Si se presentara como candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires en las próximas elecciones de octubre, se transformaría en un rotundo ganador y arrancaría primero en la grilla de los presidenciables. Más de una decena de grandes grupos económicos están dispuestos a financiar su campaña. Y si al final se decide, ni siquiera Francisco De Narváez, quien hasta ahora figura como ganador en todas las encuestas de la provincia, se opondría a formalizar un acuerdo que los pusiera de un mismo lado. Es más: dirigentes como Mauricio Macri, José Manuel de la Sota, Roberto Lavagna y Hugo Moyano, confluirían en un solo espacio y postergarían sus ambiciones de 2015 para decretar el comienzo del fin del ciclo cristinista en 2013.
Incluso Daniel Scioli, uno de los hombres a los que más afectaría un eventual triunfo del intendente, no vería con disgusto que la victoria del ex jefe de gabinete de Cristina Fernández pusiera un límite concreto al avasallamiento presidencial. El gobernador preferiría que su vecino de Tigre no creciera tanto. Sueña con ser el gran candidato al otro día de las legislativas de octubre. Sin embargo, entre que gane el proyecto político de Cristina o competir más tarde con alguien como el intendente, prefiere lo segundo, porque lo primero implicaría que lo eyectaran de la gobernación.
En las últimas semanas, Massa fue y vino varias veces. Impulsó y desarmó reuniones políticas para confirmar su candidatura. Mantuvo encuentros secretos con gente de De Narváez, Macri y con hombres de negocios que vienen siendo hostigados por el gobierno desde marzo de 2008. Políticos que hablan por boca del intendente pusieron incluso una fecha y un lugar de lanzamiento para su candidatura. Pero en las últimas horas Massa, que venía conduciendo al límite de la velocidad permitida, puso el freno de mano y empezó a manejar en la dirección contraria.
¿Por qué? Porque no está convencido de hacerlo.
Porque teme que, después del seguro triunfo, el nivel de expectativas que generará su figura no podrá ser satisfecho ni en un año ni tampoco en dos, cuando la Presidenta se empiece a despedir de su último mandato. Sergio podrá ganar las elecciones al candidato de Cristina y la gente lo colocará en la grilla como el mejor postulante a la presidencia en 2015, pero solo tendrá el poder de un diputado nacional, en el medio de un Parlamento partido en mil pedazos me explicó, el viernes pasado, uno de los pocos hombre de negocios que le aconseja no salir a jugar en el medio de esta mar revuelto.
Los que lo empujan a subirse al tren sostienen que ése es un mal diagnóstico. Que 2013 no será como 2009, cuando el acuerdo entre De Narváez, Macri y Felipe Solá generó expectativas después de derrotar a Néstor Kirchner, Scioli y Massa en una misma elección. Si Sergio se presenta ahora y gana, el impacto político en el Parlamento será tal que el Frente para la Victoria perderá su mayoría automática y tendrá que negociar con el resto de la oposición, me explicaron. Ellos sostienen que Cristina no podrá dar vuelta la tortilla como lo hizo Néstor en aquella oportunidad, porque ahora no hay dinero del Estado ni poder político suficiente como para lograrlo.
Sergio, primero mirá las encuestas y después hacé una recorrida relámpago por toda la provincia. Esto no es como 2009. Esto huele a fin de ciclo le dijo hace un tiempo a Massa un sociólogo que no cree en las estadísticas sino en las muestras de humor social. Sin embargo, en este caso, los números parecen coincidir con el clima de época. La imagen de la presidenta viene cayendo cada vez más y con mayor velocidad. La de Scioli bastante menos, y la baja de Massa es casi imperceptible. Sin embargo, la tendencia es arrolladora: el mal humor parece mayor, todavía, al que imperó en junio de 2009.
La mezcla explosiva de la tragedia de Once, las inundaciones, la exponencial difusión de hechos de corrupción que salpican a la jefa de Estado, la inflación, la suba del dólar blue, la caída de la actividad económica y el anuncio del blanqueo para quienes no pagaban impuestos o atesoraron dinero cuyo origen es ilegal terminarían pulverizando a cualquier candidato del oficialismo. En 2009, horas después de la derrota, Kichner hizo magia política. Juntó a su mesa chica en Olivos y los convenció, uno a uno, que en realidad no había perdido, sino que había ganado por unos pocos votos.
Les explicó que no valía la pena salir a denunciarlo porque hacerlo habría provocado un caos institucional. Contagió a sus seguidores de pura mística e hizo aprobar una maratón de leyes e iniciativas que pusieron otra vez al gobierno en el centro de la escena. Desde el Fútbol para Todos hasta la denominada Ley de Medios. Si, pero entonces tenían caja, reservas y el impacto de la crisis internacional se había empezado a diluir. Ahora tienen más inflación, cepo cambiario, están desesperados por conseguir dólares y la mayoría de quienes los votaron están espantados por los bolsos con dinero que viajan en aviones privados que iban y volvían a Río Gallegos, Calafate, Montevideo, Punta del Este y Panamá me explicó el consultor que no cree en las encuestas, y después preguntó:
¿Cómo van a hacer para revertir esa imagen con lo poco que falta para las primarias de agosto?
La posibilidad de que la Comisión Nacional de Valores (CNV) decida, con cualquier excusa, nombrar un veedor para intervenir al Grupo Clarín y desplazar a Jorge Lanata y todos los periodistas críticos del diario, Radio Mitre y Canal 13 es algo que suena disparatado y casi suicida. Pero no sería la primera vez que este gobierno transforme una decisión loca e impensable en una medida administrativa de apariencia legal.