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Tal vez ningún argentino actual volverá a vivir un instante como el de ahora. Un compatriota se ha convertido en el líder espiritual de 1200 millones de almas en el mundo y será por mucho tiempo una de las figuras más destacadas del universo. Es un momento único, necesariamente irrepetible. El papa Francisco no será, además, un pontífice más en la historia de la Iglesia. Honesto sin fisuras y sobrio sin concesiones, ha llegado a Roma para abrir las ventanas del Vaticano y emprender una lucha intransigente contra la corrupción y el pecado dentro de la propia Iglesia. Uno de los capitales más importantes de la Iglesia es su autoridad moral. ¿Qué somos, a qué nos reducimos, cuando la perdemos? , lo escuché decir no hace mucho tiempo.

Según encuestas hechas sobre la marcha, un 98 por ciento de los argentinos está contento con el advenimiento del papa argentino. El papa Bergoglio será en adelante una referencia permanente para una inmensa mayoría de los ciudadanos de su país. El Pontífice ayudó inesperadamente a los argentinos a recuperar la autoestima nacional, perdida por un país que dio durante décadas malas noticias al mundo. Salvo en el momento inicial de la democracia, en 1983, antes y después sólo se habló de una nación cruel, donde la muerte era más importante que la vida. De un país de violaciones, de hiperinflaciones, de default, de confiscaciones, de pobreza y de un devastador sufrimiento social.

Francisco dio vuelta esa historia no sólo con su elección, que no fue su responsabilidad, sino con su capacidad para cautivar al mundo en el acto, con pocas palabras y algunos gestos. Es un papa distinto, mucho más moderno y cercano que lo que podrían indicar sus 76 años.

Una sombra imperceptible que salió de aquí lo manchó injustamente en el mundo. La Argentina habita el pasado, sea éste real o imaginario. Es imaginario en el caso de las acusaciones sobre el Papa y sus supuestas vinculaciones con la dictadura. La dictadura argentina tiene, con razón, mala fama mundial. El papa Bergoglio es una persona desconocida por la prensa y el gran público del exterior. Injustificadas informaciones originadas en la Argentina encontraron eco, quizás ingenuo, en gran parte del periodismo internacional.

Es notable que quienes se proponen debilitarlo pertenezcan a la izquierda local muy cercana al kirchnerismo. Están dándoles argumentos a los sectores más reaccionarios de la Iglesia, que han sido los eternos adversarios de Bergoglio, y a los que están implicados en graves denuncias de corrupción dentro de la curia romana, que son ahora sus peores enemigos. Se trata de argumentos falsos contra el Papa. Ningún testimonio serio de los años 70 señaló nunca a Bergoglio como cómplice de los militares. Tenía entonces sólo 35 años y ningún otro rango que el de simple cura.

Es cierto que en esos años de sangre y de lágrimas fue jefe de los jesuitas argentinos. Su gestión salvó de la inestabilidad económica a las dos universidades gestionadas por la Compañía de Jesús: la Universidad Católica de Córdoba y la de El Salvador. Pero también promovió un giro de la orden hacia sus postulados religiosos. Los jesuitas son reconocidos como los intelectuales de la Iglesia y por su compromiso con los pobres. Sin embargo, muchos de sus curas se habían politizado en aquellos tiempos politizados y algunos simpatizaron con la opción armada. Una cosa era el compromiso con los desposeídos y otra cosa era la lucha de las armas. Ésa fue la política instaurada por Bergoglio dentro de la orden religiosa. Sólo hizo cambios entre los curas, sin delatar a nadie. La Justicia confirmó su inocencia.

