La reflexión sobre las raíces de la crisis argentina es una provocación al debate: abre un abanico de opiniones, evidencias e interpretaciones, muchos de ellas ancladas en la historia.
Recuerda la frase del inicio de “Conversaciones en la Catedral”, el libro de Mario Vargas Llosa: ¿En qué momento se había jodido el Perú?
Mi propuesta es provocar con dos ideas: una refiere a un aspecto de la cultura hispanoamericana, la otra a un par de momentos recientes del desbarajuste económico y social del país.
Octavio Paz, el pensador y escritor mexicano, propone el siguiente párrafo sobre la cultura hispanoamericana. Fue escrito cuando la región vivía el acné de la revolución y el marxismo:
“Nuestros intelectuales –decía el poeta mexicano- han abrazado sucesivamente el liberalismo, el positivismo y ahora el marxismo-leninismo; sin embargo, en casi todos ellos, sin distinción de filosofías, no es difícil advertir, ocultas pero vivas, las actitudes psicológicas y morales de los antiguos campeones de la neoescolástica. Paradójica modernidad: las ideas son de hoy, las actitudes de ayer. Sus abuelos juraban en nombre de Santo Tomás, ellos en el de Marx, pero para unos y otros la razón es un arma al servicio de una verdad con mayúscula. La misión del intelectual es defenderla. Tienen una idea polémica y combatiente de la cultura y del pensamiento: son cruzados. Así se ha perpetuado en nuestras tierras una tradición poco respetuosa de la opinión ajena, que prefiere las ideas a la realidad y los sistemas intelectuales a la crítica de los sistemas.” La actitud que describe Octavio Paz contrasta con la verdad con minúscula de la cultura anglosajona, esa está en los hechos, más que en las ideas. Lo interesante es que la verdad con mayúscula habilita a la violación de la ley: quien se siente su poseedor, se sabe impune para transgredir. Existe una florida herencia de frases hispanoamericanas que testimonian esa tradición:
• Ningún general mexicano podría resistir un cañonazo de 50.000 pesos (pertenece al general mejicano Álvaro Obregón, citado por Carlos Fuentes en El espejo enterrado, 1992).
• Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley lLa autoría parece ser mejicana, aunque inunda a toda la América Hispana).
• Para los amigos todo, para los enemigos, ni justicia (Juan Domingo Perón se auto adjudicó es frase).
• Obedézcase, pero que no se cumpla (vieja frase castellana que en sus orígenes expresaba la aspiración a rechazar las normas “injustas”, aunque respetar a la Corona. En América adoptó el sentido transgresor literal).
Y, obviamente, el consejo del Viejo Vizcacha: Hacéte amigo del juez /No le des de qué quejarse; / Y cuando quiera enojarse / Vos te debes encoger, / Pues siempre es güeno tener / Palenque ande ir a rascarse
El caso argentino
Frente a la pregunta de Vargas Llosa, referida al caso argentino, resultan interesantes dos momentos de la historia reciente: el primero sobre la crisis de la industria sustitutiva de importaciones, el segundo sobre los extremos de destrucción que provocó el gobierno de Néstor Kirchner.
Desde fines de 1947, en que se crea el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), el proceso de apertura y globalización del comercio fue lento. Muchos países tardaron en sumarse y la reducción de aranceles tardó décadas. Mientras tanto, la protección arancelaria custodiaba a las industrias nacientes. Pero hacia la década del 70 ese proceso se iba consolidando.
Lentamente, los países fueron abandonando la protección para abrirse al comercio. Esa apertura fue precedida por enormes esfuerzos de reconversión y especialización industrial y, en general, con salarios bajos medidos en dólares. Para los países exportadores de materias primas, el proceso resultó inevitablemente traumático, porque su matriz exportadora no generaba empleo suficiente y esa exportación puede arrojar saldos exportables que sobrevaluan las monedas e impiden dicho crecimiento del empleo con bajos salarios. La solución a la que recurrieron algunos países para evitar la sobrevaluación de sus monedas fue comprar, a través del Estado, los excesos de divisas.
