La mayoría de sus empresas tuvieron que dejar atrás la inercia de una década de próspero crecimiento, para hacerse cargo de administrar sendas caídas de la producción y la rentabilidad.
También fue el año en el que fueron eliminados los subsidios directos y la protección arancelaria de los Estados Unidos que taponó por espacio de una generación el juego de la competencia en el mercado mundial de los biocombustibles, el que desde la Crisis de 2007/08 crece de manera exponencial en función de la existencia de políticas destinadas a sustituir el petróleo y el carbón por el uso de la bioenergía.

Así se explica la sensación de triunfo que tuvieron el lobby sucro-alcoholero brasileño UNICA y la dirigencia del Viejo Continente, cuyos miembros habían apostado fuerte a la posibilidad de cerrar esta dolorosa llaga. De no mediar tal decisión, Bruselas hubiese tenido que reaccionar legalmente contra la explosiva penetración de exportaciones norteamericanas de etanol barato que arrinconaban sin pausa a sus competidores europeos.

Con este telón de fondo, hay razones para creer que 2012 será un año colmado de sorpresas. A pocos días de anunciarse el escobazo que recibió el etanol estadounidense, el Banco Nacional de Desarrollo (BNDES) puso a disposición de sus productores de etanol un paquete crediticio de casi u$s 2.200 millones. Con ello el gobierno de Dilma Rousseff dio respuesta parcial a las cuestiones que venía planteando UNICA para recuperar el nivel de rentabilidad sectorial y reformar, quizás, el equilibrio del negocio de los combustibles.

UNICA tampoco perdió la calma al manejar los embates del alto precio de los insumos agrícolas que necesita para su producción, ni generó acciones que pudiesen envenenar más la lectura que hicieron aquellos gobiernos del Grupo de los 20 que descargaron sobre las espaldas de la industria agro-energética, una elevada cuota de responsabilidad por la existencia de la actual agro-inflación mundial.

Como derivación de estos hechos, comenzaron a emerger varios interrogantes. Todavía se ignoran si el redespliegue de mercado que preanuncian las medidas oficiales y privadas que se conocieron por separado en Estados Unidos, Brasil y la UE (que en conjunto aportan más del 83% de la oferta mundial de etanol), son el fruto de un vasto entendimiento informal o el espontáneo resultado de enfoques autónomos, bastante conflictivos entre sí.

Cualquiera sea la respuesta, el marco de la política comercial no será muy positivo si los gobiernos del G20 se aferran a la noción de que es imposible armonizar las necesidades de seguridad alimentaria con las nuevas exigencias de seguridad energética. Basta con mirar la sugestiva caída de los precios registrados en los commodities agrícolas a partir de agosto último, una realidad que se veía llegar y contradice el persistente vaticinio de especialistas de alta escuela, para imaginar que el equilibrio en el mercado de materias primas no depende de quebrar un designio de origen celestial.

Pero alcanzar la convivencia entre seguridad alimentaria y energética no es una tarea para improvisados. Ese objetivo está íntimamente vinculado con la aplicación de políticas de desarrollo sostenible en la administración del agua y la tierra, y sujeto, al mismo tiempo, a que haya voluntad real de usar las mejores tecnologías de cultivo o reproducción animal que hayan alcanzado respaldo científico, algo que a fin de cuentas obliga a respetar con seriedad las disciplinas comerciales de la Ley Internacional (OMC).

El hecho de que el etanol pueda garantizar una oferta global de agro-energía superior a los 1.820.000 barriles diarios, que equivale al 45% de la producción petrolera de Irán, es un dato de cierta relevancia para quienes discuten, en estos momentos, la eventualidad de un tercer desafío sobre la red de seguridad alimentaria y energética: el bloqueo al transporte petrolero en el estrecho de Ormuz. Y un enunciado final. Lo anterior no indica habrán de terminar completamente los subsidios. En estos tiempos el 40% del maíz estadounidense se emplea en hacer biocombustibles y recibe, a pesar de los elevados precios mundiales, un subsidio anual de unos 1.460 millones de dólares, enfoque que tiene grandes admiradores extranjeros entre quienes forman lo más granado de la elite del etanol.