Los jueces del máximo tribunal deben resolver en las próximas horas el destino de la guerra del Gobierno contra el Grupo Clarín. Apoyada en una lectura analógica de la historia, la Presidenta indicó a esos magistrados el lugar que su divina comedia les tiene preparado según lo que resuelvan.

Es decir, los invitó a incorporarse al paraíso democrático del que disfrutan Hipólito Yrigoyen, Raúl Alfonsín, Néstor Kirchner, acaso Juan Perón, si es que aceptan el per saltum que se les presentó el viernes. O, si lo rechazan, a retorcerse junto a la Corte que convalidó el golpe de 1930, los militares que se levantaron contra los gobiernos populares y los empresarios que instrumentaron a esos militares, en una hoguera en la que están predestinados a arder el juez Thomas Griesa y Héctor Magnetto.

Si se observa lo que la señora de Kirchner espera de la Corte se vuelve más comprensible la dramaticidad de su retórica. Fue ella quien generó, paso a paso, la tormenta en la que está envuelta por la aplicación de la ley de medios al Grupo Clarín. De la discusión jurídica del artículo 161, pasó a declarar la intifada contra un medio de comunicación y, de allí, a denunciar como golpista a todo juez que contradiga sus designios. La opinión pública se fue levantando en su contra como una ola amenazante, anticipada en los dos cacerolazos. Cuando adquirió esa configuración, es decir, cuando estar de su lado se había vuelto costosísimo, el Gobierno pidió a la Corte Suprema que decida. ¿Cuál sería el incentivo para que Ricardo Lorenzetti y los colegas que no militan en el oficialismo elijan inmolarse? Lo máximo que se puede esperar de ellos es que, celosos de su independencia, no cedan a la tentación de pronunciarse contra el kirchnerismo por la muy humana ensoñación de verse próceres.

Es la segunda gran encerrona en la que Cristina Kirchner queda atrapada en un conflicto con la opinión pública cuya resolución depende de un tercero. Ya le pasó en julio del año 2008 cuando, al cabo de meses de movilización en su contra, una multitud rodeó el Monumento de los Españoles para terminar de forzar a Julio Cobos a votar como votó. En aquella oportunidad la Presidenta colocó a los contribuyentes que se resistían a su impuestazo en contradicción con la democracia y los derechos humanos. De un lado quedaban los chacareros, cuya vanguardia eran "los generales multimediáticos", con los que por primera vez identificó a Magnetto. Ya habían pasado cinco años desde que su esposo llegara a la Casa Rosada. Del otro, los organismos de derechos humanos, con Hebe de Bonafini entregándole su pañuelo.

El principio que conduce a estas encrucijadas es siempre el mismo: para la señora de Kirchner la obediencia es más importante que el éxito. Esta axiología la embarca en contiendas que, una vez iniciadas, van perdiendo de vista su objetivo. La guerra contra Clarín quedó convertida en una guerra contra la Justicia.

Cristina Kirchner no sólo necesita que la Corte se ponga de su lado en un conflicto que se ha vuelto, a fuerza de las torpezas oficiales, cada vez más impopular. También pide la complicidad del tribunal para una excentricidad procesal. Los jueces deben resolver en las próximas horas si aceptan un per saltum que no salta sobre ninguna instancia, sino que solicita la anulación de una cautelar dictada por un tribunal inmediato inferior, la Cámara Civil y Comercial.

Para esa solicitud podría corresponder el recurso extraordinario y, si la Cámara no lo concediera, ir en queja ante el máximo tribunal. Pero la Corte no se aboca a discusiones sobre medidas cautelares, sino sobre cuestiones de fondo. Además, el recurso extraordinario y la queja son procedimientos que, salvo extrañas excepciones, obliga a dar vista de cada decisión a la otra parte, lo que puede llevar el debate hasta el otoño.

En cambio, el Congreso admitió que el per saltum sea usado para tratar amparos. Y estableció que si la Corte se hace cargo de un caso por esta vía, quedan suspendidas las cautelares vigentes. El Gobierno eligió el per saltum por su velocidad.