De paso conformaron fondos anticíclicos, que permitían estabilizar la economía cuando bajaran los precios de las materias primas. Nuestro país optó por dos procesos de liberación comercial -durante las gestiones de José Alfredo Martínez de Hoz y Domingo Cavallo-, pero no acompañó esas aperturas con políticas de reconversión industrial, ni trató de evitar la sobrevaluación del peso. La consecuencia fue la pulverización de empresas y de empleo. Fueron religiosos de la apertura.
El mundo cambió, reaparecieron algunas barreras arancelarias por nuevos conflictos geopolíticos y por el cambio tecnológico, pero la globalización del comercio sigue y es la vía del desarrollo. Ahora, el desarrollo depende, en última instancia, de la educación: la competencia entre países es entre sistemas educativos. La educación, la innovación, la ciencia y la tecnología son los nuevos nombres del desarrollo. El porcentaje de la población que es protagonista de la sociedad del conocimiento determina la capacidad de una sociedad para incorporar más gente al mercado de trabajo en ocupaciones de comercio y servicios con menos formación. Por el otro lado cobran relevancia los gobiernos locales y organizaciones como el INTA, INTI, Senasa, IRAM, Conicet, en la medida en que cooperen en la creación y el fortalecimiento de empresas, con su matriz centrada en el conocimiento.
Sobre los extremos de destrucción que provocó en gobierno de Kirchner basta mencionar seis hitos:
• El despilfarro de recursos que acompañaron al megaciclo de los commodities. Esos recursos no se aprovecharon para inversiones públicas relevantes, ni para financiar una reconversión productiva, reducir impuestos para alentar la producción y, menos aún, para crear un fondo anticíclico que limite la sobrevaluación de la moneda y permita transitar sequías o pandemias. El despilfarro sirvió para crear más de un millón de empleos públicos e iniciar el ciclo de subsidios a una pobreza que, a falta de empresas y de educación, inevitablemente aumentaba.
Tomar la decisión deliberada de inflacionar la economía. Es fácil generar inflación, al principio provoca la ilusión de contar con más dinero. Pero esa decisión se paga -la estamos pagando- porque luego es difícil salir de la trampa.
• Intervenir el Indec. Además de pretender engañar a la población, la mentira se convirtió en política de Estado. Esa mentira incluyo la estimación del PBI, que nunca alcanzó “tasas chinas” como rezaba el discurso oficial.
• La apropiación de los derechos humanos como bandera política. Derechos universales se convirtieron en bandera proselitista e incluyeron una idealización de los “compañeros” guerrilleros de la década del 70. Se idealizó a un supuesto “pueblo”, propiedad del Gobierno.
• La reapertura de una grieta social y política. Durante el debate de la resolución 125 sobre derechos de exportación, el discurso del presidente Kirchner identificó a los opositores con los “grupos de tareas” y los “comandos civiles”. Los primeros fueron los militares que protagonizaron la “desaparición” de personas, los segundos fueron los que apoyaron a la Revolución Libertadora que derrocó a Perón. Nuevamente la ficción de un “pueblo” y un “antipueblo”.
• Llevar los niveles de corrupción hasta niveles desconocidos. Aún en un país donde los funcionarios y los beneficiarios de las políticas públicas pocas veces fueron ejemplos de honestidad.
El escaso pragmatismo de las “aperturas” y la mezcla de las ideas canónicas del período kirchnerista con sus extremos de corrupción, parecen ser confirmaciones de la intuición de Octavio Paz.
Con el nuevo gobierno de Javier Milei se abre un signo de pregunta, ¿hasta qué punto su discurso expresa nuevas ideas con actitudes de ayer? y ¿hasta qué punto la oposición es un espejo de esa misma matriz?
El autor es miembro del Club Político Argentino y de ConstiTuya.
Fuente: La Nacion