Además, el oficialismo perdería en la Ciudad de Buenos Aires y en las provincias de Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Para que se entienda mejor: si los encuestadores consultados no mienten, la fantasía de reformar la Constitución y promover a Cristina Kirchner para otro mandato quedaría en la nada. Comenzaría, en efecto, el principio del fin de ciclo que Néstor Kirchner inauguró hace diez años.
Sin embargo, para las primarias de agosto faltan todavía más de dos meses y, para el 12 de junio, día de cierre de presentación de alianzas, poco más de dos semanas. Aún puede pasar cualquier cosa. Cualquier cosa significa: que Sergio Massa al final se decida y se transforme en candidato a diputado nacional y obligue a De Narváez, Daniel Scioli y los aliados de Mauricio Macri a discutir todo de nuevo. O que el ex ministro Roberto Lavagna se reconcilie con Macri y vaya como primer candidato a senador en alianza con Pro y junto a Gabriela Michetti. O que la Presidenta presione a Scioli para que renuncie a la gobernación y acepte la primera candidatura a diputado con la intención de "garantizar" una victoria en la provincia y equilibrar la derrota que el oficialismo sufrirá en cinco de los seis distritos electorales más grandes del país. O todavía más: que una eventual declaración de inconstitucionalidad de la reforma judicial por parte de la Corte Suprema ponga en cuestión las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO) y, por ende, toda la convocatoria a elecciones.
Pero los argentinos, hoy, no piensan en las urnas. Y más del 70% de quienes están en condiciones de votar no tienen la menor idea de cuándo van a ser las primarias. Las respuestas cualitativas de las encuestadoras sí permiten esbozar cuál es el humor social y el "clima de época". La imagen de la Presidenta y del Gobierno han caído más de diez puntos. La mezcla de denuncias de corrupción con malestar social e incertidumbre sobre el futuro de la economía está resultando letal para la intención de voto de los candidatos oficialistas en todo el país. Prevalece, en especial, la sensación de que el futuro económico empeorará. En la mente de muchos de los que votaron a Cristina permanecen el cepo cambiario, las consecuencias de la masacre de Once y la idea de que el ex presidente Néstor Kirchner promovió o permitió demasiados negocios ilegales, incluido el que terminó en el choque del tren de la línea Sarmiento. Parecía que su repentina muerte, en octubre de 2010, iba a llevarse de una vez y para siempre sus secretos más preciados. Y de hecho su desaparición potenció, junto con el repunte de la actividad económica, el crecimiento de la imagen positiva y de los votos de Cristina Kirchner. ¿Por qué lo que le sirvió al Frente para la Victoria para conseguir un triunfo histórico en octubre de 2011 ya no parece alcanzar, apenas dos años después?
Las encuestas todavía no miden el impacto de los recientes anuncios de los aumentos en la asignación por hijo, las asignaciones familiares y el incremento de las jubilaciones que todavía no se concretó. En general, estas medidas sirven para mitigar el mal humor social. Este Gobierno la usa para garantizar la fidelidad de voto del núcleo duro y de una buena parte de los 15 millones de argentinos que dependen del Estado de manera directa o indirecta, desde las amas de casa que reciben un plan social hasta los jubilados que esperan con ansiedad la liquidación de cada mes.
La inyección de miles de millones de pesos para el consumo debería traducirse en votos constantes y sonantes, pero los economistas que siguen las variables de la vida cotidiana hace tiempo que vienen alertando por el crecimiento de las deudas de los usuarios de tarjetas de crédito. ¿Usarán los aumentos derivados del cierre de las paritarias para seguir consumiendo o para pagar obligaciones que se les están convirtiendo en una bola de nieve?
El fantasma de que si el Gobierno pierde las elecciones va a venir el cuco de la derecha a quitar los planes sociales y subsidios a quienes resultaron beneficiados en los últimos diez años prevalece en millones de votantes, aunque estén desencantados. Los candidatos de la oposición que pretendan transformarse en alternativa deberían ser muy claros al respecto. Y muy cuidadosos sobre los acuerdos que piensan anudar para evitar que Cristina Kirchner se vuelva eterna. Durante las marchas autoconvocadas, una parte de la sociedad les ha pedido que se unan para poner límite a la prepotencia, el autoritarismo y el intento de obtener la suma del poder público. La idea de presentar una sola lista de candidatos para integrar el Consejo de la Magistratura es una respuesta inteligente y de alto impacto. Demuestra, entre otras cosas, que cuando se ponen en juego asuntos tan serios como la libertad, dirigentes en apariencia tan distintos como Macri y Binner son capaces de trabajar juntos para evitar que el Gobierno se lleve el mundo por delante.
También es notable el nivel de respuesta que está teniendo la convocatoria para ser fiscales de mesa que están haciendo algunos partidos de la oposición. Quienes se suman lo hacen por la fuerte sospecha que existe sobre la posibilidad de que el Frente para la Victoria haga lo imposible para conseguir los votos que le estarían faltando. No los une el amor, sino el espanto a la hipótesis de repetir lo peor de la década que pasó. Es una mezcla de hartazgo y pérdida del miedo. Un sentimiento parecido al de quienes se animan a hablar o denunciar ahora, porque perciben que el pacto implícito de silencio se rompió. Desde Miriam Quiroga hasta el albañil que le puso la puerta reforzada a la bóveda de la casa de El Calafate. Desde los fiscales Guillermo Marijuan y José María Campagnoli hasta los miembros de la Corte Suprema, que le pondrían un límite al intento de violar la división de poderes.
Se percibe cierta desesperación en algunos sectores del Gobierno. Que hayan agitado las candidaturas del vicepresidente Amado Boudou o del diputado Andrés Larroque lo pone de manifiesto de manera dramática. Cristina Kirchner es casi la única figura competitiva que le queda al oficialismo tras diez años de conflicto permanente. Tienen el mismo problema que aquejaba al menemismo, cuyo líder, mientras juega con sus nietos y ya no asiste al Senado, sigue repitiendo que fue el primero que le ganó a Kirchner en aquella primera vuelta de 2003. Vive en un mundo paralelo, similar al de muchos que definen a este gobierno como revolucionario, progresista, nacional y popular.