Cristina logró con la expropiación de la empresa petrolera el éxito político
interno más resonante desde que llegó al poder en 2007. Ahora debe enfrentar un
viejo problema provocado por ella misma: la crisis energética. La designación de
Galuccio, una señal interesante. Más humo sobre Malvinas.
Es probable que el gobierno de Cristina Fernández y una parte de la clase
política se hayan permitido la última gran fiesta de estos años. En eso pareció
convertirse la expropiación de YPF que fue celebrada en el Congreso con
orquesta, himno, marcha peronista, cotillón de carnaval y hervores patrióticos
que hicieron memorar otros tiempos semejantes de la Argentina, donde a la fiesta
le sobrevinieron días amargos.
Habrá que convenir que Cristina logró consumar el éxito político interno de gestión más importante de sus dos mandatos . Con seguridad, la ponderación externa no será la misma. Aquel éxito no encierra una sola dimensión. Puede medirse por la manera abrumadora con que la expropiación de YPF fue aprobada en Diputados (208 votos afirmativos) y el Senado (63 votos afirmativos). Pero debería mensurarse, además, por la capacidad del Gobierno para imponer en poco tiempo –tres semanas– un pensamiento hegemómico al que se sometió también la mayoría del arco opositor.
Tanto fue el vigor de aquel fenómeno que ni las voces más vehementes de la oposición pudieron esterilizarlo. La semana anterior, la senadora María Eugenia Estenssoro torció su voto negativo por la abstención después de que Cristina lanzó un elogio público a su padre, José Estenssoro, eficaz ex presidente de YPF. El miércoles, Elisa Carrió desarrolló un discurso apasionado contra el kirchnerismo y buena parte de la dirigencia por el fracaso de la política energética y de la empresa petrolera. Pero su audacia tampoco logró atravesar la abstención. Quizás, para no quedar identificada con la postura de otro irreconciliable adversario suyo, Mauricio Macri.
El filo del pensamiento hegemónico K provocó estragos en el radicalismo. El viejo partido está como un cometa en medio de la tormenta: sin brújula.
El bloque de diputados se partió cuando un grupo de legisladores, que encabezó Oscar Aguad, resolvió retirarse del recinto en el momento de la votación. Sobrevuelan los reproches y las amenazas de sanciones disciplinarias. Ricardo Alfonsín ya no logra disciplinar enarbolando su apellido. Mario Barletta, el nuevo jefe del partido, tampoco puede hacer valer su fama de buen ex intendente de Santa Fe.
Aquel predominio político y de pensamiento K posibilitó otras mutaciones. Por caso, el indulto sin costo para tantos pioneros de las privatizaciones en los 90 convertidos ahora en entusiastas espadachines de la expropiación. Varios prefirieron pasar inadvertidos, envueltos en el ropaje camaleonesco que siempre ofrece el peronismo. Otros se exhibieron desafiantes, como Felipe Solá. El diputado que en el 2009, junto a Macri y Francisco De Narváez, propinó la derrota a los Kirchner en las legislativas, se autojustificó emulando a Carlos Menem: “Las circunstancias son otras, el país cambió y yo también”, proclamó.
No constituye ninguna deshonra cambiar de percepciones y posturas. Trasuntaría, incluso, cierta dinámica de pensamiento necesaria en un mundo revulsivo y vacilante. Pero ese tránsito convendría hacerlo siempre sin altanerías . Menos aún con arbitrariedad: el peronismo acostumbra ser indulgente con sus propios graves errores e implacable y salvaje con los equívocos ajenos.
Cristina, en el caso de YPF, prefirió ser indulgente con todos. No se recuerda desde que llegó al poder un trato tan dócil y cordial con la oposición. A Macri prefirió ignorarlo porque sus guerras se libran en otros campos. Los subtes, la inseguridad y la basura. La Presidenta se esforzó en mostrar la expropiación de YPF como una política de Estado, con el plafón generoso y gratuito que le dispensó la oposición. Una manera de intentar compensar, externamente, el recelo que despertó la decisión de arrebato.
El manejo presidencial fue hábil. Cristina posee una visión particular sobre lo que se entiende por políticas de Estado. La adhesión incondicional a una determinación suya. Nunca la construcción por consenso o las responsabilidades de administración compartidas. La oposición, de varios signos, quedó gritando en el desierto cuando planteó la utilidad de controles estatales para la próxima gestión de YPF.
La maniobra política pasó. Ahora la Presidenta ha añadido un problema nuevo a otro problema viejo que arrastraba.
La importación de combustible probablemente supere en el 2012 la previsión inicial de los US$ 12 mil millones. Tendrá a disposición, como paliativo, los US$ 1.200 millones de las ganancias no distribuidas este año de la empresa petrolera. Además, deberá darle funcionalidad a YPF y atraer inversiones que el Estado no dispone.
