Escala otra vez el conflicto con el campo. La coparticipación de la soja tendría mucho más un objetivo electoral que de solución del problema. La situación en Buenos Aires es incierta para la candidatura del ex presidente. La oposición apremia en el Congreso por las retenciones.
Esta sucediendo algo peligroso en la Argentina de la crisis y de la adversidad.
El peligro no consiste tanto en el extraño juego institucional planteado hace un
año por Néstor y Cristina Kirchner, en el cual el ex presidente ordena en las
sombras y su esposa obedece y acompaña. El peligro parece radicar ahora en la
imprevisibilidad y la ondulación de sus conductas.
Kirchner provocó perplejidad cuando hipotecó parte de su raído capital político en la derrota en Catamarca. El mismo hombre obnubilado, sin embargo, captó un error de cálculo de Mauricio Macri y disparó un adelantamiento electoral que corrió como un sismo bajo los pies opositores.
El adelantamiento fue edulcorado con palabras de armonía e invocaciones a la unidad para hacer frente a las inclemencias de la crisis. Incluso se montó un frágil escenario de diálogo con el campo. Pero esta semana ese diálogo voló por los aires a instancias del propio Kirchner. Como remate, Cristina comunicó una chapuceada fórmula de coparticipación con los fondos de las retenciones de la soja.
Las contradicciones y la confusión parecen así las únicas señales del Gobierno en este tiempo de gravedad. Esos comportamientos están deslizando de nuevo al país hacia planos de tensión social insoportables.
Esa tensión se manifiesta de múltiples maneras. Con las nuevas protestas y cortes de ruta de los productores. Con otra medida de fuerza que, sin margen de maniobra, debió lanzar la Mesa de Enlace. Con la vehemencia y el descontrol que caracteriza cualquier cruce entre el oficialismo y la oposición. Con la crispación que fue posible detectar, más allá de las cifras de asistentes, entre los ciudadanos que salieron a reclamar la semana pasada por la inseguridad. Con el rechazo popular que incluso, según las encuestas, provocó la determinación de anticipar las elecciones. Con las amenazas de portavoces oficiales -el piquetero Emilio Pérsico- acerca de un supuesto alejamiento de los Kirchner si las cosas salen mal en junio.
Se olfatea un clima de hastío como suelen expresarse los hastíos cuando se aproxima un fin de época. La Argentina los conoció bien en tiempos de Raúl Alfonsín, de Carlos Menem y, sobre todo, de Fernando de la Rúa. Pero soplan ahora, además, ráfagas de rencor y hasta odio antes desconocidos.
Las permanentes idas y vueltas de los Kirchner parecen un estímulo perfecto de ese ánimo. Cristina le había dicho a los dirigentes del campo que las retenciones a la soja eran intocables por razones fiscales. Argumentó también que se pretendía evitar una sojización de la tierra. Dos semanas después resolvió coparticipar el 30% del tributo. Las razones fiscales no eran entonces tan sólidas y menos, todavía, el riesgo de una sojización. ¿Harán algo desde ahora los gobernadores e intendentes que reciban una renta por la soja para incentivar el cultivo del trigo y del maíz?
Kirchner urdió esa nueva estrategia y la pluma de Carlos Zanini, el secretario Legal y Técnico, le colocó un molde jurídico. De esa estrategia tuvieron conocimiento sólo los de siempre: Guillermo Moreno, el secretario de Comercio, y Ricardo Echegaray, el titular de la AFIP. Con tardanza se enteró Florencio Randazzo, el ministro del Interior. Al filo del anuncio lo supo Débora Giorgi, la ministra de la Producción e interlocutora con el campo.
El ex presidente ha retomado otra vez su vieja idea de doblegar al campo. Nada de transa ni de negociación. Algunos funcionarios que lo escucharon en Olivos quedaron espantados. Incluso también gobernadores que dicen profesarle lealtad pero que tienen sus provincias en ebullición.
En ese punto podría encontrarse una explicación a la reacción de Kirchner. La crisis económica castiga como un azote al interior, donde la caída de la recaudación y el déficit fiscal apremia a los mandatarios. Santa Cruz debió echar mano a los fondos en el exterior para pagar sus últimos sueldos. La coparticipación de la soja podría ser un paliativo aunque el calendario conspira.
Cristina habló en su anuncio de un flujo de 1.700 millones de dólares. Habló de que ese dinero podría destinarse a obras públicas, salud y educación. Todo muy bonito. Pero parte de esa suma se distribuirá a lo largo de un año y las elecciones se harán en apenas 90 días. Sólo la desesperación pudo haber inducido ese zarpazo.
