Los marinos serán repatriados en un avión de una línea extranjera (Air France) para que ningún otro bien nacional corra riesgo de embargo. El buque insignia de la Armada deberá ser corrido de su amarre actual en Tema, para que no obstaculice las tareas en el puerto ghanés. La diplomacia argentina, encarnada por Héctor Timerman, se desfleca como un plumero . Las gestiones del canciller en la ONU y el Consejo de Seguridad del mismo organismo se desarrollaron bajo una notable frialdad . El guatemalteco –de origen holandés– Gert Rosenthal, que preside ahora el Consejo, lo despidió con una frase sugestiva: “No está en juego la paz mundial por la Fragata” , advirtió.
Timerman resolvió subir la apuesta y manifestó que llevará el tema al Grupo de los 20. Hace mucho que la Argentina, por motivos económicos y políticos, es observada con recelo en esos ámbitos. De allí, que difícilmente se pueda aguardar algo decisivo en relación a la Fragata retenida. Tal vez, el gobierno kirchnerista debiera prestarle atención a otra soledad que está haciendo más ruido desde que estalló aquel incidente en Ghana: la regional , donde casi no se escucharon expresiones de solidaridad con nuestro país. Silencio en la Unasur y el Mercosur. También indiferencia, al parecer, de las administraciones más amigas como Venezuela, Ecuador y Bolivia. No hace tres días que la Fragata está retenida: ya se llevan contados veintiuno.
Hubo dos países que, con discreción, se mostraron permeables a colaborar. Chile estuvo dispuesto a prestar un avión para repatriar a los marinos hasta que apareció la alternativa francesa. Brasil hizo una oferta similar. La vía de Itamaraty ha quedado abierta para intentar destrabar el conflicto con Ghana que otras instancias diplomáticas, hasta ahora, no pudieron.
Al menos tres consultas de la Cancillería sobre el pleito fueron acercadas a Itamaraty en los últimos días por el embajador Luis María Kreckler. Ese camino, menos pomposo que la ONU o el G-20, sería quizás más útil para destrabar el problema. ¿Por qué razón? Hace décadas que Brasil priorizó las relaciones con las naciones africanas en su política exterior. Un dato estadístico puede certificarlo: Dilma Rousseff se propone abrir en ese territorio la embajada número 37 . En la remota Malawi, cuyo conocimiento fugaz en la Argentina pasó alguna vez por el origen de un futbolista enrulado que, sin ninguna suerte, recaló en un club de fútbol de Rosario. El contraste: Cristina anunció el lunes, cuando decidió evacuar la Libertad, la reapertura de la sede en Etiopía. Las restantes se podrían contar con los dedos de una mano: Sudáfrica, Nigeria y Kenya. Angola, pese al controvertido viaje presidencial de este año, tendría hoy un status impreciso.
Las incursiones brasileñas en Africa no se limitan a la representación. Ni tampoco sólo a los negocios –como la venta de armas– que levantan fuertes polémicas políticas internas. Se desarrollan desde acuerdos petroleros hasta planes de alfabetización y fabricación de fármacos, ahora destinados a combatir la epidemia del Sida. Esa tendencia africanista la afianzó Fernando Henrique Cardoso pero la profundizó Lula Da Silva, sobre todo con su diplomacia presidencial. En sus dos mandatos, el 65% de sus salidas al exterior apuntaron a Sudamérica, Africa y Oriente Medio.
Tampoco Cristina podría esperar milagros de la gestión brasileña. La resistencia de gobierno de Ghana estaría indicando varias cosas. El paraguas político que tuvo, sin dudas, su inopinada determinación de colocar en dificultades al gobierno kirchnerista.
Pero también, el rédito económico seguro, colectivo o individual, que puede acarrearle la defensa de los intereses de los fondos buitre . De aquellos bonistas que resolvieron no aceptar las reestructuraciones de la deuda realizadas en el 2005 y el 2010.
La sombra que se extiende detrás de la maniobra ghanesa no es pequeña. La empresa que representa a los fondos buitre se llama NML Capital, con sede en las islas Caimán, cuya cara visible es el estadounidense Paul Singer. Se trata de un empresario que actúa, además, como principal financista de la campaña del candidato republicano Mitt Romney.
Como en otras cuestiones, tampoco esta vez Cristina abrió sus brazos hacia la política interna. Habrá que reconocer que la oposición estuvo cauta frente al desaguisado armado por el kirchnerismo. Se escucharon críticas duras y lógicas por la imprevisión del Gobierno cuando organizó la excursión de la Fragata sin reparar, debidamente, en sus posibles consecuencias. Pero ninguna voz, hasta ahora, cuestionó la decisión oficial de no entrar en la negociación con los acreedores. Parece un gesto destinado a no contradecir lo que constituyó una política de Estado para empezar a salir de la gran crisis. Como debiera serlo, también, encauzar el conflicto internacional detonado por Ghana. El Gobierno prefiere encerrarse en sí mismo.
Ese encierro potencia las peleas intestinas causadas por los errores que se vienen cometiendo en la política militar y de seguridad. Arturo Puricelli y Nilda Garré, entre varios, andan en eso.
El encierro empujó también por primera vez a una irritada opinión presidencial sobre el tema. Así el escándalo se agranda solo.