Es habitual al llegar al final del año hacer un balance del período que se cierra y reflexionar acerca de cuáles son los desafíos que plantea el ciclo que se inicia. En un país normal, ese ejercicio conllevaría la práctica del análisis y la autocrítica. Pensar qué cosas se hicieron bien, cuáles se hicieron mal y qué cuestiones quedaron pendientes; en definitiva, cómo mejorar.
La mayoría de los países emergentes ya han resuelto la mayor parte de los aspectos básicos que hacen al funcionamiento de sus economías: tienen una moneda sana, bajas tasas de inflación, una estructura tributaria definida, y rigen la ley y el respeto a la propiedad privada. La división de poderes no se discute y las familias y empresas están enfocadas en cómo desenvolverse mejor en ese contexto de estabilidad y competencia en el que el mundo es una fuente de oportunidades.
Para la mayor parte de esos países, los desafíos para adelante ya no pasan por resolver esas cuestiones básicas y, mucho menos, por cuestionarlas. En vez, están enfocados en cuestiones más profundas. Cómo mejorar la calidad educativa, cómo promover la innovación y aumentar la infraestructura. Cómo generar sistemas de transporte de excelencia que prioricen el uso de energías renovables. Se enfocan también en aumentar el acceso de todos los segmentos de la población a un mejor sistema de salud, a los servicios financieros, al crédito de largo plazo, y otras cuestiones que afectan positivamente la vida cotidiana de los ciudadanos. Para estas naciones, los problemas no se han terminado ni mucho menos. Pero han encontrado un sendero para transitar una mejora que, con esfuerzo, les permitirá mejorar los estándares de vida de toda la población.
Lamentablemente, los desafíos económicos para la Argentina en este año que comienza son mucho más básicos y primitivos que los mencionados. La Argentina ya no tiene una moneda confiable, sino que pierde su valor año tras año a un ritmo que supera el 25 por ciento y la única manera de forzar a los ciudadanos a utilizarla ha sido mediante prohibiciones que han afectado la posibilidad de realizar transacciones en divisas, hasta el punto de destruir el mercado inmobiliario y restringir la capacidad de los ciudadanos de preservar sus ahorros o de viajar al exterior.
El crédito a mediano plazo ha desaparecido junto a la moneda, y el Gobierno ha implementado entonces sistemas de préstamos dirigidos en donde es el Banco Central el que decide cómo y a quién deben financiar los bancos. La inversión tiende a desaparecer de la mano de las expropiaciones y nacionalizaciones realizadas en forma arbitraria y sin compensar a los anteriores propietarios. Los manejos discrecionales para autorizar importaciones y la prohibición de transferir utilidades al exterior para las compañías multinacionales, así como el aumento en los riesgos de pesificación y default han provocado que tanto la inversión en activos físicos como financieros por parte de extranjeros se reduzca a niveles ridículos en función del tamaño y la historia de nuestro país.
De la mano de la inflación, el aumento en el riesgo y el deterioro de la competitividad, el empleo ya no crece y los indicadores sociales elaborados por fuentes independientes muestran un importante deterioro. La crisis energética, de la cual el Gobierno fue advertido hace ya muchos años, es una realidad, como lo demuestra la enorme cantidad de familias que aún hoy siguen sin recuperar el servicio luego de los masivos cortes que ocurrieron en vísperas de Nochebuena. El relato no crea empleos ni reduce la cantidad de pobres. Y la realidad muestra una disociación absoluta con la épica de la que pretenden revestirla el Gobierno y sus seguidores.
Está claro que los desafíos económicos para la Argentina en 2013 deberían centrarse en comenzar a resolver algunas de las cuestiones básicas que acabamos de comentar. Pero ello no ocurrirá. Es que pareciera que, en vez de resolver las cuestiones pendientes, el desafío en materia económica para este nuevo año se centrará en cómo acomodar la realidad a la estrambótica manera de entender el funcionamiento del mundo y la economía que tienen la Presidenta y funcionarios tan excéntricos como Moreno, Kicillof o Marcó del Pont.
El desafío para ellos no será entonces reducir la inflación, sino intentar convencer al mundo de que los números publicados por el Indec son verdaderos y tratar así de que el FMI no sancione a la Argentina por falsificarlos. En relación con el problema de la competitividad, los desafíos, en vez de resolver las cuestiones de fondo, pasarán por cómo limitar las importaciones sin recibir sanciones de la Organización Mundial de Comercio. En materia energética, se intentará reducir la demanda mediante la limitación en el consumo a las empresas que más energía utilizan, en vez de proveer un marco atractivo de regulaciones y precios para que la inversión privada motorice un aumento en la exploración de petróleo y de gas. Y, como el empleo privado seguirá estancado y los salarios reales caerán como consecuencia de la inflación, el Gobierno recurrirá nuevamente al aumento en el empleo público y a la distribución discrecional de subsidios para atacar las consecuencias y no las causas de la pobreza y el estancamiento.
Como puede apreciarse, los desafíos económicos que se planteará entonces el Gobierno para 2013 se sitúan a años luz de la agenda de los países progresistas de la tierra. Y se alejan también de la modesta agenda que debería a comenzar a transitar para simplemente devolver algo de normalidad y racionalidad al funcionamiento de la economía. Por el contrario, el gran desafío del Gobierno en materia económica será el de seguir negando la realidad y diseñando mecanismos para paliar los efectos secundarios de sus políticas anacrónicas y equivocadas, pero consistentes con un relato esquizofrénico y distorsionado de la realidad argentina y del mundo. La energía que consumirán nuestras autoridades en intentar tapar el sol con las manos podría utilizarse con fines algo más productivos.