“La política no es sólo cuna, también es destino”. La frase es de Ricardo Alfonsín. No la pronunció en esta campaña donde sorprendió con una victoria frente a dirigentes que tienen 60 años igual que él, pero que le siguen –seguían- diciendo “Ricardito” para bajarle el precio. La dijo cuando compitió por la gobernación de la provincia de Buenos Aires, en el 2007, donde logró un miserable 5 por ciento de votos. Pocos se acuerdan de esa campaña. Menos de su paso como diputado provincial entre 1999 y 2003, cuando se decidió a dejar su estudio jurídico por la política, viendo el fracaso de la Alianza en el poder.
Eran los tiempos que decía que había dedicar todo el esfuerzo posible a “salvar el partido, como lo decía Balbín”, porque “luego habrá tiempo de volver al poder”.
Claramente, el tercer hijo del último gran líder radical no está parado en su victoria del domingo por imperio de la casualidad. Es un intelectual formado, que conoce como sólo un hijo de Alfonsín puede dimensionar de qué se tratan los costos personales de recorrer cada pueblo varias veces al año, al que las estructuras partidarias no le regalaron nada.
Federico Storani y Leopoldo Moreau jamás imaginaron que sus días estaban contados cuando los hombres de Ricardito le anunciaron que no había acuerdo en las condiciones que ellos planteaban. Fueron la Junta Coordinadora Nacional, los que aliados con el primer radical que le ganó al peronismo en elecciones libres y democráticas, habían renovado a la UCR. Pero no se vacunaron contra la hegemonía, y cometieron el mismo pecado por el que tuvieron que abandonar anticipadamente el poder. Y, de alguna manera, están bebiendo de su propia medicina.
Corría 1988, con Antonio Cafiero gobernando la provincia de Buenos Aires después de haberle ganado al candidato “puesto” de entonces, Juan Manuel Casella, y presidiendo el Partido Justicialista dominado por la renovación peronista. Cafiero podría haber sido candidato a las elecciones presidenciales del 89 sin ningún esfuerzo, pero buscó acordar con Carlos Menem, que pretendía el mismo lugar, y como no lo logró, convocó a las únicas transparentes que hizo el peronismo en su historia.
Todo indicaba que quien ganara la interna era el número puesto para la Presidencia de la Nación. Así fue que Enrique Nosiglia, por entonces Ministro del Interior, ayudó a Menem para desgastar a Cafiero, buscando debilitar su imagen, que estaba en franco ascenso entre la opinión pública. Los radicales no buscaban que gane Menem, a quien calificaban de “cachivache” impresentable. Querían, apenas, condicionar a Cafiero, poner los recursos del Estado para facilitar el camino del próximo candidato radical.
Algo parecido sucedió ahora. El enemigo de Néstor Kirchner es -¿era?- Julio Cobos. Para el matrimonio presidencial, Alfonsín también es -¿era?- “Ricardito”, un buenudo que jamás llegaría a ningún lado sin el respaldo de los que para los Kirchner son “los cuadros” radicales.
Alfonsín fue usado por los K para blanquearse. Aceptaron sin chistar que fuera el vicepresidente 1º de la Cámara de Diputados y no dudaron en invitarlo a la Cena del Bicentenario para evitar sentarse junto a Cobos. Ricardito es tan piola que fue, y no tuvo que dar explicaciones a nadie. También pidió asistencia para garantizar transparencia en la interna, que se asegura le fue concedida. Y tampoco se le pide que rinda cuentas de eso.
Es pronto para decirlo. Pero tal vez lo de él, finalmente, tenga que ver con el destino. Porque mientras Kirchner imaginaba sus infinitas venganzas contra los enemigos que le aparecen como hongos después de una lluvia y diseñaba el envío de conversores para ver televisión digital, un elefante se le metió tranquilamente por la ventana, sin que todavía pueda dimensionar las consecuencias.
La primera ya llegó: el peronismo disidente tardó 48 horas en armar una foto con todas las líneas internas y todos los precandidatos a presidente. Pero esto recién empieza.