O mejor dicho: a favor de la consolidación de su candidatura como principal dirigente de la oposición y en detrimento de sus herederos dentro del peronismo, como Daniel Scioli o José Manuel De la Sota. Las evidencias sobran: cada vez que Ella lo ataca en público, más argentinos colocan al jefe de gobierno de la Ciudad como la alternativa más clara para enfrentar al proyecto que encarna en Frente para la Victoria.

La última embestida oficial tiene el sello personalísimo de Cristina como la Dueña de la verdad. Para criticar la instalación del Metrobús en la 9 de Julio, se subió, sin preguntar, a las críticas de los ambientalistas, quienes presentaron un recurso de amparo para impedir la tala de más de 200 árboles.

Exagerada como siempre, prometió que en El Calafate solo podrían derribar un árbol sobre su propio cadáver. Le quiso tapar la boca Laura Alonso, uno de los cuadros más vehementes y mejor preparados del PRO.

Alonso le recordó que para montar Tecnópolis funcionarios de su administración talaron decenas de árboles. También le enrostró que Fernández no parecía tan preocupada tiempo atrás, cuando sus comprovincianos protagonizaron ruidosos reclamos contra la tala en Santa Cruz. Macri repitió los argumentos de Alonso y el secretario general de la Presidencia Oscar Parrilli, lo desmintió.

El pedido de los grupos que no quieren que se quiten ni se trasladen árboles y plantaciones de la 9 de Julio es legítimo, y no retrasará tanto la inauguración del Metrobus, uno de los proyectos electorales de PRO para estas legislativas. Lo que irrita al ciudadano porteño y también al del primer cordón del conurbano de la provincia de Buenos Aires es la automática oposición del gobierno nacional a todo lo que hace Macri.

En las encuestas cualitativas de la Ciudad, hay dos datos que aparecen entre las consideraciones de quienes responden y que serán determinantes para los próximos comicios. Uno es la indignación por oposición sistemática y constante a cualquier cosa que el ex presidente se Boca se proponga hacer.

La campaña de demolición continua, que incluye las apariciones intempestivas del jefe de gabinete Juan Manuel Abal Medina, y las intervenciones de los militantes a sueldo de 678, Duro de Domar y los noticieros de Canal 7 y Canal 9, por nombrar solo algunos. Otro dato es que los porteños reconocen que Macri es el intendente que más hizo desde 1983.

No es que lo crean un dirigente excepcional. Tampoco significa que lo amen. De hecho, tampoco les cae bien cuando Macri se victimiza demasiado. El mensaje no parece contradictorio. Los porteños parecen sugerirle a su jefe de gobierno: dedicate a trabajar y no te quejes; nosotros ya nos dimos cuenta que te quieren destruir y vamos a castigarlos con nuestro voto. Pero la agresividad y la persistencia de los ataques ¿tienen como segunda intención desdibujar el perfil de Daniel Scioli y bajarle el precio a su candidatura presidencial? El año pasado, Cristina Fernández abandonó la estrategia del ataque frontal al gobernador y también la del ahogo financiero.

Lo hizo en cuanto se dio cuenta que si se metía con el aguinaldo de los empleados bonaerense su imagen y su intención de votos caería hasta el subsuelo más profundo. Lo que ella y sus seguidores tienen claro es que Scioli no será el heredero del proyecto. Ahora su plan es otro: quiere obligarlo a ponerse de un lado o del otro. Al lado de Ella en todo. Incluso contra los jueces y contra Clarín. O en contra del modelo sin disimulo: en el mismo equipo de Macri o el resto de la oposición. No representa un objetivo fácil de lograr.

El gobernador puede parecer demasiado sumiso, pero sabe hacer política en serio. Mientras se proclama garante del modelo sus aliados circunstanciales o permanentes empiezan a diferenciarse cada vez más. El diputado nacional ex menemista y ex kirchnerista Jorge Yoma es solo un botón de muestra.

Pero Francisco De Narváez y José Pepe Scioli pueden ser las piezas de una jugada mayor. Mientras le pegan a Cristina Fernández donde más le duele, se ilusionan con ser parte de un proyecto cuyo liderazgo correspondería a Scioli. Que la presidenta prefiere entregarle la banda presidencial a Macri o a Hermes Binner, pero de ninguna manera a ningún peronista que no representes sus intereses ideológicos y de negocios con el Estado, es algo que a Ella se le nota hasta en el tono de voz.

En este sentido, la jefa de Estado es, otra vez, muy parecida a Carlos Menem. El ex presidente riojano trabajó hasta el último minuto para perpetuarse en el poder. Intentó, por dentro y por fuera de la ley, conseguir la reelección interminable e indefinida. Pero cuando Eduardo Duhalde le extendió su certificado de muerte política con la amenaza del plebiscito para que los bonaerenses votaran por el sí o por el no a la rerre, puso todos sus recursos y su capacidad de daño a favor de la candidatura del radical Fernando De la Rúa.

El objetivo de Menem, entonces, era transformarse en el único y verdadero jefe de la oposición, para evitar la declinación prematura de su carrera política y su constante desfile por los tribunales de Comodoro Py. Cuando se habla de eso, las posiciones dentro y fuera del gobierno aparecen divididas. ¿Quién sería más capaz de garantizarle impunidad futura a la presidenta en ejercicio? ¿Mauricio o Daniel? Los peronistas de paladar negro se inclinan por Scioli.

Y es porque lo consideran parte del sistema. Ellos interpretan que Mauricio, a pesar de sus años de gestión, sigue siendo un sapo de otro pozo. Que no respeta los códigos de honor de la corpo más grande de la Argentina: la corporación política.

Los otros interpretan que el ex presidente de Boca no utilizará a los jueces para darle de probar a Cristina su propia medicina el día en que la mayoría de los argentinos haya declarado solemnemente, que jamás votaron por ella durante toda su vida. ¿Seguirá la Presidenta trabajando para Macri cuando tenga la certeza de que los jueces federales empiecen a investigar su gestión de verdad?