Nunca le perdonaron aquel giro, a pesar de que aconsejó a muchos sacerdotes que abandonaran el país antes de que fuera tarde. ¿No pudo salvar a algunos sacerdotes del secuestro? Graciela Fernández Meijide dio la respuesta más atinada a esa pregunta: Yo tampoco pude salvar a mi hijo cuando se lo llevaron de mi casa . Fernández Meijide trabajó en la Asamblea por los Derechos Humanos desde el día siguiente del secuestro y la desaparición de su hijo, en 1976, y fue secretaria ejecutiva de la Conadep, donde se recibieron los primeros y más conmovedores testimonios de los crímenes de la dictadura. Jamás nadie me habló de Bergoglio , asegura. Su testimonio tiene un enorme valor.

Fernández Meijide, la abogada Alicia Oliveira, duramente perseguida por los militares, y el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, que apartaron a Bergoglio de la sospecha, hablan desde el conocimiento propio, como valientes opositores de los militares en el momento de mayor poder de los militares. La narración de esa falsa historia debería concluir; se eligió un papa, no se inició un combate.

Sería más justo recordar al cardenal Bergoglio que luego promovió, ya como líder de la Iglesia argentina, otro giro. Alejó a la Iglesia de anteriores conducciones muy conservadoras, que habían sido cercanas a los militares, y propició que la institución pidiera públicamente perdón por el silencio durante los años oscuros. La Iglesia pidió perdón. El entonces cardenal fue conduciendo a los obispos locales hacia posiciones centristas, que es el lugar donde le gusta estar. Fiel a la doctrina, cerca de los pobres, lejos de la ostentación y atento a los cambios del mundo y de la sociedad.

Un sector del peronismo no lo quiere y otro sector lo exhibe como propio. Francisco no es un papa peronista, como aseguran algunos con notable frivolidad. No se llevó bien con el menemismo ni con el kirchnerismo, que tuvieron los grandes liderazgos del peronismo en los últimos 20 años. ¿Qué clase de peronista sería, entonces? Como hombre de política y de poder habló, eso sí, con muchos peronistas. Pero ¿con quién debía hablar de las cosas del poder en una Argentina eternamente peronista? Bergoglio es hombre espiritual en las cuestiones de la fe, pero también es un pragmático cuando resuelve cosas terrenales.

El Papa es un hombre honrado y humilde que habla de paz. El kirchnerismo lo consideró, por eso, extraño y lejano. Fue el principal inspirador del Diálogo Argentino, un esfuerzo de la Iglesia para frenar la crisis política, económica y social que estalló en la Navidad de 2001. El posterior kirchnerismo detestó aquel intento dialoguista. El Gobierno inscribe a Bergoglio como un enemigo. Muchas de las voces que se han levantado ahora para acusarlo responden directamente a la Casa de Gobierno. Ésta dejó hacer, por lo menos. El Papa hizo un gesto: recibirá mañana a Cristina en una audiencia especial. ¿Cambiarán las cosas?

Están las broncas del pasado, que el kirchnerismo nunca olvida, y está el temor al futuro. La Argentina no será la misma con el papa Francisco, lo quiera éste o no. Hay cosas inevitables, más allá de la voluntad del vicario de Cristo. Su segura visita al país en algún momento de este año movilizará multitudes como no se han visto nunca. Multitudes que el kirchnerismo no controlará.

La Iglesia argentina será también distinta mientras haya en Roma un papa argentino. Es fácilmente predecible que muchos argentinos se reencontrarán con el misterio de la fe y que los líderes religiosos locales tendrán un poder más grande que el que tuvieron hasta ahora. La palabra de la Iglesia recobrará un peso distinto y mayor. El kirchnerismo se siente desde ahora disputando un poder y un espacio que se le escapan sin remedio. Las cosas inesperadas tienen consecuencias inevitables hasta para el propio Papa.

¿Afectan la difamación y la calumnia al franco y poderoso Francisco? Seguramente sí, porque hasta el vocero del Vaticano tuvo que aclarar esas versiones. Pero sabe que su destino tampoco tiene remedio. Subir a la cruz es una elección definitiva, pero es un camino de dolor, constante, sin pausas , me dijo cuando ya se iba para siempre de su fracturado y desigual país..