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Ningún problema actual del Gobierno es una sorpresa. La sorpresa es, en todo caso, cómo cada problema reproduce otros con la avidez de una hidra. El conflicto con el campo estigmatizó a Cristina y Néstor Kirchner. El peronismo dejó de ser lo que era para el matrimonio. No sólo hubo una victoria pírrica en Diputados por el plan de retenciones:el kirchnerismo deberá cuidar allí su ajustado capital.

Aquella primera mutación del peronismo produjo contagio. El oficialismo, tal vez, no tenga escollos insalvables en el Senado para sancionar las retenciones. Pero en esa Cámara también quedará consumada una sangría. Los dirigentes sindicales tuvieron como siempre el olfato de sabuesos. La fractura de la CGT, sellada apenas tres días después de la votación en Diputados, no sintetiza sólo las viejas desavenencias entre Hugo Moyano y Luis Barrionuevo: se trata de un reacomodamiento gremial frente a los nuevos tiempos. ¿Qué nuevos tiempos? La jefatura de Kirchner ha comenzado a ser discutida en el PJ. Los coletazos llegarán hasta las playas de Cristina.

Moyano fue hasta ahora un hombre clave en la estrategia del matrimonio. Debería seguir siéndolo si la inflación, combinada con un freno al crecimiento, persistiera con su daño sobre la economía y forzara nuevas discusiones salariales. El secretario de la CGT ha sido un custodio fiel de la Presidenta y su marido. Pero su permanencia en la cima de la Central Obrera conllevó un precio alto.

Moyano debió aceptar una escalada de la UOM, que colocó a su lado a un hombre de Antonio Caló. Una gestión personal de Kirchner evitó que la UOM se tentara con no participar en la conducción cegetista. Julio De Vido, el ministro de Planificación, tuvo también que mover hilos. Los bancarios y la UTA terminaron acompañando al líder camionero luego de haber meditado la posibilidad de una partida hacia las filas de Barrionuevo. Moyano no será desde ahora el mismo de antes. Es una novedad ingrata para los Kirchner.

El ex presidente y la Presidenta no sacaron la semana pasada sus ojos del Senado. La votación en Diputados produjo un trauma político y entre ambos se encargaron de que ese trauma no golpeara a los senadores oficiales. Entre esos senadores habrá deserciones seguras. Pero Kirchner y Cristina encontrarían compensaciones. Podría resultar de nuevo vital la alianza con el gobernador radical de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, que puso cinco diputados a disposición del Gobierno. Los senadores deseados son, ahora, dos. La Presidenta se ocupó también de aplacar la rebelión pampeana guiada por el ex gobernador Rubén Marín: la senadora provincial, Silvia Gallego, preferirá ser fiel a la amistad que mantiene con la mandataria.

El problema en el Senado no son, al parecer, los números. Sucede, en cambio, que en ese ámbito asoman varios de los representantes que simbolizan la fragmentación que se está advirtiendo en el peronismo: Chiche Duhalde, Adolfo Rodríguez Saá y el salteño Juan Carlos Romero. Ninguno de ellos tiene la significación de Carlos Reutemann.

El ex gobernador elogia a Kirchner, pero elogia menos a Cristina. Está perplejo por el error de cálculo que, a juicio suyo, cometió en el conflicto con el campo el ex presidente. Subraya otros límites: actúa en consonancia con Juan Schiaretti, el gobernador de Córdoba, y con Jorge Busti, el ex mandamás de Entre Ríos. Pero prefiere no aparecer, por el momento, enredado en el amontonamiento de los peronistas que emigran. Duda incluso de que Eduardo Duhalde, José de la Sota, los hermanos Rodríguez Saá o Barrionuevo puedan alumbrar algún futuro.

El Gobierno se ha cuidado de no victimizar a Reutemann. ¿Por qué razón si el diputado ultrakirchnerista Carlos Kunkel por bastante menos increpó a Felipe Solá? El ex gobernador de Santa Fe habla sobre el campo de manera simplona y su posición, desde el comienzo del conflicto, no tuvo zigzagueos. Sería como una réplica pulcra de Alfredo De Angeli. El productor se convirtió en un personaje popular y en un dolor de cabeza para el Gobierno.

