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La decisión ya está tomada. Antes de fin de año, Néstor Kirchner pondrá en juego su liderazgo partidario. Envalentonado en el optimismo que le generan las encuestas que recibe por estos días, el santacruceño piensa convocar a una interna abierta en la que aceptaría el desafío de todos los peronistas que no se sienten contenidos por su conducción y que ya trabajan para desplazarlo de su sillón, a través de distintos mecanismos.

La información fue adelantada a Crítica de la Argentina por un funcionario de trato permanente con el ex presidente. Los habitués de la residencia de Olivos sostienen que Kirchner está dispuesto a medir fuerzas con Carlos Reutemann, Juan Schiaretti, Eduardo Duhalde, Alberto Rodríguez Saá o cualquier otro dirigente que exprese una disidencia o una alternativa a su jefatura. “Va a jugar a cara o cruz”, afirman. Sería un paso adelante en la carrera por evitar que su conducción termine desairada en los hechos pese al respaldo que hoy le garantizan los intendentes del conurbano bonaerense y la CGT de Hugo Moyano.

A un mes de las elecciones legislativas del 28 de junio, el santacruceño sigue con la vista fija en el Partido Justicialista, la columna vertebral que hoy es sinónimo de la gobernabilidad kirchnerista. Ajeno a los sondeos que le trazan un presente de agonía, el ex presidente sueña con una resurrección en los comicios –habla de una ventaja definitiva de entre 10 y 12 puntos sobre Francisco de Narváez– y piensa también en revalidar títulos hacia el interior del peronismo. El objetivo de mínima es sentarse a discutir las candidaturas para 2011 en un pie de igualdad con el resto del pejotismo. En el círculo pingüino ni De Narváez ni Mauricio Macri son conceptuados como peronistas. “Ésos son gerentes, expresan otra cosa”, le dijo a este diario otro funcionario que pasa la mayor parte del tiempo en Olivos.

La nueva estrategia implicaría el reconocimiento tácito de un error que el gobierno nacional viene pagando caro. El Congreso partidario que lo ungió al frente del PJ en 2008 contó con la aclamación de los alineados pero la unanimidad sólo fue posible sin la participación de los díscolos. Si concreta el llamado a internas abiertas que hoy promete realizar, Kirchner admitirá que el intento de sofocar a la oposición interna no fue la mejor receta y que el peronismo desbordó sus intentos monolíticos. Los incondicionales del ex presidente repiten que ahora sí van a cumplir con la vieja promesa de democratizar el partido, renovar el vetusto padrón del peronismo en todo el país y convocar a una campaña de afiliación masiva.

Pese a que su liderazgo fue horadado rápidamente, Kirchner piensa que dentro de dos años el pueblo argentino volverá a optar por el peronismo. Y quiere llegar a esa instancia en condiciones de conducirlo. No comparte el pronóstico sombrío que hace algunos meses trazó Duhalde para el movimiento que fundó Juan Domingo Perón. Entonces, el hombre que llevó a Kirchner a la presidencia vaticinó que el peronismo pagaría con la derrota en las próximas presidenciales los errores de los Kirchner.

Pero mientras el rechazo hacia el matrimonio presidencial crece o se mantiene entre los sectores medios, la única maquinaria de poder que sobrevivió a todo aún le responde mayoritariamente y le arrima los votos de las clases bajas. El PJ, con sus corcoveos y sus desaires, sigue apostando a mantenerse en el poder. Kirchner, que jamás se fue del partido, ya asumió que sólo esa fuerza que durante años definió como pejotismo puede garantizarle su sobrevida.