Como carecen de escrúpulos y ya comprobaron que no pagan ningún costo político por hacerlo, son capaces de apropiarse del Papa, de la solidaridad, de la renta del Estado e incluso de empresas privadas, como la ex Ciccone. Deberían estar explicando su responsabilidad de fondo en las inundaciones que dejaron más de sesenta muertos, miles de hogares destrozados y miles de millones de pesos en pérdidas. Sin embargo, dieron vuelta la página y ahora impulsan una reforma judicial cuyo objetivo de fondo es doblegar a los jueces independientes y controlar el Consejo de la Magistratura, una de las pocas instituciones que resisten los caprichos de la Presidenta y sus ministros más ambiciosos.
Cristina Fernández de Kirchner hizo algo más que calzarse las botas de goma negras e ir a intercambiar ideas con los vecinos de Tolosa. Se colocó en un lugar de privilegio, fuera de toda responsabilidad, y ordenó a los militantes de La Cámpora que comandaran las tareas de ayuda. Como de costumbre, no contestó la pregunta de ningún periodista. Jamás explicó por qué, durante los últimos años, el ministerio de Planificación invirtió cada vez menos en obras para evitar o aliviar las consecuencias de las inundaciones. No aclaró por qué, si la Argentina creció a "tasas chinas" de 2003 a 2008, no se priorizó la inversión en infraestructura -lo que divide a los países subdesarrollados de los que no lo son-, en vez de gastar cada vez más en subsidios y planes sociales sin la debida contraprestación de quienes los reciben. Horas después de la tragedia de Once, la Presidenta tampoco respondió preguntas, pero ensayó una respuesta polémica sobre por qué su gobierno y el de su marido no habían podido evitar la masacre del Sarmiento. Todavía lo recuerdo. Dijo que el Estado había gastado demasiado dinero en pagar las deudas de los ahorristas después del corralito de 2001. Sin embargo, no mencionó los miles de millones de pesos que se entregaron a los grupos empresarios sin control ni auditoría ni el deterioro de todo el sistema ferroviario ni las decenas de pomposos anuncios que no se cumplieron, como la reapertura de los talleres de Tafí del Valle o las obras de soterramiento del mismo Sarmiento.
Si la jefa del Estado hubiera otorgado una conferencia de prensa o hubiese concedido entrevistas no condicionadas a periodistas profesionales, quizás el país se hubiera enterado de lo que piensa sobre el asunto y de por qué tanto ella como Néstor Kirchner sostuvieron en su puesto al ex secretario de Transporte Ricardo Jaime, a quienes dos ministros vieron ingresar varias veces en el despacho del ex presidente con un bolso de cartero, de contenido sospechoso.
Pero el modelo, este modelo, no resiste preguntas ni estadísticas serias como la de los expertos de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) -a los que no se los puede acusar de pertenecer a "la derecha"- quienes sostienen que la concentración económica es mayor ahora que en la década maldita de los años noventa. El modelo no sólo no resiste preguntas de fondo. Tampoco aguanta las de manual, como la de Juan Miceli, quien con extrema cortesía sólo le preguntó al diputado Andrés "Cuervo" Larroque si no le parecía inconveniente que los jóvenes de La Cámpora usaran sus pecheras para recibir y distribuir donaciones que eran de particulares o del propio Estado nacional. No tengo más que palabras de agradecimiento para los chicos de La Cámpora y de decenas de agrupaciones políticas que se arremangaron y se pusieron a trabajar para hacer llegar la ayuda.
Repudio con energía los ataques de la patota de la Unión Obrera de la Construcción (Uocra) de Juan Pablo "El Pata" Medina contra los seguidores de La Cámpora que pretendían colaborar con los vecinos. Pero también desprecio a los mismos "militantes" que insultan a la gente por la calle, que patotearon a los vecinos en un barrio de La Matanza horas después de la inundación y que se manejan como si fueran los dueños del mundo sólo porque gozan de la simpatía de la Presidenta y administran dinero del Estado. El episodio de Larroque y Miceli no es una anécdota más. Explica, en pocos segundos, que el silencio oficial y en especial el de los dirigentes de La Cámpora frente a los periodistas no tiene como argumento sincero el hecho de que les hacen preguntas provocadoras. Ellos no atienden a la prensa, en realidad, porque no están capacitados para responder con éxito a las preguntas más sencillas, como algunas de las que le hicieron los estudiantes de Harvard a la Presidenta. Y este hecho, la no respuesta, tampoco es superficial. Significa, nada más y nada menos, que los argumentos oficiales del éxito del modelo son mentirosos o débiles o imposibles de confrontar con datos en la mano. Eso también se revela en los grandes proyectos que lo sustentan, como la ley de medios y la flamante reforma judicial. Parecen surgidos de una misma matriz. Contienen enunciados e iniciativas a las que nadie en su sano juicio se podría oponer, como la desconcentración de los multimedios o las obligaciones de los fiscales, jueces y secretarios de presentar sus declaraciones juradas. Sin embargo, cuando se revisa el fondo de la cuestión, aparece con claridad el verdadero objetivo: pulverizar al periodismo crítico, en un caso, y a los jueces que se atreven a fallar contra las decisiones de este gobierno, en el otro. Al poner un límite irrisorio a las cautelares, el Estado impone su supremacía por sobre un ciudadano o una empresa o cualquiera que recurra a la Justicia para defender sus derechos.
Pero lo más triste no es la naturalidad con la que se llevan todo por delante o la potencia con la que imponen el relato. Lo más triste es que existen miles de jóvenes que, seducidos por las consignas y la ostentación de poder, se repiten a sí mismos que son heroicos. Chicos que suponen que están haciendo "la revolución" o que combaten con valentía y dedicación a los poderes "fácticos" y "concentrados" y que no se plantean ni una mínima autocrítica sobre lo que dicen o lo que hacen. Habría que empezar por recordarles que forman parte de una multimillonaria maquinaria del Estado, muy lejos del llano y de los que menos tienen. Que son engranajes de la corpo más enorme y poderosa que existe en la Argentina: la que se apropió de municipios, gobernaciones, entes autárquicos, empresas como YPF y Aerolíneas Argentinas y también de la administración del Poder Ejecutivo Nacional. No parece tan romántico, pero es la pura verdad.
Y lo mismo se puede decir sobre la última puesta en escena. Felicitaciones a quienes se movilizaron para ayudar al otro. Pero todavía nos deben la explicación de por qué un Gobierno tan sensible niega a los distritos no K los avales para los créditos de obras que hubieran evitado o mitigado semejante desastre.