Parece como que de tanto movimiento trastabillamos y nos caemos, pero no, aquí estamos, de pie y corriendo hacia nuestro destino.
Movimiento: ésa es la palabra clave. Lo que estamos viendo es un país en acción. Un país que no se detiene. Miremos a Boudou. Evidentemente su objetivo es hacer olvidar el patético quietismo de Cobos. Boudou se mueve, y lo hace en dirección de la gente. Detectó que lo que estaba faltando era plata y se largó a fabricarla, ayudado por sus amigos.
Boudou es una persona inquieta. En Semana Santa, mientras todos estaban panza arriba, él trabajaba: se reunió 27 veces con sus abogados, leyó mensajes privados de un juez en WhatsApp, convocó a la prensa y la obligó a escuchar una larga conferencia (es decir, dio una conferencia de prensa), ordenó las expensas de sus departamentos, cortó el servicio de Cablevisión, lo volvió a cortar por las dudas, volvió a revisar las expensas, lo llamó a Vandenbroele para decirle que era una pena que siendo socios y teniendo tantas cosas en común no se conocieran, y habló con Cristina y le dijo: "Mi reina, su súbdito arrastra muchos problemas. Salve al súbdito para que sus muchos problemas no arrastren a mi reina".
Ella entendió y puso manos a la obra. Qué notable: Cobos, un traidor, la podía; y Boudou, un fiel servidor, también. Pero Amado es distinto: tan insustancial que parece, tan ligerito de ideas, y, sin embargo, ahí está, haciendo correr a la señora. Creíamos que se doblaba ante ella y que su religión era el cristinismo, y resulta que la que se está doblando es ella. Le da todos los gustos. "Que se vaya Righi", pide él, y ella ejecuta el cambio. "Ahora Rafecas", reclama él, y ella manda a ejecutar al juez. "Que todo el Gobierno salga a apoyarme", exige, y la señora obliga al coro angelical de funcionarios y medios afines a cantarle himnos a Amado.
Cada tanto aparecen algunos que desafinan, como la Garré o Forster o los que dicen que no pondrían las manos en el fuego por él. Enseguida los disciplinamos. Podemos tolerar la libertad de pensamiento, pero no de palabra. Nuestro credo lo dice muy claro: primero el relato, después la patria y luego los relatores.
Insisto: me gusta ese ritmo frenético. Me gusta cómo nos hemos abroquelado en torno de un tipo que está en apuros. Si lo tocan a él, están tocando a ella. Por eso, la línea bajó muy clara desde Olivos: nada hay más importante en este momento que defender a Boudou. La AFIP, la SIDE, los gobernadores, el Gabinete, nuestros bloques en el Congreso, el Banco Central, la agencia Télam, los operadores en tribunales..., todo debe ser puesto en función del caso Ciccone. Esa es nuestra agenda. Si queda algún resquicio, ya nos ocuparemos de cuestiones menores, como el futuro de YPF, la inflación o los efectos de la trágica tormenta.
Les decía que me enorgullece cómo hemos cerrado filas para proteger a Amado, y lo bien que se defiende él. Me encanta que el acusado sea el que acuse. Que elija a un buen amigo para ser jefe del fiscal que lo está investigando. Que si tiene problemas en la Justicia, nos convenza de que el problema es la Justicia.
Boudou muestra el camino. El hace bailar a todo un gobierno. Ahora entiendo por qué vive en Puerto Madero, el barrio más dinámico de la ciudad. No se queda quieto un minuto. Es cierto que venía descansadito de Economía, si bien sabemos que aquellos eran tiempos de creatividad, en los que asomaba un emprendedor serial.
Me dicen que no es prolijo: convoca a periodistas y les grita en la cara que son esbirros y mafiosos, le llevó años presentar las acusaciones de corruptos y apretadores contra los Righi y contra Adelmo Gabbi, en Mar del Plata dejó un tendal, se contradice, no termina de contestar las acusaciones (ni empieza) y confundió dólares con pesos en sus declaraciones juradas. Es el problema de los hacedores: no cuidan los detalles.
Yo creo que esta historia del caso Ciccone terminará siendo, como la crisis con el campo, fundacional. Todo lo que está pasando es muy fuerte, muy significativo. El Gobierno ya no será el mismo. La Justicia no será la misma. Los soldados no serán los mismos. Estoy feliz porque me parece que por fin estamos mostrándonos como realmente somos, sin caretas, sin dobles discursos. Que se entere todo el mundo: no nos gustan los jueces que se nos van de las manos, los fiscales que investigan, los periodistas (investiguen o no), los independientes, los críticos, los opositores, los tibios. No nos gustan los que no están a gusto con nosotros ni nos gustan los mismos que antes nos gustaban.
Ya sé: me van a preguntar qué nos gusta. Por supuesto, tengo una respuesta. Boudou. El kirchnerismo vino al mundo para alumbrar un Boudou. El nos define. El nos evoca el heroísmo de los años 70. Por él estamos dejando la piel. Por él nos desprendemos de nuestros héroes históricos, de nuestros mejores aliados. Por él hasta olvidamos compromisos, convicciones y principios. Por él desafiamos a la Justicia, a los diarios, al signo de los tiempos y a las encuestas. La señora podrá un día presentarse ante el tribunal de la historia y decir: "Yo jugué mi destino por Boudou".