Habría que remontarse, por ejemplo, a los albores de 1900 para rescatar tres períodos consecutivos de un gobierno del mismo signo. Correspondió al radicalismo, con dos turnos de Hipólito Yrigoyen y uno de Marcelo Torcuato de Alvear. El peronismo, ni con su fundador Juan Domingo Perón, aunque en contextos muy disímiles, pudo conseguirlo.
La Presidenta se convierte también en la primera mujer en alcanzar una reelección. Lo hizo con el mayor porcentaje de votos (más del 53%) que haya alcanzado un mandatario desde la reconquista democrática. Les sacó el trono, en ese aspecto, a Raúl Alfonsín y a Carlos Menem. Aunque detrás de todo ese enjambre estadístico se ocultaría, en realidad, lo más trascendente: la densidad del poder popular, institucional y político que podrá administrar en los próximos cuatro años.
Esa densidad tiene, por otro lado, facilidades que no tuvieron a mano ninguno de sus antecesores, tampoco Néstor Kirchner: la enorme debilidad de una oposición que, sólo intercambiando volúmenes de votos de las internas de agosto, compuso en conjunto una actuación muy pobre . El socialista Hermes Binner fue, quizás, una excepción que en los hechos, de todos modos, no alcanzará para equilibrar el sistema de poder que estará desde diciembre a disposición de Cristina.
Ese sistema, amén de los sufragios, descubre una concentración decisoria desconocida en torno a su persona. El kirchnerismo o el cristinismo, como se quiera llamar, ha terminado por disciplinar a un PJ que, a cambio de conservar poder territorial, terminó por aceptar puntos de vista y de acción con los que muchas veces disiente. La Presidenta dispondrá también, con seguridad, del control de las dos Cámaras del Congreso . ¿Qué no podría hacer y disponer con semejante mecanismo? Cristina pareció consciente de ese caudal de poder que atesora, aunque haya intentado restarle trascendencia, cuando festejó anoche la victoria. Tuvo de nuevo, salvo algún rayo fugaz lanzado sobre el periodismo no complaciente, un mensaje armónico, consensual de llamado a la unidad antes que a la confrontación. Palabras de textura similar a las que supo utilizar en la campaña. Libreto que empezó a esgrimir con frecuencia cuando quedó en el poder huérfana de Kirchner.
Habría que computar esa receta, antes que las grandes elucubraciones sobre política y ahondamientos del modelo, como una clave del empinamiento popular que tuvo el último año.
Ese empinamiento le permitió ayer ganar en 23 de las 24 provincias. San Luis parece definitivamente cercada por los hermanos Rodríguez Saá (Alberto y Adolfo). Le permitió además perforar provincias y distritos de marcado dominio de clases medias, como Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, históricamente renuentes al llamado kirchnerista.
El cierre del calendario electoral demostró, sin dudas, una notable preeminencia de los oficialismos . Las excepciones ocurrieron en Catamarca y Río Negro. Las nueve provincias que acompañaron el éxito presidencial ratificaron también a los partidos que estaban en el poder.
Un fuerte ánimo de conservación envuelve a la sociedad argentina.
Incluso sucedió en pequeñas comarcas donde, por luchas intestinas, Cristina impulsó la posibilidad de un cambio. La Presidenta cerró su campaña electoral con una recorrida por Malvinas Argentinas para impulsar como intendente a su delfín, Luis Vivona. Pero los pobladores prefirieron renovar el crédito a Jesús Cariglino, pese a que respondía al mandato de Eduardo Duhalde.
¿Qué explicaciones podrían rastrearse en la voluntad social mayoritaria de no cambiar? En primer término, sin dudas, el impacto de la recuperación económica que, sobre todo por vía asistencial, permitió superar el desgarro de la gran crisis . Quizás, también, el temor subyacente al vacío de poder frecuente en que cayó el país antes y después de reconquistada la democracia. Entre el serio riesgo que siempre encierra la concentración de poder o su ausencia, la gente optó por lo primero. Podría existir otro motivo: dada la debilidad de los partidos, más allá de las exaltaciones que Cristina hizo a la reforma política, el poder pareciera consolidarse, en especial, con aquellos dirigentes en funciones de gestión.
Esa tendencia podría significar un punto de partida para el replanteo opositor, si es que en alguna instancia desea pasar, al menos, del valle al que ha descendido a una meseta. La de anoche puede haber sido la despedida de varios dirigentes, aunque Elisa Carrió haya proclamado su paso a la resistencia al régimen kirchnerista. Una enorme responsabilidad, en esa tarea de recuperación, recaerá sobre Mauricio Macri y sobre Binner. La sola enunciación de los nombres delata lo complejo que resultará cualquier convergencia y reanimación opositora.
El jefe porteño salió airoso de los módicos desafíos políticos que se planteó luego de retener el poder en la Ciudad. Hubo un corte histórico de boleta en el distrito que le permitió a Federico Pinedo ganar cómodamente la diputación, pese a carecer de una referencia presidencial. Jorge Macri, primo de Mauricio, teminó en Vicente López con un reinado de más de dos décadas de Enrique García, un viejo radical devenido en K. Se trató de una pelea en la cual el kirchnerismo invirtió mucho: dinero a raudales y la reiterada presencia de Amado Boudou, el vicepresidente electo .
Macri gobierna el distrito donde Cristina ejerce el poder nacional. Otro Macri estará en la geografía donde está localizada la residencia de Olivos. El agradecimiento público de Cristina al jefe porteño por haberla felicitado y su reto a los militantes que insinuaron una reprobación, indicarían que la Presidenta habría comprendido el sentido de ese mensaje electoral.
Binner logró lo que pretendía: ser el escolta de Cristina. Mucho mérito para un dirigente que arrancó su carrera sólo con piedritas y palitos. Pero otra vez, como había sucedido en la interna, no pudo ganar Santa Fe.
Por poco margen, la Presidenta le arrebató el triunfo. El socialismo ha quedado circunscripto a Santa Fe, donde deberá desarrollar su segundo mandato sin mayoría legislativa. El PJ y los K tienden en esa provincia a aglutinarse. Con ese marco, Binner deberá lanzarse a consolidar un espacio político que talle a nivel nacional.
Cristina, con la dimensión de su victoria, parecería no deberle nada a nadie en el PJ y entre los K.
Pero de nuevo los votos de Buenos Aires resultaron determinantes en su guarismo final. Y Daniel Scioli fue, en ese derrotero, un dirigente que traccionó en la provincia casi tantos votos como ella.
La referencia es ineludible a la hora de pensar en el 2015 y en la sucesión de Cristina.
La Presidenta se rodeó en la celebración de hombres que han sido clave desde que murió Kirchner y que lo seguirán siendo, tal vez más , a futuro: su hijo Máximo y Boudou. Empieza una transición hasta diciembre cuando alumbrará el nuevo gobierno. Quedan muchas deudas pendientes, sociales y de honestidad pública . Se avizoran amenazas económicas. Cristina tendría con qué enfrentarlas si comprendiera el sentido histórico de esta oportunidad.