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Se perdió definitivamente el 7-D. Es lo que es: una enorme derrota política. Esa preocupada reflexión salió de la boca de un funcionario del kirchnerismo, realista y preciso. Durante siete meses, la Presidenta y su gobierno apostaron toda la suerte política a ese mítico día. No se detuvieron en cacerolazos ni en huelgas; el 7-D borraría toda la adversidad de los últimos tiempos.


El jueves pasado, cuando la Corte Suprema resolvió ampliar sin plazos la cautelar que protege a Clarín, sepultó para siempre el 7-D y las ilusiones del cristinismo. Al revés de la imagen que surge, no fue la Corte la culpable del fracaso político. El Gobierno fue el arquitecto de su propio campo de batalla, construido para perder.


Esa derrota en la cima de la estructura del poder se dio paralelamente a una decisión política clave de la Presidenta. Ella se alejó del peronismo, de sus gobernadores y de sus intendentes. Fue una ruptura tal vez definitiva con el partido, subrayó un gobernador reconocidamente peronista. Los recientes saqueos de supermercados pueden explicarse de muchas maneras, pero Cristina eligió culpar a los sindicatos y a los intendentes de su partido.


Intendentes y gremios justicialistas que tienen fama de poder sostener o desestabilizar a cualquier gobierno nacional. Su descripción de un peronismo históricamente saqueador cayó como un rayo devastador en el peronismo.


La Presidenta escribió una historia que no es la historia reconocida por los peronistas. Ninguna franja del justicialismo aceptó jamás que haya tenido culpa alguna en los saqueos que apresuraron las salidas del poder de Raúl Alfonsín y de Fernando de la Rúa. Rechazó esos presuntos pecados porque los considera injustos o porque no quiere contribuir a ventilar sus vergüenzas. De todos modos, esa participación del peronismo fue siempre una aseveración que hicieron los no peronistas. Cristina Kirchner se sumó a ellos el jueves, desesperada tal vez para endosarles a otros sus propias culpas. Y si no era el peronismo, ¿a quién podía culpar? ¿Al socialismo? ¿A los radicales? Imposible. Hubiera sido cómico. El relato tiene que tener siempre cierto grado de verosimilitud.


La historia verdadera fue más enredada que los simples complots que contó la Presidenta. A Alfonsín no lo sacaron los saqueos, que no fueron muchos en su época. El entonces gobernador peronista de Buenos Aires, Antonio Cafiero, fue un leal amigo de Alfonsín hasta su muerte. Cafiero fue el mejor orador en el sepelio del ex presidente radical. Alfonsín sufrió, sí, la conspiración de economistas y dirigentes peronistas cercanos a Menem cuando éste era presidente electo. Declaraciones irresponsables y amenazas dramáticas terminaron derrumbando la inestable situación económica que ya existía. Alfonsín fue, en la etapa final de su mandato, un presidente sin poder, sin aliados y sin solidaridad frente a una monumental crisis económica.


A De la Rúa lo voltearon sobre todo los muertos, más de 30, del trágico 2001. No quiso seguir gobernando con esa carga. Incluso, contribuyeron más a su caída los cacerolazos de la clase media porteña, que lo había votado durante 30 años, que los saqueos del conurbano, hayan sido estos incitados o no. De la Rúa decidió irse cuando se vio derrotado electoralmente por un peronismo ciertamente voraz, cuando perdió el control de su propio distrito electoral, la Capital, y cuando advirtió que se enfrentaba a una crisis económica inmanejable en tales condiciones políticas. No existían entonces los vientos de cola de la economía internacional, que después contribuirían a consolidar el poder kirchnerista.


El peronismo no perdona esas traiciones. Pero perdona menos cuando quien las comete viene de derrota en derrota. ¿Qué nos ofrece Cristina ahora, si ya perdió la clase media y no ganó una sola batalla judicial en las últimas semanas?, se pregunta un gobernador que antes no dudaba en aplaudir los sermones presidenciales. La ruptura de hecho de la Presidenta con su partido sucedió en las vísperas del inicio de un año electoral. ¿Con quién piensa, entonces, enfrentar el desafío de las elecciones del próximo octubre? Ella cree que el 54 por ciento que sacó en las elecciones presidenciales fue obra exclusivamente suya. Dicen a su lado que está dispuesta a ir a elecciones con el cristinismo puro. Sin nadie más. No aceptará condiciones de nadie. A matar o morir, como le gusta decir.


El problema de Cristina es que el peronismo ya tiene a quienes podrían sucederla. Es el único partido que se metió de lleno, sigilosamente, en la elaboración de tres candidaturas presidenciales a tres años del recambio presidencial. La de Daniel Scioli, la de Sergio Massa y la de José Manuel de la Sota. Digan lo que digan, el peronismo está preparando su continuidad en el poder.


Todos esos candidatos juegan a diferenciarse de ella. Scioli, con los gestos; Massa, con las fotos, y De la Sota, con las declaraciones más duras y críticas que le propinan a la Presidenta desde dentro del peronismo. Sólo falta que ellos se pongan de acuerdo sobre la forma de elegir al candidato presidencial. Se cuidan de hacerlo, por el momento, porque ese eventual acuerdo cerraría definitivamente el ciclo de los Kirchner. Es demasiado temprano para decir la verdad.


Ya no necesitan disimular nada. De la Sota: La re-reelección está muerta. Necesita que alguien la sepulte. La sepultarán ellos. Scioli: No hubo complot político en los saqueos. Fue el efecto imitación de los saqueos de Bariloche.


¿Hubo alguna idea más distinta que esa de las ideas presidenciales? Es cierto que Scioli se pronunció antes de que Cristina vapuleara al peronismo, pero el gobernador no indagó antes sobre el pensamiento de la Presidenta. Directamente se enfrentó a los periodistas en una conferencia de prensa que terminaron los periodistas cuando ellos quisieron. ¿Hay también algo más diferente del kirchnerismo que eso? Sin proponérselo, tal vez, el gobernador bonaerense reivindicó a un peronismo lastimado por Cristina.


La Presidenta no le dejó a la Corte Suprema otra alternativa que decidir contra ella. Los jueces supremos detestan la sola imagen de que son la oposición al Gobierno. No quieren serlo. No es su función en esta vida. Pero el Gobierno derriba permanentemente todos los límites hasta que el máximo tribunal de justicia le coloca un límite. Es el límite de la ley. No es un límite político, aunque parezca lo contrario.


Cristina estaba furiosa el jueves, cuando se enteró de la resolución que rechazó el per saltum y prorrogó la cautelar que beneficia a Clarín. Lo ocultó a medias, porque después se despachó contra los jueces por la inseguridad y por los saqueos. Era una señora haciendo comentarios en el barrio, no una jefa del Estado que es responsable de los problemas de su país.


De todos modos, al final del día de nada habían servido las intensas operaciones de los servicios de inteligencia para amedrentar a los jueces de la Corte. El seguimiento, el acoso de medios kirchneristas, los mensajes amenazantes.


Los siete jueces de la Corte (incluido Eugenio Zaffaroni, cercano al cristinismo) rechazaron, en apenas cinco líneas, el pedido de per saltum del Gobierno para evitar la abominada Cámara Civil y Comercial. La decisión fulminante y escueta tiene una lectura política. Fue la advertencia de la Corte de que será muy restrictiva con el per saltum, que significa en los he