La artillería oficial también cesó la última semana contra Julio Cobos. El vicepresidente, salvo un imprevisto, no tendrá que afrontar con su voto un hipotético desempate en el Senado. ¿Hubo una reconciliación con los Kirchner? No la hubo todavía, aunque Cristina compartió con él, como si nada, la cena de las Fuerzas Armadas. El matrimonio supone que habrá tiempo, más adelante, para ajustar cuentas con el vicepresidente. Ahora es el momento de la victoria en el Senado.

Kirchner y Cristina siguen creyendo, aun luego del lastre que dejó Diputados, que aquella victoria es crucial para el futuro del Gobierno. En un sentido tienen razón: el supuesto rechazo del plan de retenciones en el Senado forzaría su retorno a Diputados. Allí requeriría de los dos tercios para ser ratificado. Los dos tercios representarían un esfuerzo entre titánico e imposible para el oficialismo.

Existe otro sentido incomprensible de los Kirchner. Esa victoria política que anhelan está en la puerta aunque esa proximidad no denota ninguna solución definitiva para el conflicto con el campo. "Será ley y los dirigentes deberán acatarla", advertía un funcionario de la intimidad del matrimonio. No podría haber, es verdad, una sublevación contra la ley, pero la insatisfacción campesina seguirá y, con certeza, la protesta también.

No es aquella la única faceta extraña del matrimonio. Guillermo Moreno es uno de los funcionarios de menor credibilidad social. Es el artífice de la inflación virtual. El secretario de Comercio Interior fue enviado al Senado como expositor sobre el plan de retenciones. Se comportó como un ministro todopoderoso y desenrolló principios económicos acordes a los años 40. No fue bueno ni malo: fue desopilante.

El Senado constituye también la apuesta postrera de la oposición y del campo. Eso explicaría la decisión inopinada de volver a los libretos iniciales del conflicto, regado de actos y chacareros en las rutas. Es una de las razones: otra sería la dificultad de los jefes de las entidades para sostener un plan común que no sea el de confrontar con el Gobierno. La Mesa de Enlace alardeó espíritu de unidad cuando anunció la movilización para el martes. Pero esa unidad está a tiro de brisa. ¿Cómo se entenderían, si no, los reproches a Eduardo Buzzi, de FAA, por su abrazo con Agustín Rossi, el jefe del bloque del PJ, al concluir la votación en Diputados? Buzzi fue criticado por De Angeli, pero recibió además objeciones en jerarquías de la Sociedad Rural y de CRA.

Buzzi fue apuntado también por Elisa Carrió. Habrá que convenir que en la dinámica final de las entidades rurales terminó incidiendo bastante la líder de la Coalición Cívica. Demuestra saber más de política que de campo: por eso convenció a los dirigentes agrarios que sólo un enorme despliegue popular podría torcer la tendencia favorable al oficialismo en el Senado.

Kirchner no toleró el reto. Se siente propietario político de la calle porque, como peronista que es, supone que con la calle todo se resuelve. Podría esconder en este tramo otra necesidad: sería conveniente para él un peronismo levantisco, como el de hoy, siempre movilizado y nunca quieto. Sus necesidades no se detienen ante nada: ni siquiera ante la opacidad que sus irrupciones le provocan a su esposa, la Presidenta.

Menos le interesa todavía la opinión exterior. Nunca Kirchner se fijó en el mundo. Cristina lo intentó, pero no ha tenido suerte. De su voluntad salió el pedido de intervención a la Justicia en el caso de Aerolíneas Argentinas. Tal vez el ex presidente hubiera hecho todo de un plumazo. La empresa vive un colapso y el kirchnerismo barrunta dos salidas: la reestatización, convenida con los gremios aeronáuticos, que empujan De Vido y Ricardo Jaime, el secretario de Transporte; un ordenamiento administrativo corto para una reprivatización que sostiene Alberto Fernández, el jefe de Gabinete.

La decisión del Gobierno estremeció a España. José Luis Rodríguez Zapatero había pedido varias veces al matrimonio que atendiera las demandas de los inversores de su país. El premier español fue criticado por los empresarios y por la oposición. Rodríguez Zapatero tiene demasiado con su propia crisis económica como para adosarle mansamente los trastornos que le provoca la Argentina.

España es un socio solitario de nuestro país en Europa. Aerolíneas Argentinas fue privatizada en los 90 y después de casi 17 años volverá a manos del Estado con una deuda de US$ 900 millones y un deficiente estado operativo. El Gobierno y el campo, luego de más de 120 días de conflicto, resolvieron otra vez dirimir sus fuerzas en las tribunas y en la calle. La Nación política parece consumirse, sin remedio, en la falta de imaginación.