Los Kirchner recogieron otras constataciones preocupantes. El presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Fellner, avisó con dramatismo cuando la oposición reunió el jueves 108 diputados para la sesión frustrada que debía debatir un proyecto de rebaja a las retenciones. ¿Por qué tanto dramatismo si estaban a más de 20 votos del quórum? Porque las cosas que suceden en la realidad política no son, necesariamente, las que se ven.
El bloque que encabeza Claudio Lozano dispone de seis diputados con voluntad de debatir. Hubo otros cinco legisladores ausentes por estar fuera del país. Un representante salteño se abstuvo el jueves pasado por un incidente que aún pretende aclarar: la rescisión de los contratos que dispuso la presidencia de la Cámara de la mayoría de sus asesores. De los cuatro diputados de Entre Ríos del FPV, al menos dos desearían participar. Lo mismo ocurriría con la mitad de los seis que corresponden a Córdoba. Los Kirchner están en un problema porque la oposición y el campo insistirán en diez días con otra sesión especial.
El problema es, en verdad, doble. El recurso de retacear el quórum, como sucedió la semana pasada, es legítimo. Pero su recurrencia, en las actuales circunstancias, conllevaría un desgaste político inevitable. Agustín Rossi, el jefe del bloque del PJ, tiene las riendas firmes y lo demostró con la cómoda aprobación del adelanto electoral. Pero la nueva escalada del conflicto con el campo produce escozores entre los diputados oficialistas. Tres de los santafesinos, encabezados por Jorge Obeid, no titubearon en acompañar a la oposición en aquella sesión trunca.
Los Kirchner se ilusionan con que la coparticación de la soja apacigue ánimos y rebeldías y permita a los gobernadores disciplinar a diputados y senadores. El ex presidente se ilusiona también con que aquella coparticipación derrame sobre los intendentes del conurbano bonaerense, la mayoría de los cuales sólo debe haber conocido, en alguna maceta, una planta de soja.
Buenos Aires es la obsesión electoral del matrimonio. Capital, Santa Fe, Córdoba y Mendoza las afrontarían con dosis de resignación. La auténtica obsesión es el conurbano porque los cálculos en el interior de la Provincia resultan nada auspiciosos: los números previos indican que el Gobierno perdería en esa zona cerca de 400 mil votos respecto del 2007 cuando se impuso Cristina. Sería el precio del pleito irresuelto con el campo.
Tampoco sobra optimismo en la profundidad del conurbano. Un intendente peronista del primer cordón avisó en una cena del jueves que el peronismo disidente le saca allí claras ventajas a Kirchner. En el segundo cordón el ex presidente lidera las encuestas, pero con un margen sobre sus rivales bastante menor de lo esperado. El objetivo del matrimonio sería provocar allí una marea de votos.
Quizá por esa razón Kirchner esté pensando en un armado electoral distinto. Un buen ladero podría ser Martín Sabbatella. Pero el intendente de Morón tiene dos contras: su eterna pelea con muchos de los capitanes del conurbano y la idea de armar una alternativa política propia en la Provincia.
La nómina la integraría también Graciela Ocaña. Existe un punto de convergencia con el ex presidente: la ministra tiene ganas de abandonar el Ministerio de Salud y Kirchner preferiría alejarla de Cristina porque hace meses se enfrenta a Hugo Moyano. El líder camionero también querría colocar candidatos sindicales en pos de una apetencia aún lejana: la gobernación de Buenos Aires en el 2011. El que difícilmente comparta la boleta electoral será Sergio Massa. El jefe de Gabinete tiene a esta altura un menú de diferencias con el matrimonio. Estaría emprendiendo, de a poco, su regreso a la intendencia de Tigre.
El empecinamiento de los Kirchner, amén de dilapidar el capital del Gobierno, podría estar arrimando a la fragmentada oposición a las orillas de un milagro. ¿Por qué razón? Nunca como en la última semana, luego del adelanto electoral y el desaire al campo, se acelelaron los contactos entre sectores antagónicos.
El objetivo modesto sería ensayar la posibilidad de una unión electoral en Capital y Buenos Aires. Dejando claro que las aguas volverían a dividirse para el 2011, porque Julio Cobos, Mauricio Macri y Elisa Carrió las navegan al mismo tiempo.
Cobos estuvo dialogando con Felipe Solá. ¿Francisco De Narvaez, primer candidato a diputado y Solá, presidente de la Cámara en los años venideros? Fue una ecuación analizada que tendría, incluso, el visto bueno de Carrió pero que no agradaría a Margarita Stolbizer, candidata de la Coalición Cívica: "La aceptaría pero sin participar", habría asegurado.
El plan podría cerrar si Gabriela Michetti unificara su lista con Carrió. Pero ante esa alternativa Macri y varios de los suyos asoman inflexibles.
El acuerdo no está cerca, pero permanece abierto. Quizá dependa también de
los próximos gestos y palabras de los Kirchner y de una sociedad que explora
valores y estilos olvidados hace años.