El nombramiento de Miguel Galuccio como manager de YPF parece abrir, en ese aspecto, una señal interesante. El ingeniero entrerriano es ponderado por la mayoría de los especialistas de la industria del petróleo. Pero tampoco se podría esperar un golpe de magia que logre torcer la crisis energética. Habrá dos cosas entre muchas, que deberán ser observadas con atención. La autonomía de que dispondrá Galuccio para armar sus equipos, sin quedar enmarañado por la política kirchnerista. La respuesta que pueda dar la Presidenta cuando comiencen a ser objetados algunos dogmas oxidados del modelo K.
La ronda de consultas que Julio De Vido –desairado con la llegada de Galuccio– y el vice Axel Kicillof –pegado a la nueva estrella– hicieron como interventores con empresas petroleras extranjeras habría sido un anticipo: el Gobierno no podría seguir abonando a los potenciales inversores los precios de producción que venía pagando. En el caso del gas, cinco veces menores a los que abona Evo Morales en Bolivia. Tal exigencia obligaría a Cristina a sincerar los valores internos de los combustibles o a incrementar subsidios que no tiene.
La encrucijada aparece, además, en un momento en que se apiñan señales desalentadoras para la economía . La principal vinculada a la producción: la matriculación de vehículos en abril habría descendido más de un 17%. Otra ligada al plano social: de la parálisis en la creación de empleo se pasó en los últimos 60 días a una módica pero paulatina destrucción. También volvió a dispararse una tendencia sosegada en los últimos meses por los controles cambiarios: la fuga de capitales.
En abril esa fuga habría trepado a los US$ 1.000 millones. De los US$ 3.000 millones mensuales de la peor época (agosto-diciembre del 2011) el Gobierno había logrado bajar hasta US$ 600 millones. El rebrote se produce, por otra parte, con un dólar paralelo que ya supera los $ 5.10 y estira la brecha respecto de la cotización oficial. Existe una dualidad, al parecer, que ni el rotundo triunfo de Cristina en octubre ni las decisiones de gran impacto político, como la expropiación de YPF, han conseguido modificar. La Presidenta no da señales de perder cuotas importantes de respaldo popular.
Pero el dinero requiere de otras seguridades.
El problema es crónico para el kirchnerismo, en su declive o apogeo: la desconfianza . Esa desconfianza no se incubó sólo por la forma de proceder con YPF. Viene de años con las mentiras de Guillermo Moreno sobre la inflación. Con el manejo desaprensivo de los fondos públicos, en especial los subsidios. Una actitud que ni siquiera logró modificar la tragedia de Once. Se han conocido los peritajes que responsabilizan de esa tragedia a ex funcionarios y a la empresa TBA. Se denunciaron también gravísimas fallas en el mantenimiento general del sistema ferroviario. El juez Claudio Bonadio está por iniciar las indagatorias que, salvo un imponderable, derivarán en varios procesamientos.
El Gobierno permanece distante y todo sigue igual.
A aquella desconfianza la estaría acicateando además el empellón del Gobierno contra la Justicia por el escándalo de Amado Boudou sobre Ciccone Calcográfica. Pero la alimentaron por años los episodios de corrupción que quedaron diluidos y la cantidad de causas por idénticos motivos que el juez Noberto Oyarbide sustancia con pasos de tortuga. La polvareda que levantó la expropiación de YPF se irá disipando y todas las cuestiones pendientes, antes o después, retornarán.
Cristina se empeña en seguir levantando otras cortinas. La misma semana en que consagró la expropiación de YPF volvió con el reclamo a Londres por las Malvinas.
El reclamo reconoció un límite: no se formuló en ninguno de los foros internacionales habituales. Ese terreno será más pedregoso de caminar para la Argentina luego de la expropiación de la empresa petrolera que molestó a España, a la Unión Europea y a Estados Unidos.
Ahora se resolvió reemplazar la diplomacia por presuntas picardías. La embajadora en Londres, Alicia Castro, aprovechó un encuentro de diplomáticos y periodistas con el canciller inglés, William Hague, para pedirle un diálogo por la soberanía en las Malvinas. Lo hizo después de solicitarle autorización expresa a la Presidenta. La ruptura o no del protocolo no sería el eje de la cuestión, tratándose del conflicto que se trata.
Pero tampoco convendría empalagarse con recursos de ese tipo.
De talla minúscula. Cristina llegó a hablar con énfasis sobre esa escaramuza en un acto público.
El Gobierno también se encargó de exaltar una publicidad que difundió por TV. Un atleta filmado en Puerto Argentino que entrena para los Juegos Olímpicos de junio en Londres. Con una inscripción incitante: “Para competir en suelo inglés, entrenamos en suelo argentino” . El corto desató una polémica, la queja de Londres y de los kelpers. Le hizo además un pobre favor a los deportistas argentinos. No habría que enredarse con la anécdota: sería mejor reparar en la conveniencia y eficacia política del recurso.
La negociación por Malvinas demanda de una estrategia consistente y una diplomacia tenaz. Requerirá también de paciencia: no se vuelve de una guerra así nomás . El arrebato y las presuntas picardías podrían estar revelando, tal vez, a un país con rasgos de adolescencia prolongada.