Cuando la presidenta Kirchner anunció que iba por todo , cundió el temor de que "todo" significara literalmente "todos los poderes de la Constitución": el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. El Ejecutivo y el Legislativo ya los tiene. Con la reforma que acaba de anunciar, ahora la Presidenta va por el Poder Judicial y deja aislada a la Corte Suprema como una roca solitaria en medio del mar. Cualquier juez, y por supuesto la propia Corte, podría declarar inconstitucional buena parte del proyecto de reforma judicial que promueve la Presidenta. ¿Se animarán a hacerlo? Y, si se animan, ¿no intentará el Poder Ejecutivo una nueva resistencia?
Estas dudas surgen de la metodología que está empleando la Presidenta para "ir por todo". Una metodología intransigente en cuanto a sus fines, pero, a la vez, gradualista en cuanto a sus medios. "Ir por todo" no significa ir por todo "ya". Cabe recordar aquí la anécdota del cocinero y la rana. Cuando un cocinero pretendió cocinar a una rana arrojándola en una sartén con agua hirviendo, la rana saltó despavorida. Aleccionado por la experiencia, el cocinero introdujo entonces una segunda rana en agua tibia y así logró cocinarla de a poco, sin que su víctima ni siquiera se diera cuenta.
¿En qué consistiría la suma del poder que busca "gradualmente" Cristina? No sólo en concentrar en sus manos el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, sino también en liberar al primero de ellos de la otra restricción fundamental que lo limita. Esta otra restricción es el plazo . ¿De qué le serviría en efecto a Cristina obtener de un lado todo el poder al que aspira si, de otro lado, este poder viniera con fecha de vencimiento? Pero la Constitución prohíbe más de dos mandatos presidenciales consecutivos.
El presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso dijo en su momento que "más de dos presidencias consecutivas es monarquía". Cardoso, él, había comprendido que la "tercera presidencia consecutiva" marca la distancia entre la república y el despotismo. Una distinción a la que Cristina, al parecer, no ha renunciado. No dice que en 2015 se irá. Tampoco dice que intentará quedarse. La norma más importante de nuestro sistema institucional se hunde, por lo visto, en la incertidumbre.
Los constitucionalistas de 1853 no fueron, por su parte, nada ambiguos. El artículo 29 de la Constitución, que nunca fue derogado ni modificado, dice: "El Congreso no puede conceder al Ejecutivo Nacional facultades extraordinarias, ni la suma del poder público? Actos de esta naturaleza llevan consigo una nulidad insanable y sujetarán a los que los formulen, consientan o firmen, a la responsabilidad y pena de los infames traidores a la patria". Desde 1853 hasta 1930, esta norma se cumplió a rajatabla. Ninguno de nuestros presidentes pretendió estirar en ese entonces el plazo inamovible de seis años que le había tocado. Este período de 77 años fue, por otra parte, el más brillante de nuestra historia. Pero en 1930 nuestras instituciones descarrilaron y, por otro lapso de 82 años, no hemos podido volver a un sistema político estable hasta el día de hoy. De más está decir que, desde 1930 hasta ahora, la Argentina retrocedió catastróficamente en el concierto de las naciones.
¿Podría recobrar su perdida sensación de estabilidad si la Presidenta renunciara explícitamente a un horizonte de permanencia indefinida como al que hoy, todavía, no da señales de renunciar? Algunos suponen que demora este anuncio de cumplir simplemente con la Constitución porque, en tal caso, se convertiría en un pato rengo y ya no podría gobernar. ¿Qué hacen, empero, todos los presidentes republicanos de nuestra América? Cumplen, simplemente, los plazos que les han asignado. Esto se hace sin perturbaciones, salvo, naturalmente, en los casos de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua, cuyos presidentes aspiran a la monarquía mientras los argentinos esperamos que Cristina se decida entre la monarquía y la república. Pero el hecho de que acumule cada día más poder mientras no anuncia categóricamente el punto final de su reinado, ¿es acaso una señal tranquilizadora?
A medida que pasa el tiempo, se acerca el día en que la Presidenta tendrá que optar. Para decirlo de una vez, su opción será entre la dictadura y la república . La "dictadura" que crearon los romanos no era lo que hoy entendemos por este nombre. En tiempos de la República Romana, el Senado designaba como "dictador" a un ciudadano descollante, a quien le confería la suma del poder para atender una situación de emergencia, por ejemplo, una invasión, pero sólo por el exiguo plazo de seis meses. Pasado el peligro, la República Romana volvía a la normalidad.
Julio César alteró esta tradición haciéndose nombrar dictador vitalicio , ya en las puertas del Imperio. Por eso hoy, cuando hablamos de "dictadura", desgraciadamente pensamos en un nuevo César, en una persona que reúna todo el poder, sin plazos a la vista. Cristina ya tiene "casi todo" el poder. Sólo le falta arremeter contra el plazo, el elemento residual que aún la contiene.
Se abren así a los argentinos dos escenarios mutuamente incompatibles en dirección del futuro. Uno de ellos es dictatorial. El otro es republicano. Examinémoslos con algún detalle. La puerta que abriría la opción dictatorial sería la re-reelección de la propia Cristina como presidenta para cubrir un tercer período consecutivo, de 2015 a 2019. Si los re-reeleccionistas lograran esto, la Presidenta no tendría mucho más que agregar. Habrían llegado al fin a la ambiciosa meta de la "Cristina eterna" que vienen proclamando incondicionales como la diputada Diana Conti, y la Argentina se encolumnaría con los cuatro países chavistas que militan del otro lado de la cerca.
Dejando de lado las otras graves consecuencias políticas y económicas que seguirían a esta opción, su principal dificultad consistiría simplemente en que, según las encuestas, dos argentinos de cada tres la rechazan. ¿Cómo se podría adoptar esta estrategia contra la expresa voluntad del pueblo?
Hemos hablado hasta ahora de la "dictadura" como una de las posibles opciones de Cristina, pero si ella insistiera en este camino, pese a las previsibles resistencias que encontraría, quizás habría que agregar otra distinción al análisis, esta vez entre dictablanda, es decir, una concentración de poder incruenta como la que ya tenemos, y una verdadera dictadura , con represión incluida.
¿Cómo describiríamos, en todo caso, a la opción republicana? ¿Se unirían, para impulsarla, los islotes sueltos de la oposición que andan por ahí? Este camino no es imposible, pero quizá sea improbable. La otra alternativa es que surja al fin algo así como un neocristinismo que, ya sin apoyar abiertamente la re-reelección de Cristina, cuente con su apoyo en dirección de alguna salida alternativa. Al girar drásticamente de la renuencia frente al papa Francisco a una actitud casi filial, la Presidenta ha dado a este respecto una muestra de flexibilidad que pocos le atribuían.
¿Será excesivo esperar ahora que, desde los acantilados de la división que hoy embarga a los argentinos, surja al fin un intervalo lúcido que nos permita avizorar nuevamente un destino común, un destino que ya no sería kirchnerista o antikirchnerista?
Si uno mira hacia atrás, estos "intervalos" no han sido frecuentes en nuestro pasado. Pero, aún así, ocurrieron. Mientras el autoritarismo, prometiéndolo todo, a veces se quedó sin nada, quizás ha llegado la hora de los moderados, que prometen algo y lo retienen, dejándoles a los demás una porción igualmente razonable de sus pretensiones..