la Coalición Cívica y Libres del Sur renunciaron a las negociaciones caudillescas y delegaron en los votantes el ordenamiento de su oferta electoral. En la provincia de Buenos Aires esas fuerzas alcanzaron un acuerdo, gestionado por el GEN, de Margarita Stolbizer.

Entre las razones de esta asociación hay una sutil: desde que la mayoría de su dirigencia se encolumnó detrás de Ernesto Sanz, las asociaciones con terceros dejaron de ser en la UCR una excusa para las agresiones internas. Sólo Ricardo Alfonsín se resiste a ese desenlace en la provincia de Buenos Aires, al eludir un acuerdo con Federico Storani, uno de los aliados de Sanz. Es posible que, como apunta un perspicaz analista porteño, Alfonsín no advierta que el día en que aceptó secundar a Stolbizer se despidió de su ilusión presidencial. Con ese gesto generoso quedó declarada la caducidad de una dinastía.

El orden kirchnerista, que dominó al PJ en la última década, comenzó a descongelarse. Y el laberinto en que se había convertido el universo no peronista encontró un hilo que conduce a la salida.

Estas innovaciones encuentran a Macri, otra vez, frente a la principal dificultad de su carrera: haber concebido la marcha hacia la Presidencia como un proyecto biográfico, con ecos berlusconianos, carente de un desarrollo partidario y territorial competitivo. Para superar ese déficit, el jefe de Gobierno lanzó un headhunting de celebridades por todo el país. Pero esa estrategia no cubre el vacío bonaerense.

En el distrito más importante Macri debe resignarse, antes con De Narváez, ahora con Massa, a ser una variable de la interna peronista. Es posible que así disimule una derrota. Pero en octubre, sobre todo si Massa realiza un buen trabajo, el acertijo que hoy pesa sobre Scioli: ¿qué va a hacer?, caerá sobre él.