Pero también operan factores que generan incertidumbre. Una vorágine de anuncios y decisiones sobre una realidad profundamente degradada hacen muy difícil trazar un análisis objetivo y sereno. Es fácil caer en extremos simplistas y muy complicado desarrollar una evaluación objetiva.

El comienzo del nuevo año es un momento pertinente para trazar un inventario que pondere y dimensione progresos, debilidades y desafíos pendientes. En especial, identificar todo lo que falta para que este intenso y sacrificado año que termina sea recordado en el futuro como el punto de partida de un proceso que nos sacó de la decadencia y no, como ya nos ocurrió varias veces en el pasado, otra oportunidad perdida.

Un primer punto para valorar del 2024 es que muchas de las políticas desplegadas y debatidas encuadran en lo que el IERAL viene estudiando y proponiendo desde hace casi medio siglo. Decisivamente importante es la administración responsable del presupuesto público. Se trata de un hecho inédito -como lo destacamos en Novedades Económicas- tanto por la magnitud del ajuste fiscal aplicado, como porque se basó integralmente en reducción del gasto público. Sobre este proceso se pueden y deben hacer múltiples advertencias en relación a los métodos rudimentarios aplicados para lograrlo y la baja sostenibilidad de los recortes aplicados en varios rubros. Pero todo esto –sin dudas importante de cara al futuro- queda en un segundo plano cuando se vislumbra que la experiencia alcanzó para poner en evidencia que el principal factor que explica la larga decadencia argentina es la mala organización y funcionamiento del Estado.

La principal conclusión es que el equilibrio fiscal es un instrumento muy poderoso. Incluso más potente de lo que suponíamos quienes estábamos convencidos de que era imprescindible erradicar la muy arraigada propensión a siempre gastar por encima de los ingresos. El impacto más inmediato, visible y ponderado del equilibrio fiscal es que permitió bajar la inflación. Pero también la estabilidad tiene un impacto no menos importante que es transparentar el cúmulo de distorsiones acumuladas. Como la marea, mientras que la alta inflación tapa los problemas, la estabilidad los explicita.

De esta manera queda más claro el hecho que el éxito del programa económico depende tanto del plan de estabilización como de las reformas estructurales. Ambos componentes son imprescindibles. No es posible avanzar con reformas en un contexto de alta inestabilidad, pero la estabilidad no garantiza desarrollo si no se ejecuta un ambicioso plan de reformas estructurales. La única manera de capitalizar el enorme esfuerzo desplegado por gran parte de la sociedad a lo largo del 2024 es adoptando con decisión y audacia transformaciones institucionales.

Por eso en el balance también entra con signo positivo el avance en reformas estructurales en diferentes áreas. No fue un proceso lineal, integral, ni exento de vaivenes. Pero el resultado es que a lo largo del año se fueron abordando factores que determinan el mal funcionamiento de la economía. Sin quitarle importancia ni méritos a los avances, una evaluación objetiva lleva a alertar que son más las transformaciones que faltan que la que ya se instrumentaron. Esto no es consecuencia de que se hizo poco en el 2024, sino que la acumulación de malas decisiones en el pasado es enorme.

En materia de reformas enfrentamos desafíos de dimensiones ciclópeas. Esto lleva a destacar la, demasiado olvidada, firma del Acta de Mayo. No sólo por el hecho político de que el presidente y casi la totalidad de los gobernadores acordaron una agenda sustanciosa de reformas. También porque el Acta contiene, como nunca había ocurrido en el pasado, la identificación de las transformaciones que la Argentina necesita para salir de la decadencia. Una evaluación rápida alcanza para cotejar que, salvo por cuestiones formales o de matices, se plantean buena parte de las reformas que desde hace mucho tiempo el IERAL viene señalando como políticas prioritarias.

Lamentablemente la distancia entre haber acordado un listado de reformas y haberlas instrumentado es muy grande. Por eso es clave ponderar en su justo valor el Acta y sostener una actitud activa para mantener su vigencia. La estabilización y el Acta -como prueba de la voluntad para abordar las reformas pendientes- son la base de la esperanza. La enorme complejidad que demanda su implementación la razón para no caer en la tentación de la euforia.

Los riesgos de la euforia

Juegan a favor de la euforia la inflación en baja, los mercados financieros con tendencias muy favorables, los ingresos y la producción en recuperación y el alivio en la situación social. En sentido contrario opera el creciente estrés que genera la apreciación del tipo de cambio sobre muchos sectores de la producción nacional.

No es una situación que ocurra por primera vez en la Argentina, pero es la primera vez que se da con equilibrio fiscal y con la presencia de un enorme potencial exportador de hidrocarburos y minería. La principal consecuencia es que, a diferencia del pasado, es poco probable que el desenlace sea una crisis derivada de una mega devaluación. Pero que sean bajas las probabilidades de un final traumático no debería llevar a minimizar el problema. Particularmente porque la débil competitividad de muchos sectores pone límites a la generación de empleos de calidad.

Pululan las áreas donde hay oportunidades para mejorar la competitividad de la producción interna y, por esa vía, dinamizar el empleo. Pero, la mayoría y principales transformaciones demandan un gran esfuerzo técnico y político. Las dificultades se potencian porque en el 2025 se combina un oficialismo en minoría extrema y la proximidad de las elecciones. Esto no justifica perder las esperanzas, pero alerta de que frente a las enormes dificultades que subyacen en la desafiante agenda de transformación pendiente es muy riesgoso caer en la euforia.

Por Osvaldo Giordano
Presidente del IERAL