¿Por qué tanta premura? La señora de Kirchner se ha propuesto liquidar a Clarín antes de que comience la campaña de 2013. Supone que, extirpada la raíz de todas sus desgracias, la opinión pública despertará de su sueño dogmático para revalorizarla y, quién sabe, habilitarle una nueva reelección. Si la Corte habilita el per saltum , las medidas cautelares quedarían anuladas y Martín Sabbatella, el titular de la Afsca, podría intervenir Cablevisión en una tarde.

La exaltación de Yrigoyen y Alfonsín, y el recuerdo de la solidaridad peronista con el gobierno radical en la aciaga Semana Santa de 1987 fueron el envoltorio historiográfico de la avanzada sobre Clarín. Excluido el Frente Amplio Progresista de la Afsca, la UCR, representada por Marcelo Stubrin, es la única presencia disonante llamada a impugnar o convalidar las decisiones del Gobierno. La Presidenta la llamó a concelebrar un nuevo bipartidismo. En su fantasía, ella está sembrando la semilla de un nuevo Pacto de Olivos.

La disposición a la concordia con los radicales contrasta con la incapacidad de la Casa Rosada para dialogar y encontrar soluciones negociadas. Esa dificultad ha convertido a Lorenzetti y sus colegas en sustitutos del ministro del Interior: deben resolver la limpieza del Riachuelo, la polémica entre Daniel Scioli y Mauricio Macri por los basurales, los reclamos de coparticipación de Córdoba y Santa Fe y la protesta de San Luis y La Rioja por la suspensión de la promoción industrial. Con el per saltum se les pide que, además, colaboren con el programa electoral.

Ésta es la razón por la cual Cristina Kirchner intentó transformar ayer un intrincado expediente judicial en una ópera de Wagner. Una vez más tocó la cuerda emocional de sus seguidores para definir cuál es el sentido de la historia. La premisa mayor fue que el destino de los gobiernos populares es el derrocamiento a manos de inconfesables intereses oligárquicos. Es lo que sucedió en 1930 con Yrigoyen y en 1955 con Perón. Su esposo es heredero de esa tradición. Se equivocan los que creen que Néstor Kirchner llegó a la Casa Rosada a babucha del duhaldismo que venía de protagonizar un golpe blanco contra Fernando de la Rúa. Kirchner es el continuador extremo de la expansión de derechos que representaron Yrigoyen, Perón y Alfonsín. A diferencia de los dos primeros, pagó su enfrentamiento con los poderes fácticos no con la defenestración, sino con la muerte.

La demorada hora del golpe llegó ahora. De un lado está la democracia, identificada con el mandato popular. Del otro, las maquinaciones corporativas que otrora usaban los tanques y ahora se sirven de los medios de comunicación. Cuando éstos no alcanzan, apelan a "los fierros", que son los jueces que impiden los proyectos oficiales. Conclusión: cualquier ejercicio crítico frente a los deseos del Gobierno, lo lleven adelante la prensa o la Justicia, queda identificado con las antiguas asonadas militares. La Corte debe optar: o se inclina ante la democracia o se vuelve golpista.

La encrucijada sería apasionante si no fuera porque se ha vuelto recurrente. Hugo Moyano, el campo, los jueces de Miami que investigaban la valija de Antonini, Griesa, los que creen que Boudou es el dueño de Ciccone, los países que protestan por trabas comerciales, el cardenal Jorge Bergoglio y el obispo Joaquín Piña o los que ahorraban en dólares, fueron, cada uno en su día, "la dictadura".

Sin embargo el planteo de ayer llevó esa retórica hasta una posición definitiva. La Presidenta pretende que la Corte perfeccione un liderazgo carismático que, en nombre de la representación electoral, exige para sí la eliminación de todo límite. Es curioso: Rodolfo Barra desarrolló ese argumento en las páginas de Clarín, en los tempranos 90, para justificar el precario per saltum de Carlos Menem sosteniendo que el máximo tribunal debía ser sensible a las fluctuaciones de las mayorías. Aquel artículo fue la partida de bautismo de la denominada "Corte adicta".

Cristina Kirchner invitó ayer a esta otra Corte a convertirse, aceptando el per saltum , en la Corte del pueblo. O, lo que es lo mismo, en "su" Corte. El elogio de Hugo Chávez como temprano protector de la epopeya kirchnerista no podía ser más sincero para explicitar el sentido de esa mutación.