La segunda fase de la ofensiva contra Daniel Scioli ha sido lanzada. La primera ocurrió a mediados del año pasado cuando Cristina Fernández retaceó al gobernador, hasta el último minuto, la ayuda financiera para el pago del aguinaldo. Ahora tampoco hay socorro para hacer frente al reclamo docente.
En realidad, las clases no empezarán en casi todo el país. El cristinismo se encarga sólo de remarcar la mala praxis del mandatario. La Presidenta no lo recibe ni atiende sus llamados.
Quizás la sangre no llegue al río ahora mismo. Cristina no podría correr el riesgo de que un conflicto terminal con Scioli perturbe el año electoral en Buenos Aires, donde se afinca la esperanza cristinista de prolongar el modelo después del 2015. Superada la prueba de octubre, el gobernador bonaerense recibiría la notificación formal sobre algo que conoce: nunca podrá ser el heredero presidencial. Probablemente el 2014 se convierta en el año del martirio final del gobernador.
Todo dependerá de la votación de octubre. Si Cristina pudiera exhibir una razonable victoria, intentaría arremeter en el Congreso con una reforma constitucional. En ese caso, a Scioli le resultaría difícil no quedar enredado en la maniobra. En primera instancia, aquella reforma hurgaría la posibilidad de la re-reelección. De no ser factible promovería, a lo mejor, la modificación de cuajo de la Carta Magna para adecuarla a los nuevos tiempos internacionales. A los distintos ejes que se trazan en América latina, donde la Argentina parece definitivamente alineada con Venezuela, Bolivia y Ecuador. Así lo describió, al menos, Rafael Correa, en su discurso victorioso del domingo pasado, cuando con holgura ganó en Ecuador el derecho a un tercer mandato. Sería lo que la ensayista Beatriz Sarlo acostumbra a definir como “un cambio de régimen”.
Un escenario electoral menos auspicioso podría inducir a la Presidenta a tomar algún atajo. Buscar con premura un heredero confiable y horadar, a la vez, las bases de popularidad que conserva Scioli y que podrían convertirse en una sombra para tal proyecto. Amado Boudou, en poco tiempo, se transformó en un escarmiento para Cristina. Lo ungió como compañero de fórmula atraído por su nimia frescura antes que por sus papeles políticos. A los pocos meses se vio obligada a hacer un estropicio en el Poder Judicial para resguardarlo del escándalo Ciccone.
El vicepresidente es también un problema en cada aparición pública. Debió rodearse de La Cámpora y de 900 policías para prevenir abucheos en la celebración de la batalla de Salta.
Sus dispendios dan mucho que hablar.
Detrás de ellos está otra vez el juez Daniel Rafecas, a quien recusó cuando investigaba Ciccone. A los gastos por mobiliarios en el Senado se añade ahora una requisa por su viaje a Ecuador para asistir a la re-reelección de Correa. Existe interés por conocer con cuánto personal se trasladó –al parecer, una legión de custodios– y en qué condiciones. Que la estrella de Boudou ha dejado de brillar desde hace rato en el oficialismo lo revela un episodio: la forma brusca en que el senador ultra K Miguel Angel Pichetto lo cruzó por una cuestión reglamentaria durante la sesión en que se aprobó el memorándum de entendimiento con Irán.
La experiencia con Boudou acentuó la genética desconfianza de Cristina. Tampoco se la nota satisfecha con su otra criatura política: el vicegobernador Gabriel Mariotto. Esos equívocos incrementaron la tendencia al encierro. No habla con casi ningún ministro y sobran los dedos de media mano para contar los gobernadores que acceden a ella. En ese círculo minúsculo, amén de Máximo, su hijo, y un par de dirigentes camporistas, tallaría Carlos Zannini.
El secretario Legal y Técnico es un hombre enigmático pero de peso ideológico y político cuando a la Presidenta se le ocurre consultar algún tema. Hay quienes aseguran que el latiguillo sobre la “profundización del modelo” pertenecería a su usina. El matrimonio Kirchner lo echó a rodar en las tribunas desde la derrota legislativa del 2009.
Zannini puede ser el heredero de Cristina en el 2015 si los otros planes presidenciales de continuidad llegaran a fracasar.
Dos intendentes del Conurbano se llevaron esa densa mezcla de impresión y noticia después de pasar en los últimos días por la residencia de Olivos. El secretario Legal y Técnico garantizaría el abroquelamiento de todo el cristinismo. La Cámpora y el foro de intelectuales K apostaban por Zannini cuando Cristina sorprendió con Boudou. Habría tiempo para persuadir al peronismo, aunque los primeros pasos se habrían dado: los intendentes bonaerenses que han tomado distancia de Scioli para jurar fidelidad a Cristina no dudarían, llegado el caso, en acatar el dedo presidencial. Zannini es un dirigente de bajísimo perfil, con elevado nivel de desconocimiento popular, según las encuestas. ¿Cómo podría convertirse en el delfín de Cristina?
