La revancha siempre está a la vuelta de la esquina. Y el agricultor uruguayo parece agarrarse de eso constantemente, porque “las deudas de agricultura se pagan con agricultura”. Las chacras de invierno experimentaron un crecimiento importante en los últimos años, donde además de brindar los beneficios agronómicos de la rotación, especialmente en el aspecto sanitario o compartir la renta con una eventual soja de segunda, se transformó en una forma de hacer caja dos veces por año para los productores. Incluso, en años como el pasado, probablemente fueron las chacras de invierno las que arrojaron números en verde en las empresas, con una zafra récord en rendimiento, capturando buenos precios y siendo la antecesora, sin saberlo, de la peor campaña de la historia de la soja y el maíz.
Luego de un año donde la “explosión amarilla” de la colza se vio en muchos campos del país, sembrando casi 350.000 hectáreas, su caída era inminente, si bien quizás no se auguraba tan brusca. La necesidad de dar descanso a campos que ya tuvieron este cultivo el año anterior, sumado al estrepitoso descenso en el precio del grano, que llegó a tocar o incluso superar los US$ 700 y hoy oscila en los US$ 400, además de las complicaciones en la siembra, marcaron que la oleaginosa de invierno se ubique en las 148.000 hectáreas, a ajustar en función de las chacras que puedan haberse perdido al momento de la siembra.
Es así que el “viejo y querido” trigo, cultivo tradicional en nuestro país, volvió a tomar el mando como principal cultivo de invierno en superficie, con unas 301.000 hectáreas según la encuesta de intención de siembra de DIEA. El otro cultivo tradicional, la cebada, escaló a unas 185.000 hectáreas. De esta forma, si bien hay un descenso frente a 2022, se estima que la agricultura de invierno supere las 640.000 hectáreas y compone de este modo un área de relevancia a nivel país con el doble cultivo posterior.
Desde el punto de vista productivo, las situaciones son tan dispares como la cantidad de agua que cayó en cada sitio, algo a lo que nos hemos acostumbrado en Uruguay.
En líneas generales, los trigos y cebadas ubicados en el litoral, o al menos suroeste del centro del país, que es precisamente la zona más agrícola del territorio nacional, mantienen un potencial de rendimiento excelente. Incluso, para zonas más al sur del país, distintos actores comentan que hace años que no se veía a las chacras tan superlativas.
Para la cebada, algunos problemas sanitarios pasaron por el control de mancha en red y para ambos, la ausencia de fríos de fuste y presencia de muchas lluvias, han sido el caldo de cultivo para los hongos, que de todos modos han podido ser controlados con éxito por los fungicidas.
Hechas estas salvedades, el panorama de rendimiento y calidad del trigo y la cebada es muy bueno, a la espera de lo que suceda con el veredicto de octubre, mes clave en el desarrollo productivo de los cultivos.
En la medida en la que el año Niño se consolide y los días de lluvia se vuelvan habituales, no solo habrán problemas en la formación del peso del grano que determina el rendimiento a posteriori, sino también en la calidad, y vaya si este segundo aspecto será importante en los trigos y las cebadas.
En los últimos años ha crecido la superficie de cebada forrajera con destino a China, especialmente marcado como un canal comercial alternativo en los casos en los que las malterías no aceptaban las producciones por su calidad. A su vez, en el trigo pasó parecido, e incluso por este motivo hace dos zafras atrás, cuando se dio un porcentaje bastante grande de rechazo en los acopiadores, el área de la gramínea descendió.
Los precios al día de hoy marcan un trigo futuro alrededor de US$ 210, casi igual que la cebada de exportación que se ubica en US$ 200. Si bien no son los picos que tuvimos el año pasado cuando la invasión de Rusia a Ucrania estaba más “fresca”, las perspectivas de tener buenos precios al momento de la cosecha no se pierde en absoluto. A esto sumemos una siembra que se hizo con menores costos.
Mucho más que eso, la preocupación, al igual que en todos los sectores de la agroindustria, pasa por el tipo de cambio, que en definitiva quita competitividad a los sectores que tienen sus ganancias en dólares y luego deben pagar muchas cuentas en pesos. Si bien los cultivos de invierno tienen menor costo por hectárea que el maíz o que el arroz, no deja de ser un país caro donde todo influye a la hora de hacer la ecuación final. Y en casos de agricultores que perdieron todo en el verano, los números no son solamente finos, sino extremadamente finos.
En el caso de la colza, las realidades son muy dispares. Hubo muchas chacras que tuvieron problemas desde el inicio, donde las condiciones climáticas no permitieron sembrar en tiempo y forma, acompañado por inconvenientes de bicho bolita, hormigas o heladas. En casos se convirtió a chacras de trigo y cebada, pero en otros se optó por resiembras, con los consecuentes problemas que tienen una resiembra tardía en colza.
Para aquellos campos que se pudieron instalar temprano, el panorama es bueno. En las chacras que se instalaron más tarde, el escenario es más complicado por cierto.
Las perspectivas marcan la posibilidad de volver a tener un gran año de invierno, a la espera especialmente de lo que suceda con las temperaturas y precipitaciones en octubre, y con la salvedad de algunas chacras de colza que quizás ya no les alcance. Lo que parece indiscutible, más allá de coyunturas puntuales como el precio o tipo de cambio hoy, es que la solidez de las rotaciones de cultivos de invierno llegaron para quedarse y acompañar a los de verano.