Mucho se escribe, y se dice, sobre el sector agropecuario de avanzada que tiene la Argentina. También, sobre las restricciones que pesan todavía y que impiden que se exprese el verdadero potencial que tiene si se liberaran las fuerzas productivas fruto de su gente, de su know how, y también de las condiciones agroecológicas que lo benefician respecto a muchos otros.
Todo esto es muy cierto. Sin embargo, dos hechos ocurridos a mediados de enero volvieron a poner sobre el tapete cuestiones de muy larga data, que obligan a replantear el rol que debe tener la dirigencia, tanto pública como la privada.
Es que tanto el tema de las exportaciones de carne con hueso, como la falta de una ley de semillas actualizada a la era moderna, con la última tecnología, y más aún, mirando hacia las próximas décadas, obligan a reconocer las responsabilidades concurrentes.
Lo peor es que los dos ejemplos citados no son los únicos, apenas los más recientes. Es que la habilitación para exportar carne vacuna con hueso a Israel (el 3º destino de las exportaciones argentinas), tanto para Paraguay como para Uruguay, mientras localmente recién se comenzaron a “preparar los papeles" (y seguramente porque alguien alertó de que era un papelón que “el país de la carne” -Argentina-, no estuviera aunque sea en el mismo nivel de los dos vecinos del Mercosur), provocó un shock. Casi como que la selección argentina de futbol perdiera por goleada con Japón, casi sin historia en este deporte.
El caso de la Ley de Semillas es más grave aún ya que en los 90 el país lideraba la avanzada agrícola de la región, y un poco más. Sin embargo, las más de dos décadas de postergaciones de una discusión de fondo, inteligente, sin chicanas, y mirando lo que efectivamente fue pasando en el país y en el Mercosur, debieron haber sido tiempo suficiente para que alguno de los 5 gobiernos que tuvo la Argentina desde entonces (Eduardo Duhalde- 2 años; Nestor Kirchner -4 años, Cristina Fernandez de Kirchner - 8 años; Mauricio Macri -4 años, y Alberto Fernández- 4 años) hubieran impulsado una legislación que hubiera permitido que la Argentina mantuviera el lugar de preeminencia que había logrado.
Pero también fue tiempo más que sobrado para que la dirigencia sectorial hubiera hecho una propuesta clara y consolidada que permitiera sacar al país del retroceso en el que estaba cayendo. Y ya que está tan de moda la palabra “consenso”, hubiera dado la discusión que todo el mundo sabía que había que dar y, adelantándose a la política, se propusiera el paso superador para la producción, y para el país como conjunto. Ningún gobierno rechaza una propuesta inteligente, bien presentada, y que viene con amplio respaldo.
Pero no se hizo. Y hay que reconocerlo, tampoco se hubiera activado si la nueva Administración Milei no hubiese sacudido el avispero con cambios que no estaban en los cálculos de nadie (ni siquiera de Agricultura).
Y lo peor es que el freno estuvo dado casi por una sola cuestión: la regalías que tendría que pagar la soja, que dada sus características biológicas, es la única que puede “saltar olímpicamente el cerco”, sin pagar por la propiedad intelectual de las nuevas obtenciones. Tanto el maíz, como en girasol, el sorgo, etc., ya hace años que pagan en cada bolsa que se compra.
Pero como la tecnología no para, ahora también puede ingresar el trigo al grupo selecto, si es que alguna vez algún comprador internacional decide adquirir los nuevos trigos transgénicos argentinos, que pasarían a estar entonces tan desprotegidos como la oleaginosa.
En medio, Brasil, por ejemplo, tomó la delantera y al tiempo que se convirtió en el 2º-3º proveedor mundial de alimentos (en los mismos 22 años), logró que sus producciones sean muchísimo más eficientes que las locales en cualquiera de los rubros (carne vacuna, leche, soja, maíz, cerdo, pollos, etc., además de las tradicionales de sus suelo y clima, como el azúcar, las frutas, o el arroz). No solo eso, es probable que en esta campaña, o a más tardar en la próxima, logre el autoabastecimiento también en trigo, algo impensado hace unos años atrás, quitándole a la Argentina, un mercado considerado “cautivo” de 6-8 millones de toneladas anuales de exportación.
Pero, ¿Brasil le “quitó” el mercado, o la Argentina lo “perdió”? Disquisiciones aparte, lo cierto es que mientras el mundo crece, la histórica agroindustria local, otrora ejemplo internacional, objetivamente se sigue desinflando, y achicando. En eso no hay discusión.
Tan lamentable como esta situación son algunos de los argumentos que se escuchan, siendo seguramente el más emblemático, el de “los derechos adquiridos”, donde se coloca al “uso propio (de semilla) a título gratuito”, o sea, sin pagar, intentando desconocer que los espectaculares saltos tecnológicos que van permitiendo rindes extraordinarios, solo se logran con inversiones millonarias detrás. También ahí se enmascara un “saludable” comercio irregular, que lleva a que el mercado de semilla supere el 80% de “bolsa blanca”, es decir, sin identificación, y todos saben lo que eso significa.
¿El resultado?, ¡obvio¡, tanto los rindes en los principales países competidores, como en el socio Brasil, superan ampliamente a los locales, igual que la calidad promedio de la soja (algo de lo que muy pocos hablan, aunque siempre se termina “castigando” en el precio).
Por supuesto que tampoco se dice que “el uso propio” viene del siglo pasado, cuando prácticamente solo se sembraban variedades, que luego fueron sustituidas por los híbridos y desde hace unos 30 años también por las transgénicas. Hoy a nadie se le ocurre sembrar una “variedad” para guardarse una partida como semilla para la campaña siguiente. Los magros rindes obligan al cambio.
Hoy nadie usa cataplasmas en lugar de Ibuprofeno, solo porque aquellas no pagan regalías. Tampoco se dice, aunque se sabe, que en el medio quedaron cantidad de semilleros (fundidos), y que varios de los más grandes ya se fueron de la Argentina al no contar con seguridad sobre la propiedad intelectual de sus obtenciones.
Y aquí ya no hay lugar para la discusión sobre si esto es bueno, o es malo. El asunto es que “es así”, se lo toma o se lo deja, pero esta última opción significa que la Argentina productiva se va quedando afuera de la película.
Y, si los gobiernos no lo piensan así, al menos los productores debieran hacerlo…Solo hay que mirar que hacen los que van adelante.
Por Susana Merlo
Fuente: Masp lmneuquen