“A Kirchner tampoco lo conocía nadie cuando lo eligió Duhalde (Eduardo). Zannini sería el candidato de Cristina. Y habría un año y medio para instalarlo bien”, explicó uno de aquellos intendentes.
Antes de bregar por su delfín, el cristinismo parece dispuesto a tomar prevenciones en el PJ. La principal, ya se sabe, apunta a desgastar a Scioli. A colocarle vallas insalvables en el armado electoral.
Cristina desea monopolizar las listas de diputados nacionales y provinciales.
Alzando a Alicia Kirchner como principal candidata y colocándose ella misma como estandarte de campaña. El gobernador bonaerense podría quedar maniatado.
Cualquier impacto contra Hugo Moyano representaría también un trastorno para Scioli. Aunque todavía afloran más presunciones que certezas, el poder sindical del líder camionero podría ser funcional al hipotético proyecto presidencial del gobernador. Moyano se enfrentó la semana pasada con el Gobierno por la razón que el ministro Carlos Tomada concedió al mercantil Armando Cavalieri, de la CGT K, en una disputa intersindical. Trabajadores de transporte afiliados al gremio camionero deberían retornar a la órbita de Comercio que ocupaban en la era menemista. Hubo otra señal que habría intranquilizado a Moyano más que esa puja con Cavalieri: movimientos del poder para edificar una causa judicial en su contra por anomalías en la obra social de camioneros.
Scioli no ha variado un ápice su estrategia.
Hace como si nada ocurriera.
Declara su incondicionalidad a Cristina. Recurre a diferenciaciones sutiles. Ausentarse, por caso, del acto que presidió Boudou en Salta. Evitar las invitaciones presidenciales a actos públicos. Mostrarse al lado del intendente de Tigre, Sergio Massa. Frecuentar discretamente a dirigentes radicales, al margen de su cena con Julio Cobos. Dejar que sus ministros repliquen las críticas cristinistas. Prefiere siempre, oteando las encuestas, el papel de víctima.
De esa manera causó en el 2012 el recule de la Presidenta.
Scioli es la presa mas codiciada aunque hay otros blancos en la mira presidencial. Las asperezas aumentan con José Manuel de la Sota. Córdoba, donde Cristina tendría un 60% de rechazo, no le interesa tanto como Buenos Aires. La pelea con Daniel Peralta es de pago chico. Pero es la comarca que desde los 90 dominan los Kirchner. Las aguas K se bifurcaron en la Patagonia y Peralta suele recurrir a consultas con Scioli y De la Sota.
El cristinismo está sumergido en la disputa por ese futuro mientras el presente acumula graves problemas. La inflación ha desarticulado las discusiones paritarias. Asoma un tiempo de conflictos. La Presidenta terminó convirtiendo lo que llamó una decisión de Estado por cadena nacional –el acuerdo con Irán por la AMIA– en una simple riña partidaria.
El Senado impuso la media sanción a ese turbio pacto con la supremacía estricta de los votos oficiales.
Aunque consagró otra fractura. Esa fractura no atañe sólo a la oposición y la comunidad judía. La voladura de la AMIA desgarró a toda la sociedad.
La tragedia ferroviaria en Once, también. Pero, a diferencia de la AMIA, en esa devastación fatal el Gobierno arrastra desde hace un año la pesada carga de su entera responsabilidad política y moral. La responsabilidad política se desprende de la incompetencia para gestionar áreas estratégicas, en este caso el transporte. No sucede nada diferente en el campo energético y vial. La responsabilidad moral está atada férreamente a la corrupción.
Una inescrupulosa y descontrolada política de subsidios, en la cual el Estado y los empresarios del sector fueron cómplices.
Aquella responsabilidad moral tendría otros pliegues. Por un lado, la pretensión simuladora del Gobierno. Intentar ocultar la tragedia con anuncios de modernización ferroviaria que serían una simple acuarela: viajar en tren sigue siendo una condena cotidiana. Lo seguirá siendo, más allá de engaños y esfuerzos. Un cambio del sistema de transporte demandaría condiciones políticas, económicas, sociales y temporales de las cuales la Argentina parece ahora carecer.
Otra faceta irritante resultó la ausencia oficial durante el año que lleva este drama. Una ausencia que las familias de las víctimas izaron como principal bandera de reclamo. Cristina apenas habló dos veces del tema. La primera, a cinco días del accidente, para pedir celeridad de la Justicia. La segunda, el jueves, para enviar un distante “abrazo solidario” a los familiares, en medio de un festín deportivo oficial.
La Presidenta creyó dejar clausurado ese capítulo cuando aludió también a que “la vida es así, con alegrías y tristezas”. Detrás de esa banalidad podría descubrirse bastante de su naturaleza política y personal.