Casi como un mantra matemático, los índices oficiales de pobreza, indigencia e inflación en la Argentina, entre otros tantos que miden aspectos de la situación económica y de la calidad de vida de sus habitantes, se reducen a aproximadamente un tercio de los que marcan estudios privados y organismos oficiales de no pocas provincias.

Para el Indec, la pobreza y la indigencia se sitúan en el 6,5 y en el 1,7 por ciento, respectivamente de la población. Según la última encuesta del mucho más serio Observatorio de la Deuda Social de la UCA, es pobre el 21,9%, e indigente, el 5,4%del país.

Otro tanto ocurre con el índice inflacionario, que para el Indec fue del 0,8% en abril, mientras que para las consultoras privadas que habitualmente lo miden y cuyos datos son tomados y promediados por el Congreso, fue del 2,16 por ciento.

Como es sabido, la diferencia en el índice de inflación provoca graves distorsiones en el cálculo del costo de las distintas canastas y, en consecuencia, en las propias estimaciones de pobreza e indigencia.

Según el estudio de la UCA, para el que se encuestó a 5712 hogares de 17 conglomerados urbanos, la tasa de indigencia en áreas urbanas cayó del 9,2 al 5,4 por ciento entre el último trimestre de 2010 e igual período de 2011. Sin embargo, la imposibilidad de contar con ingresos que cubran una canasta básica alimentaria de 36 pesos por día para una familia tipo de dos adultos y dos niños afecta todavía a más de dos millones de argentinos.

El hecho de que haya bajado la indigencia, como también la pobreza, pero que ambas se sigan manteniendo en índices elevados se explica, entre otras cuestiones, en que el trabajo formal no ha aumentado entre los pobres. Por el contrario, la precariedad laboral sigue siendo alta. Y los programas asistenciales sin contrapartida laboral tampoco ayudan a crear una cultura del trabajo que haga al futuro más previsible y no tan dependiente de ese tipo de beneficios.

El factor cultural y el acceso a la educación son también determinantes de los índices evaluados por la UCA. Así, el informe demuestra que la indigencia por ingresos continúa concentrándose en los hogares cuyo jefe no tiene estudios secundarios completos o es una mujer (respectivamente, el 8,4 y el 7,2% de la población de esos hogares está afectada por la indigencia), mientras que en los que hay niños, la indigencia afecta al 7,6 por ciento. El problema es aún mayor cuando el jefe del hogar tiene un trabajo precario (el índice trepa al 11,2 por ciento).

Lo mismo sucede con la tasa de pobreza medida por la UCA: si bien bajó del 26,6 al 21,9% durante el período estudiado, eso significa que más de 8,5 millones de personas no cuentan con ingresos que le permitan a una familia tipo cubrir una canasta total diaria de 74 pesos.

Pero si hay un índice todavía más palpable para quienes no pueden despegar de su situación de indigencia o de pobreza, es el inflacionario. A las proyecciones de las consultoras se han sumado los datos revelados por la asociación de consumidores Adelco, que demuestran que en abril los precios castigaron con más fuerza a los sectores más pobres, ya que la canasta integrada por alimentos y artículos de limpieza más baratos o de segundas líneas aumentó el 2,45 por ciento, contra los de primeras marcas, sobre los que el Gobierno ejerce un mayor control y que subieron, en promedio, el 2,28 por ciento.

Esta realidad inflacionaria -la de la góndola y no la de los falaces datos del Indec-, registrada especialmente desde 2010, es la que ha venido licuando rápidamente cualquier aumento en los ingresos. El mismo Gobierno ha reconocido elípticamente las subas del costo de vida al incrementar la Asignación Universal por Hijo y al admitir la Presidenta, hace apenas un par de meses, que los créditos del Bicentenario orientados a la producción y concedidos a una tasa anual fija del 9,9 por ciento eran otorgados a tasa negativa. Es decir, ni para Cristina Kirchner resulta creíble la última inflación anual de poco más del 9 por ciento que dio a conocer el Indec.

Disfrazar esos datos acarrea un sinnúmero de falsos índices. Si se parte de la base de que la inflación es cerca de un tercio de la real, la pobreza y la indigencia también lo serán. Es una manipulación perversa, pues ocultar las verdaderas cifras de la pobreza impide elaborar un diagnóstico acertado y las políticas públicas adecuadas para beneficiar a los sectores más necesitados de la población.

Como ya se ha dicho reiteradamente desde esta columna, urge sincerar las mediciones para precisamente evitar la aplicación de políticas que a todas luces han resultado insuficientes. La "Argentina del tercio" es una versión perversamente edulcorada de la realidad, que ya no es sostenible ni para el propio Gobierno ni para quienes nos auscultan desde el exterior y mucho menos para los ciudadanos que se enfrentan diariamente con una incontrastable realidad que les dice lo contrario.